MELVIN HODGES
EL DESARROLLO DEL VARóN DE DIOS

JORGE OSCAR SÁNCHEZ MINISTRIES

Capítulo 1
EL BLANCO DE NUESTRO DESARROLLO
“Prosigo al blanco."

El hombre puede ser conocido por la meta o blanco supremo que persigue en su vida. La grandeza de una persona se mide por lo noble o lo mezquino de su ideal.  ¿Cuál es el blanco?  ¿Cuáles son los móviles? Esto es lo que revela la verdadera persona. Nuestro progreso y desarrollo en el ministerio cristiano depende, en gran parte, de la meta que tenemos por delante, y de la fe y disciplina que empleamos para alcanzarla. 

Es evidente que el apóstol Pablo se preocupaba más por su desarrollo como cristiano que por su progreso como ministro. En este pasaje se destacan frases que ponen de relieve su sentir: “A fin de conocerle,” “y ser hallado en él.” Quería “ganar a Cristo”. ÉI no hace mención en particular de su ministerio, pero el pensamiento de progreso en el ministerio está entretejido con el de su desarrollo personal como creyente. EI apóstol no pensaba que su ministerio era algo que estaba separado de su vida cristiana. Su ministerio era el producto y el resultado natural de su relación con Cristo. De modo que cuando hablaba de alcanzar el premio de la soberana vocación en Cristo, manifestaba el anhelo dominante de su vida, el de conocer a Cristo. Así debe ser, puesto que el problema de progreso en el ministerio es, antes de todo el del desarrollo de la vida espiritual del ministro. El problema principal de nuestro ministerio no surge de afuera, sino de adentro. Si aprendemos bien esta verdad, habremos dado un paso muy importante hacia el verdadero éxito espiritual en el ministerio. 

Es muy natural culpar a los demás cuando fracasamos, en vez de buscar la causa dentro de nosotros mismos. Nos consolamos con excusas: las circunstancias eran desfavorables; a la congregación le hacía falta espiritualidad; o nuestros colaboradores tenían prejuicios contra nosotros. ¡Qué difícil es ser sinceros y francos con nosotros mismos! Soñamos de pastos más floridos y verdes más allá, y nos imaginamos lo que pudiéramos hacer si nos transportáramos a un ambiente más favorable a nuestro talento y capacidad, y al mismo tiempo cerramos los ojos al hecho de que la causa verdadera de nuestra derrota está dentro de nosotros mismos. Al llegar a “conocer a Cristo” como él propone que le conozcamos, nuestro ministerio también llegará a la meta que Jesús le ha señalado. 

¿Qué queremos decir al hablar de “éxito” y “progreso” en el ministerio? Es necesario entender nuestro verdadero blanco. No nos conviene medir el éxito espiritual por las normas corrientes del mundo sin Cristo. En el mundo social y comercial se mide el éxito del individuo por factores visibles y palpables: el aprecio de los colegas, el salario que se recibe, la fama de que se goza. En el ministerio espiritual no se pueden aplicar las fórmulas que rigen para el mundo. Para nosotros la pregunta no es: ¡Me aprecian mis colegas?” sino, “¿Gozo de la aprobación de Dios?” Tampoco corresponde la pregunta: “¿Qué salario me pagan?” sino “¿Cuánto contribuyo al reino de Dios?”  No es lícito juzgar nuestro éxito haciendo comparaciones entre el número de la congregación nuestra y el de las iglesias vecinas, sino que, básica y finalmente, existe un solo criterio para medir mi éxito: ¿Estoy cumpliendo la voluntad de Dios para mi vida? La voluntad de Dios no llevara a ministrar a veces 5,000personas, como lo hizo Cristo en ciertas oportunidades, o igualmente puede llevarnos a apartarnos de las multitudes y caminar a pie para hablar a una sola persona.  A veces oiremos a las multitudes exclamar, “¡Hosanna en las alturas!” y otras veces lucharemos a solas en el triste Getsemaní.  Solo la voluntad de Dios tendrá valor e importancia para nosotros.  Como dijo el apóstol Pablo: “Reputo todas las cosas perdida…para ganar a Cristo, y ser hallado en él.”  Nada tiene importancia, ni la entrada triunfal, ni la vía dolorosa al Calvario, sino solamente el cumplir con la santa voluntad de Dios.  Ni las multitudes, ni el salario, ni el aplauso, ni los resultados visibles serán la medida de nuestro éxito.  La única medida que reconoceremos es: “Si alcanzo aquello para lo cual fui también alcanzado de Cristo Jesús.”  Si alcanzamos un ministerio verdadero, será porque alcanzamos la participación de la vida de Cristo.  Debemos ser hombres de visión con el blanco verdadero puesto delante: debemos ser hombres de fe, y de un propósito santo y único de proseguir al blanco, al premio de la soberana vocación.  Cumplir la voluntad de Dios será la pasión suprema de nuestra alma, y todo lo demás lo tendremos por estiércol, rechazado y olvidado, mientras proseguimos al blanco, que consiste en cumplir la perfecta voluntad que Dios ha trazado para nuestra vida.

Capítulo 2
LA POSIBILIDAD DEL DESARROLLO

Es una de las tragedias del ministerio cristiano que tantos de nosotros somos enanos espirituales, cuando Dios de sea que seamos gigantes. A cierta edad en la vida dejamos de crecer. Muchos gozan de un desarrollo prometedor al principio, tanto en su vida espiritual como en su capacidad ministerial, pero después de un tiempo dejan de avanzar y apenas logran mantener el mismo nivel. ¿Por qué no siguieron creciendo? Puede haber muchas causas, pero posiblemente una de las principales sea la falta de visión. Posiblemente el ministro haya concluido que su primera visión fue solo una fantasía y que no podrá “alcanzar las estrellas.” Al comparar su propio ministerio con el de sus colegas, resuelve que va a quedar satisfecho con lo asequible. En otras palabras, decide que ya ha alcanzado su meta, y que ya no seguirá luchando para alcanzar el objetivo de su primera visión. Prácticamente, es víctima del desánimo. 

EI apóstol Pablo declaro: “No que ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si alcanzo…” Cuanto más admirable es esta declaración cuando recordamos que el apóstol que hablaba no era un joven entusiasta, al principio de su ministerio, sino que era Pablo, el anciano. Este es el hombre que había levantado iglesias, hecho milagros, impuesto las manos sobre los creyentes para que fuesen llenos del Espíritu Santo. Había abierto el camino misionero a través de Asia Menor y Europa. Había recibido revelaciones y visiones, había escrito epístolas, había sido apedreado, azotado, y puesto preso. Aun al escribir estas palabras, él estaba preso, privado de su ministerio activo y de su contacto con las iglesias que tanto amaba. Ciertamente, si hubiera alguno que pudiera haber dicho que había alcanzado la meta, ese sería el apóstol Pablo. Seguramente si alguien pudiera haber reclamado su derecho de descansar satisfecho de lo que había alcanzado, y decidido que ya había alcanzado la cumbre de su ministerio, era él. Pero aun en medio de tantas circunstancias desfavorables, él acepta el reto de alcanzar lo que todavía no había alcanzado: “Prosigo, por ver si alcanzo aquello para lo cual fui también alcanzado de Jesucristo… extendiéndome a lo que esta delante, prosigo al blanco.” Sin embargo, nosotros, que no hemos alcanzado ni la centésima parte de lo que Pablo había alcanzado, nosotros, cuyo ministerio no puede ser comparado con el del gran apóstol, nos encontramos satisfechos, o si no satisfechos cuando menos conformes, con lo que hemos alcanzado, y decimos por nuestros hechos, si no por nuestras palabras, “Ya lo he alcanzado. No puedo esperar más desarrollo en mi vida y ministerio.” ¡EI gigante se propone crecer más; pero nosotros los enanos decimos que ya somos suficientemente grandes! 

Dios tiene un plan para cada vida. Aun cuando habremos alcanzado para hoy el propósito de Dios para nosotros, de tal manera que podremos decir con confianza, “Yo he hecho toda la voluntad de Dios,” sin embargo, el reto del mañana ignoto y del propósito divino para nuestra vida, desconocido por el momento, nos presenta la posibilidad de crecimiento futuro y de grandes aventuras con Dios. 

Nunca llegaremos al punto donde podremos decir, “Ya soy perfecto, ya todo lo sé.” En una ocasión estaba esperando en la presencia de Dios, cuando me vino la pregunta, “¿Puedo yo con derecho esperar más? He predicado sermones, he pastoreado iglesias, he enseñado a ministros más jóvenes, he abierto nuevos campos y fundado nuevas iglesias, he visto avivamientos y he tenido ciertas responsabilidades en la obra del Señor. ¿Puedo yo esperar algo nuevo?  ¿No será mi ministerio futuro simplemente una repetición de algún aspecto de mi ministerio pasado?” AI pensar en eso, vino la contestación de parte de Dios, en parte una reprensión y en parte una inspiración: “¿Hay acaso límite en Dios?  ¿Puedo yo conocer todo lo que hay que aprender de Dios?  ¿Podemos experimentar la obra de redención de modo que agotemos todas sus posibilidades?” 

EI evangelio es la manifestación del mismo Dios en la redención de la humanidad. En este ministerio del evangelio somos socios y colaboradores con Dios; por tanto, las posibilidades de crecimiento y de expansión en este ministerio son tan infinitas como lo es el mismo Dios. Aunque conozcamos la Palabra de Dios, capítulo por capítulo, versículo por versículo; aun cuando entendamos todas las interpretaciones de los puntos difíciles de doctrina; aun así, la aplicación de estas verdades maravillosas, por el amor y la fe en nuestra propia vida y ministerio, requerirá, no una sola vida, sino mil vidas como las nuestras, y todavía no habremos podido alcanzar todas las posibilidades. Cada nuevo día es un nuevo reto. Cada nuevo problema es una oportunidad para probar a nuestro Dios. Cada oportunidad para servir es una nueva empresa que acometemos por fe en las posibilidades de nuestra colaboración con el Dios vivo. Las limitaciones están en nosotros mismos, en nuestra débil fe, en nuestra limitada visión, pero no hay límites en Dios. Las posibilidades de nuestro desarrollo no son limitadas desde el punto de vista divino, sino que los límites son marcados por nuestra débil comprensión, nuestro poco valor y nuestra falta de fe.

Nos cuentan de una anciana que siempre había deseado ver el océano. Los años pasaron y la oportunidad le fue negada hasta un día cuando sus nietos le dijeron: “Abuelita, te vamos a llevar a ver al mar.” Llego el día cuando la llevaron a la orilla del mar. Ella quedo mirando la inmensa expansión de agua por algunos momentos, hasta que uno de sus nietos le dijo: “Bueno, abuelita, ¿y como te parece?” Ella contesto, y se podía apreciar un poquito de desilusión en su voz, “¿Solo es esto?” 

