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¿CÓMO LE RECIBO?

Cuando éramos niños, uno de nuestras diversiones favoritas era juntarnos entre varios, e ir a golpear la puerta del frente de las casas vecinas. Los que participábamos tomábamos turnos: una casa cada uno. Golpeábamos la puerta y luego corríamos a escondernos para ver la cara de los que salían en respuesta al llamado. Muchas veces veíamos de enojo, a veces una sonrisa, ya que expresiones de confusión, otras veces el dueño se daba cuanta de nuestra picardía. ¡Que frustrante debe haber sido salir porque se ha oído un llamado y luego no hay nadie en la puerta!
A la puerta de nuestra casa siempre hay un cúmulo de individuos que vienen a golpear. Vendedores que vienen ofreciéndonos ese producto que no podemos dejar de comprar, a menos que quisiéramos perder lo más valioso de la existencia. Diferentes organizaciones solicitando nuestra contribución para una obra de caridad. Parejas invitándonos a las actividades de su grupo religioso. La lista es realmente interminable.

Lo sorprendente es que entre los que se acercan a llamar a nuestra puerta hay alguien que jamás pensaríamos que tendría interés en hacerlo. De acuerdo a las nociones populares El es tan infinitamente grande y majestuoso, que nunca podría acercarse, y mucho menos interesarse por personas como usted y como yo, manchados y cargados de errores. Y sin embargo, Jesucristo, Dios hecho hombre nos dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo…si alguno oye mi voz, y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y el conmigo.” Cristo no solo se acerca porque tiene interés en nosotros, sino que también llama. Y muchas veces llama por largo tiempo me temo, sin que nosotros percibamos su llamado. ¿Cómo nos llama Dios? ¿Cómo podemos reconocer su voz entre tantas que apelan a nuestros sentidos? La mayoría de las veces nos llama por la palabra de un amigo que nos cuenta lo que Dios hizo en su vida, y como experimentó un cambio transformador desde que Cristo entró en su corazón. Como la tristeza y la desesperación fueron reemplazadas por la alegría y la esperanza. Como el vacío y la soledad tuvieron que dar paso al gozo y al amor. Otras veces Dios nos llama a través de la conciencia, ese testigo poderoso que siempre nos indica el camino mejor para nuestra vida. Que siempre nos recuerda en términos claros cual es la voluntad del creador, y en consecuencia como hacer decisiones correctas. Otras veces lo hace a través del sufrimiento: “Dios nos susurra en la prosperidad, nos habla en la adversidad, nos llama a gritos en el dolor”, decía el escritor C.S. Lewis. A través de un matrimonio que se tornó agrio, de una carrera académica que acabó en la nada, de un negocio que terminó en bancarrota, de un cambio de país. Dios nos recuerda que sólo con su ayuda podemos vivir una vida completa, triunfando sobre los problemas. Dios también nos llama por medio de su mensaje, la Biblia. La Biblia es como la carta de un padre que ha viajado lejos, y le escribe a su familia para recordarles su amor inalterable y su anhelo constante para que alcancen el bien supremo. Al leer la Biblia, más que una letra impresa, percibimos una voz poderosa llamando a lo profundo de nuestra alma. En ella descubrimos como es Dios, su plan para nuestras vidas, su amor eterno, sus promesas asombrosas.

