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Dr. Jorge Oscar Sánchez
El domingo apareció temprano en el culto. Y luego que terminamos, me buscó y me dijo: “Quiero hablar con usted.” Nos reunimos en mi oficina, y fue entonces cuando del bolsillo sacó un pequeño estuche. Al abrirlo, adentro había dos pedazos de madera. Fue entonces que me contó su historia… “Pastor, como usted sabe, a mi me atrapó el fermento de la guerra en mi país. Me enrolaron a la fuerza, y todo anduvo bien hasta el último día de la guerra. Al día siguiente se firmaba la paz. No obstante, ese último día con un convoy de vehículos debíamos hacer un viaje de 30 kms entre las montañas. Lo cierto es que, a mitad de camino nuestros enemigos nos emboscaron. Desde las montañas que formaban el valle que estábamos atravesando, comenzaron a llover balas en todas las direcciones. Fue una matanza brutal. Nadie escapó con vida, excepto yo. En el momento del ataque, yo estaba al volante de un jeep y de golpe sentí un impacto brutal en el pecho que me dejó inconsciente. Cuando abrí los ojos, los enemigos estaban rematando a los que habían quedado con vida.
No se como no se dieron cuenta de mí. Lo cierto es que cuando todo terminó, pude comprender porqué me había salvado. Ve esta cruz… Mario unió los dos pedazos de madera gruesísima. La bala me impactó en el pecho, justo donde colgaba la cruz. La potencia del disparo la partió en dos, pero desvió la bala y yo me salvé. Ahora dígame… ¿porqué ustedes siempre hablan de la cruz de Cristo? ¿Cuál es el mensaje de la Cruz? ¿Qué tiene que ver conmigo?”
Fue buscando responder estos interrogantes de Mario, que dio origen al siguiente escrito. ¿Cuál es el mensaje de la cruz de Jesús?
Cuando nos acercamos a la cruz de Jesús, hay tres realidades que saltan a la vista. Primero, que algo está profundamente mal en el corazón de cada ser humano.
¡Jesús murió! Colgado entre el cielo y la tierra sobre una cruz. Entre dos ladrones, como si fuera el peor de todos. ¿Cuál fue su crimen para merecer la muerte que los romanos solo infligían a los peores enemigos del imperio?
¿Habrán sido sus enseñanzas? Cuando le preguntaron cual era el más grande mandamiento, Jesús respondió: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo”. Nada digno de muerte por aquí.
¿Será que Cristo violó alguna ley de Dios o de los hombres? Jesús un día confrontó a las multitudes con la pregunta: “¿Quién de ustedes me puede acusar de haber pecado?” Todos debieron guardar silencio. Nadie le pudo acusar.
¿Habrán sido sus milagros poderosos por los cuales debía morir? Jesucristo sanó a los paralíticos, le devolvió la vista a los ciegos, curó a los leprosos, resucitó a los muertos… ¿Sería este el crimen por el cual debía ser asesinado?
¿Será que las intenciones del Señor ocultaban avaricia e interés propio? Cuando alguien quiso seguirlo como discípulo, Jesús le advirtió: “las aves de los cielos tienen nidos… pero el Hijo de Dios no tiene donde reclinar su cabeza”. Jesús vivió pobre y cuando murió la única propiedad que dejó fue su túnica. Cuando lo enterraron lo pusieron en un sepulcro prestado. El que vino del cielo con sus calles de oro ciertamente no necesitaba de nuestro oro. Jesús vivió amando siempre y anhelando únicamente nuestro bien supremo. ¿Y entonces?
Si estamos en duda con respecto a su inocencia, llamemos a los testigos… Qué dices tú Pilato? “Este hombre no ha cometido ningún delito…”
¿Qué dices tú, esposa del gobernador romano? “Nada tengas que ver con este justo…”
¿Qué dices tú, Judas? “Yo he pecado entregando sangre inocente…”.
¿Que dices tú, ladrón bueno? “Este ningún mal hizo…”
¿Que dices tú, centurión romano que supervisaste la crucifixión? Este verdaderamente era Hijo de Dios…
¿Y entonces, cómo se explica un odio semejante contra él? ¿Porqué los golpes y los 39 latigazos en la espalda? ¿Porqué las burlas y los insultos? ¿Porqué la corona de espinas? ¿Porqué la cruz con todo el dolor, la vergüenza y su agonía?
La respuesta la dio el mismo Jesucristo cuando afirmó: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras son malas”.
En forma definitiva, son los impulsos pecaminosos del corazón humano los que nos conducen a las obras malas; y a un corazón oscurecido por la maldad la luz de la verdad no lo puede iluminar; a un corazón lleno de si mismo no lo puede llenar el amor de Dios.
Es digno de detenerse a pensar. Caifás, el sumo sacerdote de los judíos buscó que Jesús muriese por culpa de su orgullo espiritual. Se consideraba demasiado bueno para cometer un error o aceptar ser corregido. Pilato (el gobernador romano) lo entregó a la muerte para preservar su carrera política. La ambición personal fue su ruina. El rey de los judíos, Herodes, pudo dejar a Jesús en libertad; no obstante, no lo hizo porque su pecado era la inmoralidad sexual. Judas, lo traicionó por amor al dinero. ¿Todo muy conocido y contemporáneo, no le parece?
Al considerar la mayor injusticia de la historia humana tendríamos que detenernos y preguntar: ¿qué me separa de Jesús en este día? Cualquiera sea mi mal en general o mi pecado en particular, darle la espalda a Jesús es el peor negocio de la vida.