Nosotros diríamos: “Pero abuelita, ¡tu no comprendes lo que estás viendo! Este mar alcanza mucho más allá de la vista. Lo que ves es solamente el principio. Este océano toca las playas de las tierras heladas del norte, y las islas calentadas por el sol tropical en el sur. Hay profundidades aquí en este mar que el hombre nunca ha podido explorar. Este océano es grande e inmenso más allá de la capacidad de nuestras mentes de comprenderlo.” Pablo habla del amor de Cristo que sobrepuja todo conocimiento. Así es también con nuestra experiencia en Dios. Yo digo que conozco a Dios, pero lo que quiero decir, en realidad, es que yo conozco aquellas partes de aquel Gran Mar donde mi propia vida ha tenido contacto con el infinito Dios. Yo me he parado a la orilla de ese Mar infinito y he experimentado los beneficios de la limpieza divina. La ola sanadora ha inundado mi ser y yo he sido sanado. EI poder divino ha tocado mi vida y yo he recibido una llenura del Espíritu Santo. He sido participe con él de este ministerio glorioso de la redención. 

Todo esto yo comprendo más o menos como aquella ancianita que contemplaba al mar. Pero más allá de las experiencias de mi propia vida y ministerio están las grandes expansiones del mar del amor, del conocimiento y del poder de Dios. EI me está llamando a que le conozca. EI me lanza un reto para que procure un desarrollo mayor, a fin de que pueda tener acceso a las regiones todavía no exploradas de su persona, y del ministerio de su redención. ¡Que posibilidades de crecimiento tengo delante de mí! No quiero descansar en este punto, cerca de la orilla, sino que quiero proseguir al blanco para alcanzar el premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.

Capítulo 3
LA NECESIDAD DEL DESARROLLO

Es menester que crezcamos para no frustrar el propósito divino. Dios nos ha escogido y nos ha llamado. Tan ciertamente como miro a los humildes pescadores en la orilla del mar de Galilea, y los llamó para que le siguieran con la promesa que los haría pescadores de hombres, así también a nosotros nos ha mirado y llamado, no en vista de lo que ya somos, sino de lo que llegaremos a ser. 

EI apóstol Pablo lo explica de la siguiente manera: “Prosigo, por ver si alcanzo aquello por lo cual fui también alcanzado de Cristo Jesús.” La palabra alcanzar quiere decir, en el lenguaje original, capturar o tomar preso. Pablo vio que en su vida anterior era un fugitivo que huía de Dios. En el camino a Damasco Dios le alcanzo, le tomo preso. Dios echó mana de Pablo con un propósito especial. Hablando a Ananías, Cristo le dijo: “Porque instrumento escogido me es este para que lleve mi nombre” (Hechos 9: 15). Pablo mismo narra su entrevista con Dios en el camino a Damasco y dice que Jesús le hablo con estas palabras: “Mas levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto te he aparecido, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que apareceré a ti” (Hechos 2:1). Pablo había sido llamado para que conociera a Cristo y le sirviera. Ahora, recordando aquella escena en Damasco, mide su vida espiritual y su ministerio, comparándolos a la visión que había recibido al tiempo de su llamamiento y dijo: “Prosigo, por ver si alcanzo aquello por lo cual fui también alcanzado de Cristo Jesús.” 

Esta verdad no es aplicable solamente al apóstol Pablo, sino también a nosotros. La pregunta importante es: ¿Con qué fin fui alcanzado de Cristo? ¿Cuando me salvó y me llamó a su ministerio, ¿con qué fin lo hizo? ¿Habré yo alcanzado aquel propósito? ¿Habrá él planeado más para mí de lo que he alcanzado?” Si, tanto más que solamente Jesús lo sabe. Su Espíritu nos infunde deseos profundos e indecibles; nos enseña las posibilidades en Dios: amar como Cristo amaba; creer a Dios como Cristo le creía; ministrar para la redención de la humanidad como el ministraba, libre de las cadenas carnales. 

Vemos estas cosas y sabemos que es el Espíritu Santo quien nos está llamando. Pero al mismo tiempo vemos la cruz y sabemos que tendremos que pagar el precio de una crucifixión. Posiblemente nos vendrá la tentación de esquivarnos de las responsabilidades y decir que la verdadera vida espiritual no es para nosotros, que nos contentamos con alcanzar un promedio mediocre. Nos sentimos, a la verdad, medio avergonzados de aspirar a algo más allá de ese promedio. Por, sobre todo, queremos evitar que nos llamen fanáticos. 

Ciertamente no deseamos un crecimiento falso.  EI Espíritu Santo no nos llama para ser excéntricos o fanáticos. Dios nos llama a un cristianismo amplio y completo -a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo- a que alcancemos la voluntad perfecta de Dios en nuestra vida. Dios no quedara satisfecho con menos. No hablo aquí de la perfección absoluta cuando pregunto: “¿Cuántos de nosotros hemos alcanzado un cien por ciento de nuestras posibilidades en Dios? ¿Cuál es el plan de Dios para nosotros hoy día? ¿Estamos satisfechos de alcanzar el cincuenta por ciento de las posibilidades en Dios para nuestras vidas? ¿De alcanzar el setenta y cinco por ciento?  ¿El noventa por ciento?” ¡Ojala que no quedemos satisfechos con menos de cien por ciento de la realización de la voluntad de Dios en nuestra vida! Es menester avanzar si no quiero quedarme como un enano espiritual, un pigmeo en Dios. Tengo que crecer, o quedará frustrado el propósito de mi Padre, quien ha deseado y ha planeado tanto para mi bien espiritual. 

La obra de Dios exige nuestro desarrollo. La iglesia está en el proceso de ser edificada, y el reino de Dios ha de ser extendido en la tierra. La obra del Señor requiere evangelistas capaces que podrán alcanzar a las multitudes, pastores y maestros que puedan enseñar y guiar a la grey de Dios.

¿Hemos reflexionado alguna vez respecto de lo que haría el apóstol Pablo si el estuviese en nuestro pueblo, o en nuestra iglesia?  ¿Estaría contento con el progreso espiritual que se está haciendo? Pero decimos: “Yo no soy el apóstol Pablo. EI apóstol Pablo no está aquí.” ¡Claro que no!  EI no está aquí, y nunca lo estará. ¡Pero, nosotros si! A nosotros se nos ha hecho un llamamiento divino. EI Espíritu Santo es nuestro ayudador tal como lo era de Pablo, o cuando menos, lo quiere ser. 

¿Qué clase de iglesia desea Dios en nuestro pueblo si nos pudiera usar totalmente en la forma que él anhela?  ¿Cuál sería el ambiente espiritual de la iglesia?  ¿Cuántos miembros tendría? Nadie puede contestar tales preguntas, pero todos diríamos, sin duda, que Dios anhela y desea hacer mucho más por nosotros de lo que él está haciendo. He aquí la clave del asunto: Tenemos que crecer en nuestro ministerio para que se haga la obra de Dios. 

Me ha tocado a mí visitar varios países de la América Latina y enseñar a los pastores. Muchas veces han sido hombres que no han tenido una preparación adecuada, pues Dios los había salvado de una vida de pobreza y de vicios. Dios los ha regenerado, y los ha llenado del Espíritu Santo y los ha llamado al ministerio. He tenido la oportunidad de dirigir la palabra a estos hombres, que desde el punto de vista humano no llenan los requisitos para una tarea tan grande, y les he procurado mostrar que tienen una gran labor por delante: los pueblos y los valles de su país tienen que ser evangelizados, hay oposición que vencer, y la iglesia tiene que ser establecida. 

He procurado mostrarles la visión de lo que Dios quiere hacer en su país. Luego les he dicho: “No vendrán ministros de los Estados Unidos para hacer este trabajo. Tampoco vendrán de Europa o de otro país vecino de la América Latina. Si se hace esta obra, ustedes, hermanos, llamados de Dios y revestidos del poder del Espíritu Santo, son los que tienen que hacerlo. Si en este país ha de haber iglesias con quinientos miembros, luego ustedes tendrán que crecer para que puedan llegar a ser pastores de iglesias con tantos miembros. Aquí entre ustedes hay evangelistas, hay maestros, hay pastores. No podemos medir las posibilidades que hay en cada vida. Pero es menester que crezcan espiritualmente. Dios confía en ustedes para el desempeño de esta tarea tal como él depositó su confianza en los discípulos a quienes encomendó la tarea de evangelizar el mundo.” 

Lo que es válido para ellos, es también válido para nosotros. La obra de Dios hoy día requiere hombres de estatura espiritual. Para nosotros es el reto. No pidamos a Dios que nos dé una tarea más pequeña, sino pidamos que nos de crecimiento espiritual a fin de que podamos cumplir con la tarea que tenemos delante de nosotros.

Capítulo 4
EL MÉTODO DEL DESARROLLO

El desarrollo no es resultado de la casualidad. Tampoco es instantáneo, sino que es un proceso. Es verdad que, espiritualmente gozamos de ciertas experiencias en las cuales nuestro entendimiento es iluminado, y nos viene una nueva comprensión de Cristo. De un día a otro, posiblemente nos encontramos en un nuevo nivel de vida espiritual. Esta nueva iluminación puede ser el resultado de una llenura del Espíritu Santo, una experiencia en la sanidad de nuestros cuerpos, alguna contestación definida a nuestra oración, o alguna intervención divina en nuestra vida. Estas experiencias son en parte el resultado del crecimiento en Dios, y también proveen una base para un desarrollo futuro, pero estas experiencias, en sí mismas, no constituyen el desarrollo. El desarrollo depende de lo que hacemos con tales experiencias. Hay individuos que han recibido experiencias maravillosas de iluminación divina y no han sabido aprovecharlas. El desarrollo es un proceso y requiere tiempo. 

Aun así, el tiempo no es el factor de suprema importancia. Lo que vale es lo que está pasando dentro de nosotros con el correr del tiempo. Debemos recordar que el mismo periodo de tiempo que permite el desarrollo de un árbol fuerte y robusto, también contribuye a la destrucción de otro árbol con corazón podrido y carcomido. El paso de tiempo para uno significa desarrollo, para el otro debilitamiento y muerte. El tiempo es importante en el desarrollo. Alguien ha dicho correctamente que se requieren veinte años para hacer un sermón, porque se requieren veinte años para el desarrollo del predicador. A veces el ministro joven cree que lo único que necesita para su desarrollo para tener un ministerio con éxito, es el tiempo suficiente. “Hoy no tengo experiencia, pero después de pocos años todo eso se cambiará y habré alcanzado el éxito.” Pero el tiempo solo no es suficiente. 

