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Dr. Jorge Oscar Sánchez
Elijan el reino de Dios y su justicia; y todo lo demás vendrá como consecuencia (Jesucristo, en Mateo 6:32)
Nuestra vida es lo que nuestras decisiones la hacen. El derecho a elegir es una de las prerrogativas inalienables de nuestra condición humana. A lo largo de los siglos, los humanos hemos luchado contra cualquier forma de gobierno que quiera oprimirnos, restringiéndonos el derecho a elegir libremente. Sentimos, y con razón, que mi vida es mía, y por lo tanto, tengo el derecho a elegir como desee.
Nuestra vida es lo que nuestras decisiones la hacen. Todos los días tenemos que hacer decisiones. Desde que vestido voy a usar hasta que tipo de comida será mi dieta. Desde, en que actividad me voy a involucrar y a quien voy a ver; hasta que voy a dejar de hacer, porque no se me viene en ganas. Desde, si voy a salir a trabajar o me voy a ir de pesca. Cada una de estas decisiones parecen triviales a primera vista y no dan la impresión de que acarrean mucho peso para el éxito de mi vida.
Con todo, hay tres grandes decisiones en las cuales no podemos fallar. Estas tres decisiones determinarán la calidad de mi vida y el destino eterno de mi alma. Nuestro éxito final dependerá de como elegimos a la hora de hacer las tres elecciones mayores de toda nuestra existencia. Fallar en una de ellas a buscar el fracaso más aplastante y final ¿Cuáles son esas tres grandes decisiones?
Primero, ¿Qué lugar ocupará Dios en mi vida? De acuerdo a esta elección dependerá el éxito en todo lo demás. Jesucristo nos enseñó que el primero y Gran Mandamiento era: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”, Y agregó, “Y el segundo Gran Mandamiento es: ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo'”. Un ser humano que no ama a Dios ha perdido la brújula en el viaje de la vida. Encara el futuro sin un mapa que le guíe. Si una persona no ama a Dios, en consecuencia, no puede amarse a sí mismo. Y en ese punto inicial comenzarán todos sus problemas sicológicos, emocionales y espirituales. Y si no puede amar ni a Dios ni a sí mismo, lógicamente, mucho menos podrá amar a su cónyugue, a sus hijos, a sus familiares, a sus amigos y enemigos. Por el contrario, su corazón será dominado por el egoísmo, el materialismo, el deseo de fama, placer y poder; y varias malezas a cual más destructiva. ¿No es el mundo en que vivimos, con sus muchos dolores y millares tragedias diarias, el mensaje más elocuente del drama de nuestras vidas por haber expulsado a Dios de ellas? ¿No le causa asombro a usted cuando la Asociación de Médicos Norteamericana, nos recuerda que más del 60% de las enfermedades que se tratan en los consultorios y hospitales, no tienen su origen en algo físico? Una vida sin Dios genera un alma enferma, y desde el centro de nuestro ser, la enfermedad se trasmite a la mente y al cuerpo, descomponiendo toda la maquinaria de la vida.
Por el contrario, cuando un individuo elije a Dios y su plan para nuestra vida, en forma inmediata, parece que nuestros esfuerzos se alinean con un plan eterno, del cual fluyen el propósito en la existencia y un adecuado sentir de realización personal. Además, cuando abrazamos los valores de Dios: la justicia, el amor y el respeto a todos, la honestidad, la gentileza, la fe, la mansedumbre, la fidelidad; encontramos que a nuestra vida, llegan la paz de conciencia, el gozo independientemente de las circunstancias, el orden personal y un sin número de beneficios adicionales. Ignorar y despreciar a Dios es elegir viajar por la vida con fuertes vientos en contra todos los días. Elegir a Dios y su justicia es elegir vivir de acuerdo a la felicidad que reina en la presencia de Dios y es la esencia del mismísimo cielo.