En forma definitiva, la cruz de Cristo nos recuerda que algo está profundamente mal en el corazón humano. Que nuestro mal, no es falta de educación, oportunidades o libertad, sino más bien el deseo de rechazar la luz para aferrarnos a la oscuridad del pecado y sus malas acciones. Y si una vida ejemplar como la de Cristo nos recuerda nuestras malas obras, entonces… ¡Fuera con él! ¡Que sea crucificado!
Con todo, en segundo lugar, la cruz de Cristo también nos revela el amor infinito de Dios para cada ser humano, incluyéndolo a usted y a mí.
Vale la pena que nos peguntemos: ¿Porqué se entregó Jesús a sus enemigos? ¿Porqué soportó todos los sufrimientos y humillaciones que padeció? ¿Porqué toleró el abandono de Dios el Padre? Hay una sola respuesta: porque la cruz de Cristo es la manifestación más poderosa, completa y sublime del amor que Dios.
Mientras colgaba en la cruz, muchos desafiaron a Jesús a que se bajase de la cruz y así demostrase que era el Hijo de Dios. Jesús rechazó esa tentación. De haberlo hecho ustedes y yo quedábamos sin poder ser reconciliados con Dios. A Cristo no lo retuvieron a la cruz los tres sucios clavos que lo sujetaron al madero. De ninguna manera. Sólo el amor infinito que mueve las manos del creador del universo, permitió que sus manos fuesen clavadas para poder ofrecernos salvación a usted y a mí.
Afirma la Biblia:”Porque de tal manera amó Dios a la raza humana, que entregó a su Hijo único…” Verdaderamente, que Dios nos ama; de tal manera!!!! Imposible de medir, comprender y mucho menos de merecer, es el amor que Dios tiene por nosotros.
La historia humana registra muchos actos de heroismo. Personas que en su momento estuvieron dispuestos a morir por un ser amado, ya sea un hijo, un padre, o un amigo. Sin embargo, no hay un solo registro de alguien que haya entregado su vida por un enemigo acérrimo, excepto uno: Jesucristo. Cristo por amor a nosotros, sus enemigos declarados, aceptó entregar su vida como un sacrificio a Dios y ofrecernos salvación de la ira y el castigo de Dios. Lo cual nos conduce a la tercera realidad de la cruz de Cristo, y es que la cruz de Cristo es el único camino de salvación.
La maldad del corazón humano condujo a Cristo a la cruz; su amor eterno por nosotros lo retuvo sobre ella. Pero ¿porqué debía morir el Hijo de Dios?
Porque la justicia infinita de Dios y nuestra condición humana caída lo hacían absolutamente imprescindible.
Los seres humanos morimos. De mil maneras diferentes, a diversas edades, sin importar nuestra condición social. Cuando nuestros primeros padres pecaron contra Dios, el Creador dictó sentencia: nos condenó a la muerte eterna por violar su justicia y su santidad infinita. Desde ese día todos morimos, y la sentencia no ha sido revocada. Tristemente, sigue en vigencia hasta hoy. Y la idea nos desagrada profundamente a cada uno.
Por esta razón, cuando Dios en su amor infinito buscó la manera de salvarnos del castigo del pecado y reconciliarnos con él, tuvo que enviarnos un Salvador que fuese completamente divino a fin de morir por nosotros y cancelar la deuda infinita que nosotros habíamos contraído con el Padre; y al mismo tiempo debía ser perfectamente humano para que pudiese morir en lugar de cada ser humano. Cristo, por tanto, es el único Salvador que reune las dos condiciones requeridas por Dios: perfecto Dios y perfecto hombre. En consecuencia, al morir en la cruz cargó con nuestra culpa, sufrió el castigo de Dios en nuestro lugar, satisfizo las demandas de la violada justicia de Dios y nos abrió mediante la fe el camino de regreso al corazón de Dios y a su vida eterna.
Completando la afirmación bíblica de más arriba, la Biblia declara: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo aquel que en él confía, no se pierda más tenga vida eterna”. Cristo compró con su muerte perdón de los pecados y salvación de la ira de Dios. Ustedes y yo podemos aceptar ese regalo inmerecido e infinitamente costoso mediante un acto de fe. Nadie debe perderse, todos podemos tener vida etena. Sin embargo, debemos confiar en Cristo, en su muerte en mi lugar, en su persona perfecta y en su obra completa a mi favor.
Aquella tarde, le expliqué a Mario estas verdades. Y le dije: “Un día esa cruz de madera te salvó la vida física. Sin embargo, hoy te invito a confiar en el Cristo de la cruz, a invitarlo a tu vida y que sea el Salvador de tu alma desde ahora y para siempre. Porque Cristo vive hoy.”
Ese día, Mario inclinó su cabeza, hizo la oración que sigue a continuación e invitó a Cristo a ser su Señor y Salvador. “Padre del cielo. Reconozco mi maldad y mi pecado. He quebrado todas tus leyes y violado todos tus mandamientos. Sin embargo, te doy gracias por tu amor eterno hacia mí. Hoy te pido que perdones mis pecados, limpies mi vida y me aceptes como tu hijo. Creo que tu eres mi Salvador personal de todo corazón. Lo pido por la obra de Cristo en la cruz y por la autoridad de su nombre. Amén”. Luego que la hizo Mario, comenzó una vida totalmente transformada por el poder de Jesús.
Si, este es el mensaje de la cruz de Cristo. Bendito mensaje. Sobre todo, bendito Dios y Salvador. Creer y confiar en Jesús, es recibir vida eterna, desde este día y para siempre. Mario lo hizo aquella tarde. ¿Y tú? ¿Has confiado en Cristo? ¿Lo has invitado a ser tu Salvador? Esta es la mejor hora para hacerlo. Dios te bendiga al hacer tu decisión por Jesús.
© 2024 Dr. Jorge Oscar Sánchez | Instituto de Liderazgo Cristiano