¿Cuáles son los factores que trabajan dentro de nosotros? ¿Son factores de crecimiento o de decadencia? Esto, si, es importante. En ninguna otra esfera es más importante el dicho, “Lo que el hombre sembrare, eso también segará.” Nuestra vida cristiana y nuestro ministerio de hoy son el resultado de lo que sembramos ayer. Nuestro ministerio de mañana será la cosecha de la semilla que hoy sembramos. Por tanto, si he de tener un ministerio espiritual mañana, es crucial que siembre hoy la semilla que producirá tal ministerio. Si yo siembro el descuido, la indiferencia, la desconfianza, la duda, la envidia, el orgullo, el egoísmo, la ambición carnal y el amor a la comodidad, el resultado tendrá que verse en la cosecha de mañana. Si en cambio yo siembro el amor, la fe, la esperanza, la disciplina espiritual, la consagración, y procuro agradar a Dios, con toda seguridad la cosecha de mañana revelara el resultado del desarrollo espiritual en la vida personal y en el ministerio. 

Hay que recordar que nuestro ministerio público queda finalmente limitado a nuestro desarrollo espiritual. No debemos confundir el éxito aparente en público con el desarrollo espiritual. Un joven empezó en el ministerio. Aparentemente todo le favorecía. Tenía una personalidad simpática, un modo de hablar muy agradable, predicaba un mensaje dinámico. Al poco tiempo recibía invitaciones de predicar en iglesias grandes, y se le presentaban oportunidades más allá de su propia región. Su éxito se consideraba como cosa asegurada. Pero evidentemente el desarrollo espiritual de su propia vida no quedaba a la par de su éxito aparente en el ministerio. Tal vez confiaba demasiado en su propia capacidad. Posiblemente el éxito le vino demasiado fácilmente, y no se sentía en la necesidad de fortalecer su vida en Dios. No puedo yo decir lo que sucedía en el fondo de su vida personal, pero de repente su ministerio se desmoronó. Salió del ministerio y dejó la iglesia. ÉI había gozado de éxito, pero no había experimentado un desarrollo espiritual genuino. Vino el día cuando su ministerio tuvo que buscar el mismo nivel de su vida espiritual. La única manera segura de desarrollar nuestro ministerio es por el desarrollo de nuestra vida espiritual. Pablo comprendió esto y exclamó: “Reputo todas las cosas como pérdida… a fin de conocerle.” 

Antoine de Saint-Exupery, escribiendo de su amada Francia, después de su derrota ante los ejércitos de Hitler, dijo: “Victoria… derrota… No entiendo el significado de tales términos. Una victoria ensalza, otra victoria corrompe. Una derrota mata, otra trae vida. Dime qué clase de simiente se encuentra en tu victoria, o en tu derrota, y yo te diré tu futuro… Hay solamente una victoria que sé que es segura, y esta es la victoria en la energía de la simiente.” Esto es verdad, no solamente con respecto a una nación como la de Francia, sino que tiene su aplicación también en cuanto a nuestro ministerio. Ninguna victoria es, en si misma, final y completa; ninguna derrota es absoluta. ¿Cuál es nuestra actitud en la victoria o en la derrota? ¿Cuáles semillas estamos sembrando? Esto es lo que vale. 

He aquí un pastor que ha tenido dificultades con la congregación. Ha habido errores y mal entendimiento, y él no ha podido mantener la armonía entre los miembros. Por tanto, se ha decidido que un nuevo pastor debe ocupar el puesto. Así, el ministro sale de su pastorado en derrota. ¿Cuál será su actitud?  ¿Permitirá que la dureza y amargura llenen su corazón?  ¿Echará la culpa a otros, menos a él mismo?  ¿Acusará a los líderes denominacionales de haber mostrado parcialidad?  ¿Permitirá que los resentimientos llenen su corazón? Si es así, él ya está sembrando la semilla para otra derrota futura. Al contrario, puede ser que el reconozca que ha sido en parte culpable de la dificultad. Puede ser que pida a Dios el perdón para el mismo y para su pueblo. Posiblemente permitirá que su corazón sea quebrantado a causa de la dificultad que ha venido a la iglesia. Procurará sabiamente rectificar sus errores y pedir a Dios que le conceda la sabiduría necesaria para evitar errores semejantes en lo futuro. Si es así, su derrota puede ser un paso hacia la victoria más grande de su vida. 

¡He aquí otro cuadro! Vemos a un evangelista que ha gozado del éxito; su ministerio es bien recibido y tiene muchas oportunidades para servir a Dios. Pero otra vez la pregunta es, ¿Cuál semilla sembrará con su éxito? ¿Llegará a ser arrogante y jactancioso? ¿Caerá víctima del amor al dinero? ¿Se creerá ser muy grande y escuchará las mentiras de Satanás? ‘Ahora eres un éxito. Vas a ser famoso. Tu nombre será conocido de todos.’  ¿O tendrá la comprensión espiritual suficiente para reconocer que todo ha sido resultado de la gracia de Dios? ¿Se ocultará detrás de la cruz de Jesús sin querer recibir la gloria de los hombres?  ¿Quedará tan pendiente de Dios después de cinco años de ministerio como lo era la primera vez que se puso de pie para predicar?” Nuestro ministerio futuro depende de la clase de semillas que sembramos hoy. No hay manera de escapar la ley de la siembra y la cosecha.

Capítulo 5
DESARROLLO POR LA RECEPTIVIDAD

Cuando Jesús quiso enseñar una de las verdades básicas de la vida espiritual, dijo: “Miren los lirios del campo, como crecen: no trabajan ni hilan; más les digo, que ni aun Salomón con toda su gloria fue vestido, así como uno de ellos” (Mateo 6:28,29). ¿Cómo crecen los lirios? Bueno, ciertamente crecen sin cuidado, sin afanes. No trabajan, ni hilan. Crecen porque reciben. Asimilan de los elementos de su ambiente los alimentos esenciales para su crecimiento. Reciben su alimento del suelo, absorben la humedad, reciben la luz del sol, y crecen. 

La vida cristiana es un camino de doble vía: damos y recibimos. Nos damos a Dios. Nos rendimos a él. Nos consagramos a su servicio. Buscamos primeramente el reino de Dios y su justicia. Luego abrimos nuestros corazones y Dios nos da. Nosotros entregamos nuestro todo a Dios. Recibimos lo que necesitamos de Dios por gracia y por la fe. EI que haya aprendido estos dos puntos habrá dominado los puntos fundamentales del desarrollo espiritual. 

Encontramos esta verdad a través de la Biblia. Para poder recibir de Dios, tenemos que principiar por donde Dios empieza, y esto es con el reconocimiento de nuestra necesidad. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos.” Los que tienen hambre y sed son los que no tienen suficiente para satisfacer su necesidad. Son los que no tienen, quienes recibirán. Es preciso el reconocimiento de nuestra debilidad e insuficiencia. Isaías dijo que “Los mancebos se fatigan y se cansan, los mozos flaquean y caen.” Los mancebos son los más fuertes para la carrera. Pero aun ellos caen. Aquí vemos el reconocimiento de la debilidad humana. Pero nuestra debilidad tiene que ser rendida a Dios. “Mas los que esperan a Jehová, tendrán nuevas fuerzas.” 

En el capítulo quince de Juan vemos la parábola de la vid y los pámpanos. Otra vez vemos que Jesús hizo resaltar esta misma verdad: “Sin mí, nada pueden hacer. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así  también vosotros, si no estuviereis en mí. Si estuvieren en mí, y mis palabras estuvieren en vosotros, pedid todo lo que quieran, y les será hecho.” Allí lo tenemos otra vez. Le entrego a Dios mi insuficiencia. Yo espero en él; permanezco en él, con fe y receptividad. Al permanecer en Jesús, esperando en él como la única fuente de mi fuerza y ayuda, reconociendo que sin él nada puedo hacer, entonces, la vida de la vid vitaliza al pámpano, y produce el fruto. Pablo aprendió bien esta lección. La aprendió por medio de un aguijón en la carne (2 Corintios 12). Tuvo que reconocer su insuficiencia: “Por lo cual me gozo en las flaquezas, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy poderoso.”  Había aprendido a recibir fuerzas en medio de su debilidad, potencia en medio de la aflicción-había aprendido a recibir de Dios. 

EI secreto del desarrollo es aprender a apropiarnos de lo que necesitamos de las riquezas inagotables de Dios, día por día, momento por momento, según lo requiera la ocasión. EI autor de la Epístola a los hebreos nos exhorta, diciendo: “Procuremos pues entrar en aquel reposo.” Hay reposo en la receptividad. También tenemos que esforzarnos para entrar en aquel reposo. Esta es una de las paradojas de la vida cristiana, pero tendremos más que decir sobre este punto en el capítulo siguiente.

Capítulo 6
DESARROLLO POR MEDIO DE LOS CONFLICTOS

  1. La Batalla para Dominar la Carne. 

En el capítulo anterior tratamos del desarrollo por medio de la receptividad. Hemos dado cierto énfasis a que es obligatorio rendir a Dios nuestra incapacidad y recibir por su gracia y por medio de la fe, lo que necesitamos. Sin quitar nada de lo hermoso de esta verdad, debemos ahora contemplar otro aspecto de nuestro crecimiento en la gracia. 

Aquí encontramos una de las profundas paradojas de la vida cristiana. Trabajamos, y al mismo tiempo descansamos. Todo es de gracia, pero al mismo tiempo estamos en un conflicto que requiere el mayor esfuerzo de cada uno de nosotros. Pablo hablo de proseguir al blanco y extenderse a lo que está delante. En otro lugar, la vida cristiana se compara a un conflicto y el creyente es considerado un soldado. Sin procurar explicar aquí esta paradoja, aceptemos el hecho de que estas dos verdades representan dos aspectos de la vida cristiana, ambos esenciales a nuestro crecimiento en la gracia y al desarrollo de nuestro ministerio. No podemos leer las palabras del apóstol Pablo sin reconocer que hay una oposición a nuestro avance cristiano; hay obstáculos y barreras que tenemos que vencer. La vida cristiana es un campo de batalla, y esta batalla es especialmente feroz en la vida del ministro. 

En un capítulo anterior hemos visto que Dios necesita de instrumentos para que cumpla su propósito en su Iglesia y en su reino. Vimos que el éxito del reino de Dios depende del llamamiento de vasos escogidos y de su preparación para ser vasos de honra. Los siervos del Señor son la clave del avance del reino de Dios. En otras palabras, estamos en el ministerio porque Dios nos ha llamado con un propósito especial. Si Dios logra nuestra cooperación, puede hacernos instrumentos de bendición para su reino. Por otra parte, el enemigo del reino de Dios comprende bien que este ministerio ocupa un lugar estratégico. Si él logra frustrar los propósitos de Dios en la vida de los siervos de Dios, habrá podido dar un golpe mortal al propósito de Dios en la tierra. Por tanto, no es una exageración decir que de una forma muy especial la vida del ministro llega a ser un campo de batalla entre las fuerzas de justicia y las fuerzas del mal, que luchan por el dominio absoluto del individuo. 

Es muy importante, pues, que cooperemos sin reservas con Dios, porque esta batalla no es por el dominio de un campo inerte, sino una batalla por el dominio de la voluntad humana. Examinemos ahora tres aspectos del conflicto: la batalla por el dominio de la carne, de la mente, y del espíritu. 

