¿CÓMO PUEDO CONOCER A DIOS?

La universidad de Toronto, en Canadá condujo una encuesta de opinión entre sus profesores de todas las carreras científicas. La pregunta era: ¿Niega usted la existencia de Dios? ¿Cree usted en un Dios personal tal como se nos enseña en la Biblia? Más de 200 profesores participaron y cuando los resultados fueron publicados hubo una sorpresa considerable.

Los resultados revelaron que el 50% de los profesores dijeron no creer en Dios y el otro 50% afirmaron una fe personal, en el Dios de las Escrituras cristianas. Los dos grupos fueron exactamente iguales en números. Este resultado dio lugar a un debate considerable.

Si los dos grupos, eran de profesores con un notable nivel de educación general; de extensa especilización en su campo de investigación; y todos dotados de un elevadísimo coeficiente mental, ¿cómo se explica, entonces, que algunos respondieran que por ser científicos no podían creer en Dios; y que otros dijeran que por ser científicos, no podían dejar de creer en Dios?

En esta era de educación generalizada, hay muchos individuos que piensan que la fe en Dios es sólo para gente ignorante y superticiosa. Muchos afirman: “este es campesino bruto, por eso es cristiano” Lo notable es que también hay muchos campesinos ignorantes que son atéos. Y que hay muchos astronautas, muy educados, que caminaron por el suelo lunar y son cristianos; y otros como Yuri Gagarin (el primer hombre que voló al espacio) que salió al cosmos y regresó diciendo: “no vi a Dios”.

La encuesta de la universidad de Toronto demostró en forma definitiva que el conocimiento de Dios y la fe en él no depende de grados educativos, ni de poderes de razonamientos de la mente humana, ni de coeficientes de inteligencias elevados. Bien vale la pena, preguntarnos: ¿De qué depende, entonces, de que alguien crea en Dios o lo niegue? ¿Será cuestión de personalidad, temperamento, ambiente social? La respuesta a este interrogante la encontraremos en un episodio que viene de la vida de nuestro Señor Jesucristo.

Cierto día Jesús les lanzó la pregunta a sus díscipulos cercanos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” Los discípulos de acuerdo a una reciente encuesta de opinión que habían conducido, respondieron: “Unos dicen que eres Juan Bautista; otros que eres Elías y aun otros que eres algunos de los profetas antiguos que ha vuelto a la vida” Fue entonces que Jesús les hizo la pregunta decisiva: “¿Y quien dicen ustedes que soy yo?” El apóstol Pedro respondió: “Tu eres el Cristo; el Hijo del Dios viviente.” Fue como resultado de esta afirmación notable de Pedro, que Jesús hizo una declaración asombrosa, y que responde en forma definitiva el interrogante: ¿De qué depende que una persona crea o deje de creer en Dios? Jesús dijo: “Muy dichoso eres Simón, porque no te lo reveló hombre alguno, sino mi Padre que está en los cielos”(Mateo 16:17, en la Biblia).

Esta palabra revelar es la palabra críticamente decisiva en cuanto a como adquirimos el conocimiento de Dios. Note bien. Jesús dijo que Pedro llegó a confesar y a creer en Jesús como el Hijo de Dios, porque Dios el Padre había hecho una obra de revelación en la mente de Pedro. Sin esta obra, Pedro jamás hubiera creido. Hubiera sido como los demás que tenían noble opinión de Jesús, pero totalmente errónea. Creer que Jesús es una buena persona, un buen maestro o un profeta poderoso, nos deja fuera del Reino de Dios. No importa cuan elevada sea, si se queda corta a la hora de confesar a Cristo como el Hijo de Dios, es una opinión que nos deja en arenas movedizas.

¿Cómo se explica esto? ¿Por qué es necesario que Dios haga esta obra y sin ella nos perdemos? La Biblia responde: “Pero si el evangelio está escondido, entre los que se pierden está oculto, a quienes el dios de este siglo les cegó el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la luz de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo”(2 Corintios 4:4). Lo que esta afirmación nos enseña es que como resultado del pecado de Adán, una gruesa oscuridad espiritual ha venido a rodear la mente humana. Como resultado de esta niebla espiritual, ningún ser humano puede llegar a conocer a Dios mediante la ciencia, o las funciones de la mente o los procesos racionales. Nuestro problema es de orden espiritual. Cuando un ser humano dice no creer en Dios no es porque es educado, sofisticado o erudito; sino porque es esclavo de un poder superior que se ha apoderado de sus facultades mentales. Y a menos que Dios en su bondad quiera remover esa niebla, nadie jamás podrá llegar a conocer a Dios.

Esta función de revelación, de remover el velo que nos impide ver a Dios es pura y exclusivamente la prerogativa de Dios. Dios lo hace con quienes él quiere. El es absolutamente soberano en sus elecciones. Se lo reveló a Pedro y a las masas los dejó en su oscuridad espiritual creyendo que Jesús era uno de los profetas. Jamás un ser humano enceguecido por el poder del pecado, podrá jacatarse de que él buscó a Dios y que lo halló por sus habilidades superiores. Más bien, si alguien llegará a conocer a Dios dependerá de la misericordia de Dios. Y sin su obra de revelación nuestro destino está sellado para siempre; nuestra suerte es irreversible, nuestra condenación es eterna.

Cuando un ser humano, sea campesino o profesor de la Universidad de Toronto se confiesa ateo, está haciendo la horrible admisión que está fuera de los planes de Dios. Y cuando una persona está fuera de los planes de Dios, sólo le espera una vida de oscuridad en este mundo y en toda la eternidad.

Si llegar a creer en Dios y recibir su salvación, es el resultado de la obra de revelacion de Dios, entonces, ¿hay algo que yo pueda hacer para conocer a Dios? Permítame sugerirle tres pasos vitales: Primero, humíllese delante de Dios. Reconozca que EL es Señor; y usted y yo somos sus siervos. Y que si él nos da las espaldas, no habrá quien nos pueda ayudar. A Dios siempre se lo debe buscar sobre nuestras rodillas. Segundo, crea que existe y que recompensa a quienes lo buscan con sinceridad. Sin fe es imposible agradar a Dios. La duda nos debilita; la fe siempre será un medio de conocimiento y poder. Tercero, busque una Biblia, lea los evangelios y pídale a Dios de corazón que se revele a usted. Cuando menos lo espere, Cristo pronunciará sobre su vida una bendición tal como la que le dio a Pedro, aquel día que hizo su Gran Confesión en los polvorientos caminos de Israel. Y cuando le hagan una encuesta de opinión, podrá responder con San Pablo: “Yo se en quien he creído, y que es poderoso para guardar mi vida el día del juicio final”, porque Dios se lo reveló y le dió convicción absoluta y eternal.

Descargue Nuestra App IDLC

Escuche los sermones del Dr. Jorge Oscar Sánchez
las 24 horas desde su dispositivo.

© 2024 Dr. Jorge Oscar Sánchez | Instituto de Liderazgo Cristiano