Pero sospecho, que la forma más común con que Dios nos llama es a través de su mensaje predicado. Cuantas veces al asistir a un culto, el mensaje proclamado fue como una espada que penetró en nuestra alma. Parecía como su alguien le hubiera “soplado” al predicador quienes éramos nosotros, y él, en consecuencia, preparó el mensaje especialmente para ponernos el dedo en la llaga de nuestra necesidad apremiante. Fue a través del mensaje que llegamos a conocer nuestra condición delante de Dios, como pecadores rebeldes y soberbios, que hemos quebrantado todos sus mandamientos y que no hemos vivido de acuerdo a su voluntad. Entendimos como el pecado nos separa de Dios en el tiempo y por la eternidad, y como nos priva de su vida abundante. Pero también oímos del amor infinito de Dios, que envió a su Hijo bendito para que tomando nuestra naturaleza humana, pudiera morir en nuestro lugar, pagando nuestra deuda, y cargando nuestra culpa.
Supimos que su oferta es absolutamente gratuita para todo aquel que cree en El y está dispuesto a recibirle en su vida. Y a diferencia con cualquier juego de niños, o de un vendedor que golpea nuestra puerta impulsado sólo por motivos egoístas; Cristo por el contrario, cuando llama lo hace buscando nuestra felicidad suprema y completa, ya que todos sus propósitos son buenos y nobles. Y no me extrañaría en lo mas mínimo, que en este mismo instante esté llamando a la puerta de su vida y su corazón. Ya que El llama siempre, insistentemente. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo.” Esa es la parte de Cristo.
¿Cuál es nuestra parte? Jesús dice: “Si alguno oye mi voz y abre la puerta…” ¿Cómo puedo abrir la puerta a este huésped divino? ¿Cómo le puedo recibir en mi vida? Abrir la puerta demanda una ecisión personal. Recibirle es un acto voluntario, ya que Cristo nunca forzará la puerta de nuestro corazón. Nosotros debemos abrir. ¿Ha oído Ud. la voz de Dios? ¿Ha percibido su llamado? Si usted ha oído la voz de Dios llamándole y está decidido a invitar a Cristo a su vida sólo necesita una sencilla oración de fe, de modo que su sea invitación personal. Dios siempre escucha nuestra plegaria, ya que siempre está a nuestro lado esperando que le abramos. Si Dios le ha estado llamando desde hace tiempo, y usted está dispuesto a abrir la puerta, puede hacer la siguiente oración:

Bendito Señor Jesús: Te doy gracias por llamar a la puerta de mi vida. Reconozco que por años viví dándote las espaldas, sin hacer tu voluntad. Comprendo que mis pecados me separaron de ti y que he sido rebelde a tu llamado. Pero hoy me arrepiento, pido tu perdón y que me limpies de toda maldad. Te invito a que entres en mi vida, mi alma y todo mi ser. Te recibo como mi Señor y Salvador personal. Te doy gracias por amarme eternamente y adoptarme como tu hijo. Te pido que me des la fuerza para seguirte y servirte todos los días que me des. Lo pido en el nombre de Cristo Jesús.

Si Ud. hizo esta oración sinceramente, de todo corazón, tenga plena certeza que Cristo le ha oído. Y de acuerdo a lo que Él promete, ha entrado en su corazón. Y cuando Él entra lo hace una vez y para siempre, nunca más vuelve a salir. Dice la Biblia: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre les dio el derecho de ser hechos hijos de Dios.” Cuando Cristo es invitado a nuestra vida, Él a su vez nos adopta como sus hijos. Desde ahora y por toda la eternidad.
Además también promete: “Y cenaré con él y él conmigo.” Una cena siempre es símbolo de amistad y compañerismo. Cuando Cristo es invitado a entrar, él anhela desarrollar una amistad creciente y dinámica con cada uno de nosotros, de tal manera que su gozo, amor, propósito, fe, y bondad llenen todos nuestros días. Él nos ayudará en nuestras decisiones, nos sostendrá en las dificultades, nos hará sentir su amor y su presencia. Y sobre todo, nos capacitará para enfrentar la eternidad.
Sí, recibir a Cristo en nuestra vida es la decisión más importante que debemos hacer. Afecta toda nuestra vida y determinará nuestro destino en la eternidad. ¿Ha recibido a Cristo en su vida y su corazón? Si no lo ha hecho todavía, en este momento le invito a responder a su llamado. A responder en fe a su promesa de bendición, tomando la iniciativa de abrir la puerta de nuestra vida y nuestro hogar.
Sí Jesús llama, llama muchas veces, está llamándole en este momento. Pero no llama para siempre. Cuando uno llega a una casa y golpea a la puerta y nadie responde, seguimos nuestro camino. Con Jesús es exactamente igual. Por estas razones, le invito en este momento a recibir a Cristo en su vida y su corazón. Y tenga la certeza que la promesa de Jesús se cumplirá de manera creciente a partir de este instante.

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