  1. La batalla por el dominio de la carne. En la batalla por el dominio de nuestra vida, la batalla por el dominio de nuestro cuerpo físico es uno de los aspectos más fácilmente entendidos. Al emplear la palabra carne, la uso en el sentido más sencillo. No me refiero esencialmente al sentido teológico en que la carne significa la naturaleza carnal. Aquí me refiero más bien al cuerpo físico del hombre, el cual Dios creó en el principio y dijo que era “bueno,” el cual por causa de la caída del hombre llego a ser dominado por el pecado, pero ahora, redimido por Cristo Jesús, puede servir a Dios en santificación y honra. Permítaseme mencionar dos peligros especiales en lo que respecta a nuestro cuerpo físico que debemos evitar si es que esperamos alcanzar el desarrollo espiritual. 

EI peligro que mencionare primero es el amor a la comodidad física. Procede de la falta de diligencia. Tal vez podamos llamarlo pereza con más claridad. Se debe a la falta de disciplina personal. Seguimos la ley del esfuerzo mínimo y el cuerpo llega a ser nuestro amo, en lugar de ser nuestro siervo. EI cansancio físico llega a ser razón suficiente para excusarnos de nuestra responsabilidad espiritual. EI que sucumbe a este ataque hará las cosas que le son placenteras, y dejara de hacer las tareas difíciles y desagradables. 

La falta de diligencia puede expresarse en diferentes maneras. Puede haber falta de cuidado en cuanto a la apariencia personal. Ha habido casos cuando ministros no han podido entrar en un ministerio más amplio y fructífero por falta del cuidado personal en cuanto a la ropa, la barba, y el aseo general. Los obreros que han vivido toda su vida en el campo deben tener un cuidado especial para presentarse en tal forma que su ministerio sea también aceptable a las congregaciones en la ciudad. Esto se aplica, no solamente a la apariencia personal, sino también al vocabulario, que a veces es bastante diferente entre la ciudad y un distrito rural. La falta de diligencia también puede manifestarse en la afición a los pasatiempos, como la charla con amigos en vez de dedicarse a la oración y al estudio, la afición al deporte, la lectura frívola y los programas de radio y televisión. EI peligro es que estas cosas pasen más allá de una simple recreación y lleguen a impedir el cumplimiento de las responsabilidades serias del ministerio cristiano. 

Con frecuencia he oído a pastores quejarse porque no tienen tiempo suficiente para el estudio o la lectura de buenos libros. Mis palabras no son aplicables con igual fuerza a todos, puesto que algunos pastores trabajan demasiado, y ponen en peligro su salud. Hay pastores que desde las tempranas horas del día hasta las altas horas de la noche se ocupan en la extensión del reino de Dios. A otros, sin embargo, es preciso recordar que la mayoría de nosotros perdemos mucho tiempo en el curso de una semana. Habrá pastores que no son tan diligentes en cumplir el trabajo de su ministerio como lo son los miembros de su congregación en el desempeño de su trabajo material. Estos llegan a su trabajo a las ocho de la mañana y trabajan hasta las cinco de la tarde. El ministro no tiene patrón que le llame la atención si pierde tiempo. Por consiguiente, es fácil encontrarse ocupado con una multitud de detalles menores en el curso del día, tales como los quehaceres domésticos, la visita a los vecinos y la lectura de periódicos, en vez de dedicarse al estudio y a la oración, que son nuestra principal responsabilidad. Las horas se pasan, y al fin el obrero se encuentra sin preparación para su tarea espiritual. Estas son costumbres que tendrán que ser corregidas, si queremos crecer en nuestro ministerio. 

El pastor debe preparar un horario para las actividades más importantes del día, el cual seguirá concienzudamente, cuando menos cinco días de la semana. EI horario debe incluir tiempo para la devoción privada, la lectura de buenos libros, la preparación de sermones, la intercesión por las necesidades de los miembros y de la iglesia, y las visitas. Sería provechoso asignar cierto tiempo para cada actividad. No hay que omitir una actividad del horario solamente porque no nos es agradable. Algunos pastores encuentran la visitación más placentera que el estudio y la oración. A otros les gusta el tiempo de estudiar, y la visita es una tarea desagradable. El ministro fiel no dejará de cumplir con un deber solo porque le es desagradable. 

Si una persona no puede hallar tiempo suficiente en el día para hacer las cosas que debe hacer, deberá dividir sus horas en periodos más cortos. Posiblemente no tendremos una hora todos los días para dedicarla a un estudio particular, pero es probable que podremos encontrar quince minutos todos los días. ¿Desea Ud. aprender el inglés o el griego?  ¿Por qué no asignar quince minutos al día, cinco veces a la semana, para este estudio? He leído de un hombre que aprendió el francés, ocupando solamente diez minutos al día, mientras que andaba en el tranvía de su casa al lugar de trabajo. Nos dicen que Alejandro Maclaren, el autor del famoso juego de libros de quince tomos, “Expositions of the Scriptures” (Exposiciones de las Escrituras), logró completar tan magna tarea dedicando media hora todos los días, antes del desayuno, durante varios años, a este trabajo. Era un pastor muy ocupado, pero halló el tiempo necesario para hacer tan grande contribución a la literatura evangélica. La verdad es que hacemos las cosas que deseamos hacer. Si de veras deseamos estudiar y aprender, hallaremos el tiempo necesario para hacerlo. 

En la vida de un pastor es inevitable que el horario que él haga sea interrumpido de vez en cuando. No abandone Ud. su horario solo porque sufre algunas interrupciones. Cuando hay interrupción, en lugar de dejar el horario, regrese a su tarea lo más pronto posible, después de que haya terminado el motivo de la interrupción. Haga planes para su desarrollo intelectual y espiritual. Consiga buenos libros, y aparte el tiempo suficiente para leerlos.  ¡Aun quince minutos al día es mejor que nada!  ¡Quien puede dar el número de buenos libros que se quedan sin ser leídos en las bibliotecas de los pastores! 

Tenemos que librarnos de la esclavitud a la comodidad física. EI ministro debe disciplinarse para cumplir sus compromisos a tiempo. ¡Obedezcamos el proverbio y no dejemos de sembrar porque veamos unas nubes en el cielo! 

EI segundo peligro proviene de nuestros apetitos físicos. Los apetitos naturales físicos no son pecaminosos de por sí. Formaban una parte de la naturaleza humana antes de que entrara el pecado. Sin embargo, cuando los apetitos físicos exceden los límites puestos por Dios, llegan a ser pecaminosos. EI exceso de sueño e inactividad hacen al perezoso. EI comer demasiado hace al glotón. Y cuando una persona permite que los deseos sexuales dominen la vida, resulta un hombre sensual, si no inmoral. La estrategia de Satán es tentar al hombre de tal manera que los poderes que ha recibido de Dios sean abusados y usados en una manera que Dios no haya ordenado. El enemigo toma una facultad buena que Dios ha puesto dentro de nosotros, la tuerce y llega a ser pecaminosa, y la usa para destruirnos. EI secreto de la victoria no es procurar eliminar por completo todos los impulsos naturales que Dios nos ha dado, sino consagrarlos a él. Tenemos que llevarlos a Cristo y reconocerle a él como el Señor de nuestra vida entera. No debemos reconocer a ningún otro señor de nuestra vida interior sino solo al Señor Jesucristo. A medida que le rendimos todos nuestros poderes y apetitos naturales, él los santifica de modo que contribuyen a nuestra edificación y al avance del reino de Dios, y no a nuestra destrucción. G. Campbell Morgan demuestra que el apóstol Pablo, al tratar de las limitaciones de la libertad cristiana, indica tres pruebas que debemos usar en cuanto a nuestros apetitos físicos (1 Cor 6:12; 1 Cor 10:23): 

“Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen”; o literalmente, “mas no todas las cosas me ayudan (no me facilitan el progreso en la vida cristiana.)” “Todo me es lícito, mas no todo edifica”; es decir, ciertas cosas me pueden ser licitas, pero no ayudan a otros. No debo hacer tropezar a mi hermano. Debo considerar si mis acciones van a ayudar a los demás o a entristecerlos. “Todas las cosas me son lícitas, mas yo no me meteré debajo de potestad de nada;” es decir, ningún apetito, ninguna pasión, puede ser mi amo. Cristo Jesús debe reinar supremo en mi vida. 

Cristo enseñó la gracia divina, y con igual fuerza enseñó la disciplina cristiana. El nos ha enseñado que debemos tratar sin piedad cualquier cosa que sirva de obstáculo a nuestra vida cristiana o dispute el señorío divino sobre nuestras vidas. “Si tu mano te escandalizare, córtala.” “Si tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo.” “Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo.” Si descubrimos que nuestra mano quiere asirse de cosas que van a impedir nuestro desarrollo cristiano, ¡cortémosla! Si comprobamos que nuestros pies nos llevan en la dirección contraria al reino de Dios, ¡parémonos! ¡Saquemos el ojo codicioso! ¡No miremos! Esta disciplina también se extiende a las cosas legítimas. Tenemos que estar dispuestos a dejar casas y terrenos, padre, madre, esposas y maridos si es necesario, por el reino de Dios. Cristo tiene que ser Señor absoluto de nuestra vida. Si no, no podremos ser sus discípulos (Lucas 14:26 y 27:33).

Capítulo 7
DESARROLLO POR MEDIO DE LOS CONFLICTOS

  1. La Batalla para Dominar la Mente. 

La batalla para dominar la mente es de suprema importancia estratégica, puesto que el pecado no puede llegar a ser un hecho si no nace primero en nuestro pensamiento. Lo que somos es el producto de lo que pensamos. E. Stanley Jones en su libro The Way (EI Camino) hace la significativa declaración: “En toda lucha entre la imaginación y la voluntad, la imaginación siempre sale victoriosa. Lo que logra captar la atención de la mente tiende a pasar directamente al hecho.” 

La tentación a la impureza de nuestros pensamientos es el ataque más insidioso que emplea Satanás en contra del soldado de la cruz. Obtenemos la victoria, no tanto combatiendo los malos pensamientos por la propia fuerza, sino mirando hacia Jesús. Hay que llevar el problema a Cristo, descubrirlo ante su presencia y recibir la gracia de Dios, traduciéndola en acción positiva y creadora. Pablo nos dice en Romanos 12:21, “No seas vencido de lo malo; mas vence con el bien el mal.” Vencemos los malos pensamientos y tentaciones empleando nuestras energías en acción positiva, más bien que mirando dentro de nosotros mismos y permitiendo que el problema ocupe nuestra mente. Se vence el mal con el bien. 

Un amigo mío se compró una motocicleta. Quiso aprender a manejarla y fue a un potrero para no tener que pensar en otros vehículos. El potrero era muy amplio y el lugar muy favorable para su propósito. Anduvo bien, pero de repente fijó su mirada en un poste que estaba en el centro del potrero. Pensó para sí: “Ojalá que no de con ese poste.” Pero aparentemente, ya que había visto el poste, le tenía cierta fascinación. Al ver que la maquina iba directamente al poste, le daba más miedo, y como por encanto fue a chocar directamente con el poste que tanto temía. El poste había captado su atención, y porque no pudo quitar la vista de él, le hizo fracasar. 