La segunda gran pregunta que determinará la calidad de mi vida es, ¿a qué me voy a dedicar, de manera que cuando llegue al final del camino tenga un adecuado sentir de realización? Todos quisiéramos realizar a pleno nuestra vocación personal. A cada uno de nosotros, Dios nos ha dado capacidades y habilidades particulares, que quiere que empleemos para construir nuestra vida y contribuir al beneficio de toda la sociedad. Es nuestro gran privilegio personal descubrir esas capacidades, desarrollarlas y emplearlas para mi beneficio personal, primero; y luego para enriquecer a todos los que dependen de mí. Frustrarme en este punto, hace muy difícil que algo lo pueda compensar.
La tercera gran pregunta que determinará la calidad de mi vida es, ¿con quién la voy a compartir? Dios no me creó para que viva sólo. Más bien, Dios nos creó a todos para amar y ser amados; y dejar una descendencia tras nosotros. Pero siendo que las opciones son tantas, ¿cómo podemos estar seguros de quien será la persona correcta con quien valga la pena compartir mi vida? En este punto es donde tantas personas erran horriblemente el camino. Algunos confunden amor con lascivia, y entonces, ¿quién puede sorprenderse que el índice de divorcios esté arriba del 60% en California? Que triste recordatorio que la gran mayoría fracasa en esta decisión vital. El hecho que muchos prefieren un cónyugue del mismo género, nos indica que algo está profundamente mal en nuestra condición. Y que el 50% de los crímenes ocurran dentro de los hogares, es un sombrío recordatorio de las oscuras posibilidades que le pueden acaecer a cada persona.
Tristemente, la inmensa mayoría de los humanos prefieren hacer las cosas patas para arriba. Comienzan queriendo realizar su vocación personal o pensando que encontrarán la felicidad en la persona ideal y perfecta. No obstante, adoptar este orden de prioridades contrario a la realidad, es elegir caminar siempre en forma descendente.
Por el contrario, Jesucristo, el Hijo de Dios y el autor de la vida nos exhorta diciendo: “Elijan el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá como consecuencia”. Jesús, quien es nuestro fabricante, nos enseñó que el orden de prioridades debe ser Dios primero, y luego, El mismo nos ayudará con su poder infinito a realizar nuestra vocación suprema; y nos guiará a la persona que será nuestro complemento ideal en la vida. No sólo esto, sino que también por su amor y bondad eternos, está dispuesto a guiarnos en cada decisión que hagamos, sea grande o chica, dándonos su sabiduría; a bendecir nuestro esfuerzos de modo que tengamos prosperidad y hacer que nuestra vida valga la pena ser vivida, de modo que conozcamos la auténtica felicidad que brota de una relación personal con El.
Jesús dijo, busquen, elijan, (hagan la primera prioridad) el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá como consecuencia. Si usted es joven, puedo preguntarle, ¿cómo piensa hacer estas tres decisiones vitales? ¿Intentará tomar la segunda y la tercera, olvidando que si ignoramos a Dios, todo el edificio se desmorona? Si usted, es mayor, y ha dejado a Dios fuera de su vida, no me extrañaría que su existencia hasta aquí haya sido un viaje a lo largo de un túnel muy oscuro, frío y triste. Por lo tanto, le invito a volver a Dios, y a darle a Jesús el primer lugar en su corazón. Solamente El mismo por su poder infinito puede devolverle los años que le comió la plaga del pecado. Jesús prometió que quien confía y se apoya en él, tendrá todos sus recursos infinitos a su disposición. Por tanto, este día y esta misma hora son el mejor momento para encaminar su vida a la grandeza. Nunca lo olvide entonces, nuestra vida es lo que nuestras decisiones la hacen. Elija bien, dele la prioridad a Dios, y del resto se encarga El mismo. Los beneficios serán únicamente suyos para gozarlos en esta vida y toda la eternidad.
© 2024 Dr. Jorge Oscar Sánchez | Instituto de Liderazgo Cristiano