De la misma manera, no alcanzamos la victoria mirando a la tentación, sino poniendo los ojos en Cristo. AI principiar a alabarle a él, los poderes de las tinieblas tienen que perder su dominio sobre nuestra mente. Es importante ocupar las energías para propósitos creadores. Más bien que luchar a solas con los pensamientos impuros, ayudará si uno cambia su actividad totalmente y sale a visitar, ora por un amigo enfermo, o escribe una carta a alguien que necesite de su ayuda y ánimo. ¡Prepare un sermón! ¡Visite a un amigo o conocido para Ilevarle a Cristo! ¡Prepare un ataque contra Satanás! 

La batalla para dominar la mente incluye la tentación a la duda. Todo creyente sufre la tentación de dudar, en una forma u otra. Esto hay que esperarlo, puesto que tenemos que pelear “la buena batalla de la fe.” Si no hubiese dudas que combatir, tampoco habría necesidad de pelear la batalla de la fe. Con algunos la duda puede relacionarse a problemas intelectuales. Aparentes discrepancias entre las interpretaciones de la ciencia moderna y nuestra interpretación de la Palabra de Dios pueden presentar problemas que confunden y dejan inquieta la mente. Razonamientos filosóficos pueden turbar la tranquilidad del alma y dejarnos con dudas. 

Con otros la tentación asumirá otra forma. La tentación a la duda puede ser más personal. La víctima no duda de la existencia de Dios, pero si duda de su cuidado de él. Le parece que Dios le ha olvidado y no escucha sus oraciones. Puede llegar a creer que Dios esta justamente enojado con él, y que no perdonará su pecado. En tales conflictos la mente suele dar vueltas, a veces encontrando un motivo de aliento en alguna razón o circunstancia, mientras que en otras se hunde en las profundidades de la desesperación. 

Cualquiera que sea la clase de conflicto mental, ya sea tentación a la impureza, a la duda o al desánimo, el camino a la victoria es el mismo. Tenemos que llevar nuestra duda o nuestro desánimo a Cristo. Un momento en la presencia de Cristo resuelve los problemas más eficazmente que un año de argumentos o razonamientos al nivel meramente humano. 

En mi propia experiencia, cuando la batalla de la duda viene a quitarme la tranquilidad, he tenido que retornar, vez tras vez, a la roca inconmovible de nuestra fe: Jesucristo resucitó de los muertos. ¿Resucitó Jesucristo de entre los muertos o no? Si resucito de entre los muertos, él es Hijo de Dios. Si él resucito de los muertos, él vive hoy triunfante y eterno. Si resucito de los muertos, es Señor de todo. Puede ser que no conozca yo la solución de los problemas, pero se que Jesús tiene la solución. Su muerte en la cruz demuestra su amor por mí. Su resurrección demuestra su poder para salvarme eternamente.  Puede ser que no entienda yo todo y no tenga las respuestas a todas las preguntas que acuden a la mente, pero yo puedo confiar en él, quien murió por mí y vive como mi Rey y Salvador. Calmando mi corazón por un momento en la presencia del Cristo viviente, encuentro una respuesta a mis preguntas más satisfactoria que la que pudiera hallar en mil libros. ¡Yo sé que él vive, y por tanto, todo va bien! 

Se ha dicho con razón que, el desánimo es una arma favorita de Satanás. Sin duda es la verdad, y él ha podido usar esta arma eficazmente en contra de muchos gigantes espirituales. Aún Moisés y Elías tuvieron que luchar contra esta estratagema de Satanás. Muchas veces ayudará, cuando estamos tentados al desánimo, el examinar francamente la causa. Usualmente descubrimos que el desaliento no viene a nosotros porque creemos que Dios no ha sido glorificado en nuestras vidas y ministerio, sino más bien porque estamos desilusionados con nosotros mismos. Nos creíamos mejores y más capaces, y no hemos podido cumplir con la imagen mental de nuestro concepto del éxito. Habíamos esperado más consideración y más comprensión de parte de amigos y miembros de la iglesia, y no las hemos recibido. El amor propio ha sido herido, y entonces nos permitimos el lujo de sentir lastima de nosotros mismos, y caemos en el desánimo. Nos ayudará, tal vez, el reconocer que pocas veces nos desanimamos porque las almas no se convierten. Lo que nos desanima no son las cosas más importantes. También nos ayudará si, como Elías en medio de su gran desánimo, huimos, como él hizo, al “monte de Dios.” Llevemos nuestro desaliento a Cristo. Una vez que él hable a nuestro corazón y nuestros pensamientos vuelvan de nosotros mismos a él, el desánimo huirá y la esperanza nacerá de nuevo en nuestras almas.

Capítulo 8
DESARROLLO POR MEDIO DE CONFLICTOS

  1. La Batalla para Dominar el Espíritu. 

 

El conflicto más feroz de todos es la lucha para dominar el espíritu humano. Es natural que sea así, desde luego que el espíritu es la parte más sublime de la naturaleza humana, pues es por medio del espíritu humano que el hombre puede tener contacto con Dios. Desde luego, los peores pecados no son los de la carne sino los del espíritu. Hablo en esto muy humanamente, puesto que en realidad no tenemos manera de saber como Dios juzga entre los pecados o entre los grados de pecar. Los pecados de la carne son mas visibles, y por regla general son juzgados por malos tanto por el cristiano como por el inconverso, mientras que los pecados del espíritu son tolerados, y a veces alabados, por la gente del mundo. 

Algunos han creído, equivocadamente, que el espíritu humano es completamente puro y santo y no puede pecar. No obstante, en 2Cor 7: 1, el apóstol Pablo nos amonesta; “Limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios.” La inmundicia del espíritu abarca los pecados de la idolatría, hechicería, y, por supuesto, el principio básico de todo pecado, el orgullo. 

Es un hecho que, es en la esfera del espíritu donde llegamos a comprender mejor el origen de todo pecado. Satanás se rebeló contra Dios e introdujo el pecado en el universo, cuando era todavía un arcángel del cielo. Su pecado tan grave contra Dios fue cometido en la esfera del espíritu, puesto que él no tenia cuerpo físico, cuando menos en el sentido que nosotros entendemos la palabra. La mayoría de los maestros bíblicos creen que la narración de la caída de Lucero, hijo de la mañana, de Isaías capítulo 14, es el relato de la caída de Satanás y la introducción del pecado en el universo. EI pecado entró en el corazón de Luzbel cuando dijo, “Subiré al cielo en lo alto, junto a las estrellas de Dios ensalzaré mi trono… y seré semejante al Altísimo.” (Compárese Ezequiel, capitulo 28:13-19). 

En esta actitud de ensalzamiento personal encontramos la verdadera naturaleza del pecado. Podemos comparar a Dios, el Creador, al sol de nuestro sistema solar, y las criaturas celestiales a los planetas. Así, como los planetas giran alrededor del sol, así también, los seres creados por Dios hallan su órbita, sirviéndole y adorándole a él. EI misterio de la iniquidad principió a obrar cuando Luzbel permitió que la ambición y el orgullo entraran en su corazón. Llegó a desear para sí mismo el lugar central del universo, y para lograr este fin se rebeló contra Dios. Luego inyectó este mismo espíritu de rebeldía y de ensalzamiento de sí mismo en el corazón de Eva, con sus palabras astutas y mentirosas; “EI día que comieres de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses, sabiendo el bien y el mal” Desde entonces, la característica básica del hombre caído ha sido el deseo de convertirse en el eje de su propia existencia. Por tanto, el hombre es un rebelde infeliz, que lucha contra las leyes de la verdadera naturaleza del universo. 

La redención de Jesucristo corrige esta situación. Jesús vino y dijo: “Heme aquí para que haga, OH Dios, tu voluntad.” “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió.” Por su obra el restableció al hombre en su relación correcta con Dios. Sin embargo, Satanás todavía lucha por dominar el espíritu del hombre. En ninguna esfera será la batalla más feroz que aquí, y en ningún aspecto de la vida queda el hombre en tanto peligro de engañarse a sí mismo como en esta esfera del espíritu humano. 

El siervo del Señor debe estar siempre alerta contra el peligro de ser dominado del espíritu de orgullo. Ni los jóvenes, ni los ancianos quedan exentos de este peligro. Al alcanzar cierto éxito, muchas veces el siervo de Dios oye la voz sutil del enemigo diciéndole: “Ahora sí, vales para algo. ¡Serás famoso! ¡Has logrado el éxito!” Tales pensamientos son sumamente agradables al oído del hombre carnal y estamos en peligro de creer estas sutiles mentiras de Satanás. 

También tenemos que precavernos de la atracción que ejerce la ambición. 

Hay una ambición espiritual que agrada a Dios. Una ambición de crecer en la gracia de Dios, en el amor, en utilidad a Dios y a los hombres, no es solamente legítima sino que debe ser una pasión consumidora. En cambio, la ambición de ocupar un puesto, la ambición de adelantarnos por alcanzar mayor prestigio o ganancia financiera es una ambición fatal. Esta ambición conduce a celos y rivalidades entre hermanos. Antes de juzgarnos libres de culpabilidad en este respecto, debemos preguntarnos con franqueza si nos sentimos contentos cuando uno de nuestros colegas en el ministerio pasa a ocupar un puesto más importante del que nosotros ocupamos.  ¿Nos sentimos incómodos cuando nuestro vecino es elogiado como predicador elocuente?  ¿Nos resentimos por el éxito ajeno?  ¿Procuramos restar importancia al éxito ajeno, y lo atribuimos al favoritismo? Si lo hacemos así, aun secretamente, indica que no estamos libres de ambiciones carnales. 

Otro pecado del espíritu es la dureza de corazón

Es posible que cierta insensibilidad y dureza entren en nuestro trato con los demás. Por ejemplo: es fácil permitir una cierta aspereza en nuestro trato con los miembros de nuestra familia.  ¿Perdonamos las ofensas?  ¿Somos bondadosos y misericordiosos con nuestros amados? Tenemos que ver que nuestro trato en el hogar sea correcto, justo y amable. Si no, una raíz de amargura brotara y nos impedirá la plenitud del poder. El pastor nunca debe subir al púlpito para predicar con un espíritu de aspereza y amargura. La esposa del pastor debe saber mas que nadie que él es sincero y que se está esforzando para ser ejemplo del espíritu de Cristo. 

También el amor cristiano debe regir en nuestro trato con todos nuestros hermanos y miembros. El espíritu áspero y criticón nos dañará a nosotros mismos. Algunos ministros permiten que una actitud de resentimiento los domine. Les parece que son víctimas de una discriminación injusta de parte de otros. Se quejan de que otros tienen suerte, pero a ellos les tocan solamente los lugares difíciles. Murmuran contra los funcionarios de la iglesia; no pueden hablar bien de sus colegas que trabajan en las iglesias vecinas; y también se quejan contra los diáconos y ancianos de la directiva de la Iglesia local. 

Sucede a veces que un ministro pasa de Iglesia a iglesia, de un pastorado a otro, y siempre deja tras de sí huellas de resentimientos y congregaciones divididas y corazones amargados. Aun así, nunca piensa que el mismo es el culpable. No puede reconocer que es su propia actitud la que está produciendo tales resultados. La amargura y dureza de espíritu pueden arruinar el ministerio de un hombre igual como lo pueden hacer los pecados de la carne. 

En este conflicto entre Dios y Satanás, entre la luz y las tinieblas, entre la espiritualidad y la carnalidad, en el cual la vida del ministro mismo llega a ser un campo de batalla, es menester que día tras día nosotros nos pongamos al lado de Dios y en contra de los estorbos y pecados que nos impiden en nuestra carrera para alcanzar el premio de la alta vocación de Dios en Cristo Jesús.

Capítulo 9
DESARROLLO EN LA DIRECCIÓN

  1. Dirección Pastoral. 

“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo ejemplo de la grey. Y cuando aparezca el príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1Ped 5:2-4). 

EI apóstol Pedro dirige sus palabras a aquellos que tienen la responsabilidad de pastorear la grey de Dios. EI ministro es como un pastor ayudante, que trabaja bajo la dirección de Cristo, el príncipe de los pastores. La iglesia pertenece a Cristo, no al ministro. EI Señor Jesús, como cabeza de la iglesia entera, entrega una porción de la grey al cuidado del pastor de la congregación local. Es como si él dijera: “Son mis ovejas. Pastoréalas por mí. Cuídalas como yo las cuidaría.” 

La dirección de la grey de Dios requiere ciertas cualidades rectoras en el ministro. En el principio, estas cualidades serán desarrolladas imperfectamente. Es posible que en el principio de su ministerio de pastorear la grey, el pastor cometa errores. Puede ser que no sepa alimentar debidamente a la grey de Dios, y las ovejas se pondrán débiles y enfermizas. Tal vez el número no aumentará bajo su cuidado. Esto muestra la necesidad de que el pastor crezca en su habilidad para la dirección de la grey, que desarrolle aquellas cualidades que le harán un hábil pastor de la grey. 

EI ser un verdadero pastor requiere que el ministro vaya delante de las ovejas y les muestre el camino. La ilustración es la de un pastor oriental que iba delante de su grey, dirigiéndola a los pastos o al redil. No las arreaba como ganado, ni tampoco seguía a las ovejas, sino que andaba delante de ellas y las dirigía. La labor de un pastor requiere habilidad, tanto espiritual como administrativa. 

En el primer lugar, debe dirigir por el ejemplo. EI pastor no debe limitarse simplemente a decirles a sus feligreses lo que deben hacer, o el rumbo por donde deben andar, sino que él debe demostrarlo por medio del ejemplo de su propia vida, para que vean con claridad lo que se espera de ellos. Por regla general, una congregación aprende más de nuestras actitudes, nuestro ejemplo y nuestra conducta, que escuchando nuestros sermones. Puede ser que predicamos unos sermones excelentes sobre la oración, pero si nuestras propias vidas quedan estériles en este respecto, los miembros de nuestra congregación seguirán el ejemplo de nuestra vida más bien que la exhortación de nuestra predicación. Podemos predicar sobre las virtudes del amor y la paciencia, pero si nosotros mismos mostramos un espíritu de venganza o falta de templanza en momentos de tensión, y pronunciamos palabras ásperas, la grey será influenciada más por nuestro ejemplo que por nuestra predicación. 

No es a la hora de predicación en el púlpito cuando se muestra nuestro verdadero carácter o nuestra actitud, sino que es en esos momentos descuidados, cuando creemos que nadie nos esta viendo, que revelamos lo que somos en verdad.  ¿Cómo nos comportamos cuando estamos de viaje con un grupo de hombres?  ¿Qué clase de cuentos nos hacen reír?  ¿Obedecemos las leyes del país?  ¿Procedemos con honradez en los asuntos de negocios, o sacamos ventaja de otro menos despierto que nosotros?  ¿Somos igualmente cristianos cuando no estamos actuando en el rol de un ministro del evangelio? Estos momentos cuando no estamos bajo los reflectores, estas actitudes personales, cuando no nos consideramos con la responsabilidad de nuestra profesión, son cosas por las cuales se pueden medir las verdaderas normas de nuestra vida. 

La vocación de un pastor será revelada por la calidad de su dirección espiritual. Debe saber a dónde está llevando la grey, como también el camino por el cual podrán llegar a su destino. No es difícil imaginarnos como el pastor oriental haría sus planes para proveer las necesidades de su grey. “Hoy llevaré las ovejas al lado de la sierra, porque ha llovido y debe haber pastos verdes y nuevos.” o, “Hace mucho calor; las llevaré al valle y las pastorearé junto a las corrientes de agua.” 

EI pastor tiene que saber dónde están los pastos a los cuales quiere conducir su grey. EI pastor de la grey de Dios debe haber experimentado en su propia vida la realidad de lo que predica. EI debe saber mas que ninguno lo que la iglesia necesita.  ¿Hay necesidad de avivamiento? ¿Se requiere enseñanza? ¿Es un tiempo propicio para una campaña de oración? ¿Debe haber un esfuerzo de evangelización para ganar a los inconversos? 

EI verdadero pastor tendrá una intuición espiritual con respecto a las necesidades de su grey. Las debe percibir antes de que tales necesidades se hagan sentir en la congregación misma. No debe ser un seguidor de la grey, sino un guía que muestra el camino, uno que vive en contacto con Dios, de tal manera que pueda recibir la dirección divina para cada paso que se debe tomar. 

Puesto que una de las actividades principales y uno de los fines mayores de la iglesia es adorar a Dios en espíritu y en verdad, el ministro debe desarrollarse en la capacidad de dirigir la congregación en la adoración a Dios. Esto no quiere decir sencillamente dirigir un himno de alabanza u ofrecer una oración, aunque estas actividades son necesarias y contribuyen al fin mencionado. Él debe buscar cómo crear el ambiente de adoración en los cultos. 

A veces el pastor sufre de la tentación de pensar que el tiempo de culto es el tiempo en que la congregación puede escuchar su sermón. Muchas veces considera que los himnos y la oración son actos preliminares al evento principal, el mensaje. Debemos recordar que el espíritu de alabanza y adoración prepara la congregación para recibir la Palabra de Dios y que mucho más puede lograrse en los momentos en que la congregación se pone en contacto vital con Dios, expresándole alabanzas, adoración, y devoción a su Cabeza, que en una hora de instrucción desde el púlpito sin que los corazones estén bien preparados. 

Para dirigir la congregación en la adoración, el pastor mismo debe cultivar la actitud de adoración. Además, será necesario que él se tome el tiempo suficiente para esperar sin prisa en la presencia de Dios. La iglesia necesita, continuamente, practicar la simplicidad de adorar a Dios en espíritu y en verdad. Los himnos y la liturgia del culto nunca deben llegar a ser un fin, sino solamente un medio para llegar al contacto directo con Dios. La iglesia hoy día necesita aprender de nuevo la simplicidad de la adoración. La dirección del pastor en este asunto será el factor principal que determinará si la adoración vital llegará a ser o no una experiencia común en la vida de su iglesia. 

La dirección espiritual incluye la provisión para las necesidades espirituales de la congregación. Un ministro fiel es uno que da alimento a tiempo a la familia de su Señor. Es necesario determinar la clase de alimento espiritual que la iglesia necesita. La predicación y enseñanza del ministro deben proveer una dieta bien equilibrada. EI pastor debe desarrollar un ministerio para los inconversos como también para los creyentes. Algunos tienden a dar énfasis a un aspecto de la verdad y dejar por olvidados otros. Unos son predicadores “duros” y sus temas favoritos son la disciplina y el juicio. Su ministerio en favor de la iglesia es casi exclusivamente un ministerio de corrección. La iglesia necesita de disciplina, pero también necesita de mensajes de consuelo y ánimo. 

El pastor debe desarrollar un ministerio de enseñanza, haciendo la presentación de verdades doctrinales una parte básica de sus sermones. La predicación que se basa en la exposición de las Escrituras es muy importante y muy necesaria hoy día. Al predicar las doctrinas de la Biblia, tengamos cuidado de desarrollar todos los aspectos de la verdad divina. Evitemos llegar a ser temáticos y limitarnos a la exposición continua de temas favoritos, como los temas proféticos, excluyendo todos los demás. Nuestros mensajes deben presentar nuestra responsabilidad hacia Dios y la iglesia, como la consagración, la santidad de vida, la responsabilidad financiera a la iglesia, el deber de ser testigos, la oración, etc. Estos mensajes que, demuestran nuestra responsabilidad hacia Dios, deben ser alternados con los que presentan la gracia de Dios al creyente, tales como los que tratan de la obra expiatoria de Cristo, su resurrección, su ministerio sacerdotal, la obra del espíritu Santo en el creyente: mensajes basados sobre las promesas de Dios dirigidas a los cristianos, que les animarán y edificarán en la fe.

Capítulo 10
DESARROLLO EN LA DIRECCIÓN

  1. Dirección Administrativa:

El pastor no es solamente un administrador de la verdad divina, sino que es la  cabeza reconocida de la congregación y administrador de la organización de la iglesia, con la tarea de promover la buena voluntad y el espíritu de cooperación entre los miembros. Esto requiere capacidad ejecutiva. 

En el mundo del comercio y la industria se considera de suma importancia el factor de las relaciones humanas. En un estudio hecho de ciertas industrias principales se halló que las dos terceras partes de los trabajadores que habían sido despedidos de su empleo lo habían sido porque no podían llevarse bien con sus compañeros. También se envió un cuestionario a ciertas compañías industriales, preguntando los requisitos y capacidades que buscaban en uno que ocupara un puesto administrativo en su organización. La respuesta de la mayoría puso como requisito número uno, “La habilidad de llevarse bien con los demás.” 

Si es de tanta importancia en el mundo comercial, donde tratan solamente de cosas que tienen valor material, cuánto más necesario será en la obra de la iglesia, donde tratamos exclusivamente con valores espirituales y donde el factor de las relaciones humanas desempeña un papel aún más importante que en el mundo comercial. 

Para crecer en dirección administrativa, es necesario estudiar la naturaleza humana. EI pastor debe estudiar las características de su pueblo y de sí mismo. Algunos ministros no pueden quedar en un pastorado por mucho tiempo. Parece que tienen la funesta facultad de crear más problemas de lo que pueden resolver. Las dificultades les siguen por dondequiera que vayan, porque no han aprendido los principios básicos de las buenas relaciones humanas. EI verdadero cristianismo da como resultado buenas relaciones humanas. Esperamos que el evangelio mejore las relaciones entre los miembros de una familia, como también las relaciones entre vecinos. Que contraproducente resulta, entonces, si el pastor de una Iglesia no sabe llevarse bien con los miembros de su grey. 

Una de las primeras cosas que el pastor aprenderá es que sus miembros necesitan atención individual; el debe conocer a sus ovejas, y no todas son iguales. Tienen personalidades diferentes y difieren en cuanto a sus necesidades. Unos son fuertes y estables, capaces de andar, por la mayor parte, sin mucha atención personal de parte de su pastor. Otros necesitan palabras de aprecio y animo en forma continua. Las ovejas y los corderos requieren trato diferente. Que “consoléis a los de poco ánimo,” dice la Escritura. Algunos pastores dicen que no pueden perder el tiempo siendo “nodriza de los niños” de la congregación. Sin embargo, Dios requiere que el pastor cuide de los corderos que necesitan atención especial. 

EI pastor tiene que cuidar de todo el rebaño, no solamente de aquella parte de la grey con la cual tiene una compatibilidad natural. Tiene que aprender a tratar con todo tipo de personas. Habrá en su congregación hombres fuertes, caudillos, y habrá también seguidores. A algunos pastores les gusta trabajar con los fuertes y no toman en cuenta a los seguidores. Otros tienen miedo de los hombres fuertes y quieren trabajar solamente con los más débiles, que les seguirán fácilmente. Pero el pastor bueno aprenderá a trabajar con ambas clases, con los líderes fuertes y los seguidores también. Debe cuidar a los ancianos y a los jóvenes también. 

Esto nos trae a la consideración de una causa de dificultad para algunos, es decir, la tendencia de mostrar favoritismo y parcialidad. Hay algunos pastores que quieren hacerse muy amigos de ciertas personas de su congregación, porque simpatizan con ellas personalmente, mientras se olvidan de otras. No hay modo mejor para crear desacuerdos e inconformidades entre los miembros de la congregación. EI pastor debe ser bondadoso y amigable aun con aquellos que se le oponen. Si el pastor sabe que ciertas familias no tienen simpatía para con él, y que dan su voto para que otro le sustituya en el puesto, debe ser suficiente magnánimo de espíritu para poder tratarles con bondad y amor. Después de todo, ¡no es un pecado que un miembro prefiera el ministerio de otro al nuestro! Algunos pastores, sin embargo, se han resentido con los tales, los han considerado rebeldes y han buscado como quitarlos de puestos de influencia en la Iglesia. Tal actitud demuestra falta de desarrollo y madurez espiritual de parte del pastor. 

Se necesita con especialidad establecer relaciones armoniosas con los miembros de la directiva de la iglesia. Indudablemente, si un pastor quiere tener un ministerio largo y fructífero en una iglesia, tiene que saber cómo llevarse en armonía con los representantes oficiales de la congregación. Algunos pastores tienen un cierto prejuicio en contra de toda directiva o consistorio de la iglesia, y llegan hasta el punto de hablar de ellos en cierto tono burlón, como si fueran un impedimento al progreso de la iglesia. Que ha habido ocasiones en que la relación entre pastor y los diáconos de la iglesia no ha sido de las mejores, no se puede negar. Pero los diáconos ocupan un lugar importante en la obra de la Iglesia por la voluntad de Dios, y el pastor no debe tenerlos en poco. De otro modo, el pastor puede encontrarse en la necesidad de estar cambiando pastorados cada dos o tres años. 

Hay ciertas dificultades comunes que el pastor tiene que vencer al tratar con la junta directiva de la Iglesia. Puede ser que el pastor, sin reconocerlo, tenga un poco de miedo a los diáconos. Puede haber oído de otro pastor que el consistorio de la iglesia ha sido el motivo de dificultades para los pastores anteriores. Este conocimiento puede hacer que el pastor asuma una actitud defensiva, de modo que no quiere depositar su confianza en los diáconos y llamarlos para consultar en los asuntos de la obra. Tal actitud de parte del pastor puede impedir una relación amistosa con los diáconos. A veces sucede que el pastor mismo no reconoce la importancia de la unidad de acción de parte de él y la junta directiva, y esto le lleva a procurar arreglar los asuntos el mismo, o directamente con la congregación. Haciéndolo así, el puede ofender a los diáconos por la falta de confianza que muestra. Para algunos pastores la junta directiva es “un mal necesario,” que debe ser pasado por alto cuando es posible hacerlo, y tolerado cuando no se puede pasarlo por alto. Esta actitud, por supuesto, es una base segura para una dificultad futura. El pastor necesita reconocer que no puede trabajar solo, aun cuando sea un ministro muy capaz. La obra de la Iglesia requiere la unidad y la cooperación; y el pastor competente es el que inspira a los demás a trabajar entusiasta y armoniosamente. 

Algunas de las dificultades entre el pastor y la junta directiva se derivan de la falta de un verdadero entendimiento de la relación que debe existir entre el pastor, la junta, y la iglesia. Será provechoso que, muy al principio de su periodo de servicio, el pastor explique a la Iglesia y a la junta lo que él espera de ellas, y también que tenga un entendimiento franco con la junta sobre lo que esta espera de él. En algunas iglesias, la junta directiva está acostumbrada a dejar la mayor iniciativa en los asuntos de la iglesia al pastor, y si él no se activa ellos creerán que el no tiene capacidad ejecutiva; mientras que en otras iglesias la junta puede juzgar que el pastor que muestra la misma iniciativa está extralimitándose en cuanto a sus prerrogativas. La falta de definir bien las responsabilidades inevitablemente da como resultado un mal entendimiento y mala comprensión. 

Aquí apuntaremos unas ideas sobre como establecer y mantener relaciones armoniosas con el grupo de líderes de la congregación: 

  1. EI pastor debe sentar las bases para la buena relación por medio de una definición clara de las responsabilidades del pastor y de los diáconos. 
  2. El pastor debe acostumbrarse a reunirse en fechas señaladas con la junta directiva. Hay que acostumbrarse a celebrar reuniones con la junta, aun cuando no haya caso de emergencia que tratar. Una vez al mes no es demasiado, y en una Iglesia grande es posible que haya necesidad de sesiones mas frecuentes. 
  3. El pastor debe depositar su confianza en los miembros de la junta. Hay que discutir los problemas con ellos. No hay que esperar que digan siempre “Si” a todo lo que el pastor sugiere. (No hay que tener a un hermano por “rebelde” solo porque tiene ideas diferentes a las nuestras. Un diácono que no piensa y solamente dice “Si” a todo lo que el pastor propone no da el debido cumplimiento a su deber.) Procure que todos los miembros de la junta den su opinión sobre el asunto discutido. Que sepan ellos que su opinión es de importancia y apreciada. 
  4. Hay que discutir el problema con todos los miembros de la directiva y no solamente con uno o dos de prominencia entre ellos. 
  5. Debe buscar la ayuda de la junta directiva y procurar dar a cada uno su tarea. Cuando un miembro hace su trabajo bien, debe expresar palabras de encomio para estimularle. Procure hacer uso de la capacidad que cada persona tenga. Los miembros individuales de la junta deben estar conscientes de que les son importantes al pastor y a la Iglesia. 
  6. Cuando hay trabajo que hacer, el pastor debe dar instrucciones específicas para que cada uno sepa lo que se espera de él. 
  7. Cuando hay problemas de mayor alcance, procure llegar a una decisión unánime de parte de la junta. No hay que insistir en una decisión cuando apenas una mayoría escasa está a favor de un plan que se haya presentado. Es mejor procurar conseguir más información sobre el asunto. Tómese el tiempo necesario para orar y discutir. Cuando es posible, toda decisión de mayor importancia debe adoptarse por unanimidad.
  8. El pastor debe asumir responsabilidad por su propio trabajo y por los que trabajan con él. Cuando las cosas no salen bien, no debe echar la culpa a otros, aun cuando el mismo no sea directamente responsable. 
  9. El pastor debe establecer la costumbre de confraternidad y roce espiritual con los miembros de la junta. Ore con ellos. Que ellos participen con el pastor de las responsabilidades espirituales de la Iglesia. 

El ministro sabio procurara emplear todos los talentos y las capacidades de los miembros de su congregación. Dará a cada uno algo que hacer. No procurará hacer todo el mismo, pero animará a que todos los miembros participen en la obra de la Iglesia. “Es mejor hacer que diez hombres trabajen que hacer el trabajo de diez hombres.” 

Al entrar a un nuevo pastorado, el ministro debe tener el cuidado de no iniciar inmediatamente muchos cambios en el orden establecido de la Iglesia. Si el pastor saliente merecía el aprecio de los miembros, muchos no querrán ver cambiados los métodos establecidos por el, y al procurar introducir nuevos métodos en seguida, muchos se resentirán. Es preferible seguir las costumbres establecidas e introducir cambios poco a poco, una vez que el nuevo pastor se haya ganado la confianza de la congregación. 

La buena dirección ejecutiva requiere que se hagan planes para el porvenir de la obra. EI pastor no debe hallarse como una víctima de las circunstancias, sino que debe planear para el porvenir de la Iglesia. Los planes para la Iglesia no deben hacerse solo de un domingo a otro, ni siquiera de un mes a otro, sino más bien de un año a otro. Un plan de cinco años para el crecimiento y expansión de la Iglesia no es demasiado largo. Claro que el ministro debe quedar siempre sujeto a la dirección e indicación del Espíritu de Dios, quien le puede guiar de día en día en cuanto a un curso especial de actividad. 

Antes de todo, el buen ministro debe tener un corazón de pastor. Esto incluye el espíritu de sacrificio. EI buen pastor su vida da por las ovejas. Requiere un verdadero amor para el pueblo. Como el apóstol Pablo dice, aunque haya diez mil ayos, o maestros, en Cristo, no hay muchos padres. Hay muchos que pueden enseñar la Palabra de Dios, pero no tienen el corazón de amor de padre. No haremos mucho, a menos que tengamos verdadero amor para las ovejas. Es menester que el ministro o el pastor “se ciña de una toalla” de humildad y servicio para mostrar el verdadero camino a los feligreses. Somos ministros de Dios, no para ser servidos sino para servir a otros.

Capítulo 11
DESARROLLO EN LA FE

Al concluir la presentación de estos pensamientos para los ministros, quiero dar énfasis especial a la importancia de la fe en nuestro ministerio. Creceremos en nuestro verdadero ministerio a medida que crecemos en la fe. EI amor es la medida de nuestro valor delante de Dios -es la medida de nuestro carácter cristiano, y la fe es la medida de nuestro verdadero éxito en el ministerio. En ninguna otra esfera de la vida cristiana es más aplicable la declaración: “Según vuestra fe os sea hecho.” 

Nos dicen que un día un ministro vino al gran predicador, Carlos H. Spurgeon, y quiso preguntarle sobre el secreto del éxito de su ministerio. 

El dijo: “Yo predico el mismo evangelio que usted predica, sin embargo, los inconversos no aceptan a Cristo cuando yo predico como lo hacen cuando usted predica.  ¿Cómo es eso?” 

Dicen que el Sr. Spurgeon contestó con una pregunta: “Por cierto usted no espera que los inconversos se conviertan cada vez que usted predica, ¿verdad?” 

-¡Claro que no! – vino la respuesta. 

-Allí lo tiene. Cada vez que yo predico yo espero que el pueblo se convierta. 

EI Sr. Spurgeon ejercía su ministerio en fe y Dios honró su fe. 

EI apóstol Pablo declara en Romanos 12:3 “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que esta, entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con templanza, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”. En los versículos que siguen, él aplica este principio a los miembros del cuerpo de Cristo, cada uno de los cuales tiene un ministerio o función diferente a los demás. No dice que, la medida de un ministro es su personalidad, o su vocabulario, o los grandes sermones que puede predicar, sino que debe pensar de si con templanza, conforme a la medida de fe. Nos hace saber que, si nos juzgamos por otra norma, caeremos en el error de tener un concepto más alto de nosotros mismos que debemos tener. Nuestra fe nos permite un contacto vital con Dios. Pone a nuestro alcance el poder sin límite del Todopoderoso. 

Otra vez, el apóstol Pablo en Efesios 3:20 habla que Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, por el poder que obra en nosotros.” Que el poder de Dios es suficiente para suplir todas nuestras necesidades de la vida y del ministerio, no lo podemos dudar ni por un instante. Sin embargo, la eficacia de aquel poder se limita a la medida que obra en nosotros. 

Otra vez, en Colosenses 1:28 y 29, Pablo explica el propósito de su ministerio y dice: “En lo cual aún trabajo, combatiendo según la operación de él, la cual obra en mi poderosamente.” Estaba trabajando conforme a la operación de Dios, la cual obraba en el poderosamente. La potencia de Dios obra poderosamente en el ministro conforme a la medida de su fe. 

Por vía de ilustración: los dínamos que producen la electricidad en la ciudad donde radico producen más fuerza de lo que puedo usar individualmente. EI dínamo produce mucho más abundantemente de lo que yo pudiera usar. Recibo en mi casa el grado de fuerza según la instalación eléctrica que haya puesto en mi casa. Puede haber millares de vatios a mi disposición, pero si yo he puesto una bujía de 25 vatios de potencia, la luz que recibo en mi casa no será conforme a la provisión abundante de la planta eléctrica, sino según la instalación que yo haya puesto. 

Así también, en la vida espiritual y en nuestro ministerio, Dios puede hacer mucho más abundantemente de lo que podemos pedir o entender. Pero para que aquella abundante provisión llegue a ser eficaz para nuestra necesidad, tiene que haber la correspondiente instalación de nuestra fe. Si nuestra fe es de “mil vatios,” hablando siempre en los términos de nuestra ilustración, podremos recibir la fuerza de mil vatios, pero si nuestra fe es de diez vatios, tendremos el resultado débil conforme a nuestra fe. 

Por este motivo, la oración es de una importancia tan tremenda en la vida del ministro. No es que podemos merecer la respuesta de Dios orando mucho. Pero es por la oración que nuestra fe llega a ser viva y eficaz. No es por las muchas palabras ni las largas horas de oración que alcanzamos el resultado, sino por la vitalidad de nuestra fe que nos pone en contacto con Dios. No es que Dios nos paga porque trabajamos en oración, como si uno dijera: “Si oro una hora, Dios me dará un alma, y si oro cinco horas, Dios me dará cinco almas.”  Más bien, el propósito de la oración es hacer que nuestra fe sea vitalizada. A veces será necesario orar días enteros para poder alcanzar la fe necesaria para cierto problema. En otras ocasiones, será asunto de minutos. No es la duración de la oración que vale, sino la vitalidad de nuestra fe.

¿Han oído la historia del misionero Hyde, famoso porque oraba tanto? Hubo un tiempo en su experiencia cuando oró a Dios que le diera un alma por cada día del año entrante. Oró hasta que Dios le dio la seguridad, y ciertamente, al fin del año, descubrió que había obtenido su deseo. EI año siguiente oró que este número pudiera ser duplicado, de modo que Dios le diera dos almas convertidas por cada día del año. Oró hasta que tenía la seguridad que Dios le había oído y luego salió para ganar las almas. Al fin del año, descubrió que otra vez había alcanzado más de 750 almas. Siguió de esta forma hasta que llego al punto de pedir a Dios que le diera cinco almas por cada día, y Dios le dio el resultado con forme a la medida de su fe. 

EI apóstol, en Romanos 12 y en 1 Corintios 12, nos enseña que Cristo es cabeza del cuerpo y que todos somos miembros de su cuerpo. ¿Podemos imaginar que Dios pondría un miembro en el cuerpo y le daría función y tarea que hacer sin darle a la vez fuerza necesaria para llevar a cabo sus funciones? Los ministerios del Espíritu impartidos a los siervos de Dios son, en cierto sentido, una garantía que Dios también dará la capacidad, los dones y el poder espiritual necesarios para llevar a cabo su comisión. La verdadera pregunta que tenemos que resolver es: ¿Somos llamados a este trabajo? ¿Quiere Dios que yo esté en este lugar? ¿Qué quiere Dios hacer conmigo aquí? Yo soy representante de él. EI me ha llamado. Yo creeré que Jesús me dará la capacidad necesaria para llevar a cabo sus propósitos. 

El ministro nunca debe subir al púlpito para predicar, o dirigir un servicio, simplemente porque él es el pastor y todos esperan que él lo haga.  Debemos evitar una actitud profesional en el ministerio.  No estamos en el ministerio para pasar el tiempo o hasta que otra oportunidad mejor se nos ofrezca. Estamos sirviendo en el ministerio porque somos llamados de Dios. Debemos llegar a cada reunión con la convicción segura que Dios tiene un plan para el culto y un ministerio que debemos cumplir. Tenemos que ministrar en fe. Según nuestra fe, así nos será hecho. No hay verdad más importante para el desarrollo en el ministerio que esta: Somos colaboradores de Dios, y Dios coopera con nosotros como miembros del cuerpo de Cristo. 

Esta verdad fue hecha muy significativa en mi vida hace algunos años, mientras trabajaba en el campo misionero. Teníamos ante nosotros la tarea grande de establecer la iglesia de Jesucristo en una región no evangelizada todavía, y las oportunidades y exigencias del trabajo eran mucho más grandes que nuestra capacidad para cumplir con la comisión. Mis fuerzas físicas estaban bastante agotadas, y lo peor de todo, estaba pasando por un periodo de aridez espiritual. Había en mi corazón un clamor constante a Dios que me diera su unción y poder. Cuando buscaba a Dios en el sitio de oración, mi ruego continuo era: “Dios, dame de tu poder. Necesito más poder.” Deseaba ver mayores resultados en mi ministerio. Yo pensaba en los pueblos donde no se había predicado el evangelio. Pensaba también en las iglesias nuevas y débiles, y yo creía en mi corazón que Dios tenia algo mejor que lo que estaba viendo. “Ciertamente,” pensé, “con una necesidad tan grande, Dios desea que yo haga mas de lo que estoy haciendo. Ciertamente Cristo quiere ver más que un convertido de vez en cuando, o una pequeña manifestación de la presencia del Espíritu en su iglesia.” 

Así que seguía constantemente en mi corazón la oración, “OH Dios, dame tu poder.” Las semanas se hicieron meses, y un año pasó sin un cambio apreciable en la situación. Estaba gozando, hasta cierta medida, de la presencia del Espíritu Santo mientras que ministraba la Palabra, y creía estar en la voluntad de Dios, y sin embargo, a fondo había una inconformidad profunda con los resultados de mi ministerio. Vino el día en que tenía que asistir a una confraternidad de iglesias en el campo, que requería ir a caballo. Durante el viaje, me separé de mis compañeros, y mientras que andaba, levanté el corazón a Dios en oración. Estaba meditando en mi propia necesidad y en el plan de Dios para mi ministerio, cuando el Espíritu hablo a mi corazón en las palabras de la Escritura, “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. EI que cree en mi, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su ser interior.” 

EI Espíritu hablo a mi corazón: ¿Has recibido la llenura del Espíritu Santo?” 

Contesté, “Si, gracias a Dios, yo se que el Espíritu ha venido a morar’ en mi. Pero, Señor, yo necesito esos ríos de poder, esos ríos de bendición, de agua viva. Yo no siento que esos ríos fluyen como debieran fluir, ni veo el resultado de su presencia en mi ministerio.” 

Otra vez la atención fue dirigida a la Escritura: “EI que cree en mi”.

“Yo dije, “Señor, yo creo, pero yo no siento los ríos.” 

Y una vez más se presentó a mi mente la Escritura, “EI que cree… de su vientre correrán ríos de agua viva.”  

La luz amaneció en mi alma. Yo dije al Señor: “¿Quieres decir que si yo creo que Jesús da el agua viva y que si yo miro a éI como el manantial inagotable, que no importa la circunstancia, no importa cómo me siento, ni importan los resultados visibles o la falta de ellos, los ríos están fluyendo?” 

Otra vez la Escritura se repitió en mi mente. No pude llegar a otra conclusión. Dije al Señor: “Si es así el caso, entonces no importa cómo me siento, no importa lo difícil que me sea hablar; aun cuando las palabras parecen trabarse en la garganta cuando hablo a la congregación, voy a creer que los ríos de agua viva están fluyendo. Voy a creer que no soy un fracasado y sin fruto. Mas bien creeré que el Espíritu Santo está usándome y que está produciendo en la congregación los resultados por los cuales creo, aún cuando no los vea.” Un pensamiento sencillo, y sin embargo era la voz de Dios a mi alma, y resolvió aquel problema en mi ministerio. 

Esta es mi palabra final: “Según vuestra fe os sea hecho.” “Conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.” Cuando estamos en el servicio de Dios, no dependemos simplemente de la capacidad humana, y no necesitamos quedar derrotados por la red de las circunstancias naturales que nos envuelven. Somos hombres de Dios, en el lugar donde Dios nos ha puesto, haciendo la obra que Jesús  nos ha mandado. Si creemos, la victoria será nuestra con toda seguridad. Quizás no venga el resultado en la forma que nosotros esperamos. Dios no usará siempre nuestra voz y nuestra dirección para dar la contestación deseada, pero la contestación vendrá, si creemos en Dios. Acordémonos que somos miembros de su cuerpo, y conforme a la medida de nuestra fe Cristo obrará en nosotros y en otros, para llevar a cabo su propósito divino en el mundo y en su iglesia. Digamos como lo dijo Pablo: “Señores, yo creo a Dios.” Y demos un paso adelante por la fe, esperando que éI que nos ha enviado a su obra obrará mediante nosotros, y las señales seguirán por añadidura.

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