UN OLVIDO IMPERDONABLE

Ese segundo domingo de abril, este individuo una vez más decidió practicar su deporte favorito llevando consigo la cámara. Indudablemente el trabajo era apasionante y absorbente. Ese día hizo varios saltos, siempre cargando la cámara. Hasta que, tan concentrado estaba en la cámara y la filmación, que saltó al vacío. ¿Y a qué no adivina lo que se olvidó?

¡Imposible!, dirá usted. Cuesta creerlo, ¿verdad? Lamentablemente, usted razonó correctamente: ¡El paracaídas…! Cómo era su último salto, decidió apretar el disparador de la cámara y filmar. Obviamente las tomas no eran de tan buena calidad si se las comparaba con las que había logrado con anterioridad. Al estar en caída libre las imágenes eran muy borrosas. Cuando ya estaba cerca del suelo, correctamente el canal cortó la muestra de imágenes que había filmado.

¡Absurdo! ¡Imposible! Lo reconocemos. Y sin embargo, me temo que este olvido imperdonable palidece ante un olvido de consecuencias mucho más serias que perder de la vida. Es el olvido que puede costarnos perder el alma.

Jesucristo, mientras estuvo en la tierra nos lanzó a cada uno de nosotros una de esas preguntas que nunca tendrá respuesta, ni en esta vida ni en la eternidad: “¿De qué le aprovechará al ser humano, si conquista todo el mundo y pierde su alma?”

Al lanzar esta pregunta crucial para nuestra existencia, Jesucristo nos confrontó con tres verdades vitales. Primero, que el alma humana tiene un valor incalculable, imposible de medir en términos de riquezas materiales. Uno de los sueños de muchos individuos a lo largo de toda la historia ha sido conquistar el mundo entero. Y sin embargo, ninguno de ellos pudo lograrlo. No obstante, Jesús imagina por un instante a ese individuo. Alcanza lo que nadie logró en miles de años de intentos. Finalmente el mundo entero es suyo. Es dueño de todos los bancos del mundo, de todas las industrias, de todas las compañías de transporte, de todos los países. Todas las minas de oro, plata y diamantes le pertenecen. Todos los pozos petroleros son suyos. ¿Cuántos millones de dólares sería la riqueza de semejante persona? Sería muy difícil de calcular, por cierto. Además contaría con el reconocimiento de todo el globo terráqueo. La humanidad completa tendría que reconocerlo y tributarle honor y respeto. ¡El dueño del mundo! Amo y señor absoluto.

Y sin embargo, nos recuerda Jesús, si semejante individuo, coronado con el éxito más completo y total, pierde su alma, a la hora de la verdad final lo ha perdido todo. Jesucristo nos quería recordar algo que tantas veces olvidamos, que nuestra alma tiene un valor imposible de medir en términos de dinero. Que si nos ocupamos en las cosas del diario vivir, como es proveer a mi familia, acumular dinero para tener seguridad financiera en el futuro, preocuparnos por la educación de mis hijos, y una y mil cosas buenas y nobles en si mismas; pero todo nuestro éxito es a expensas de nuestras almas, entonces estamos cometiendo un olvido mucho más imperdonable que el del paracaidista. ¿Se ha detenido a pensar alguna vez en el valor de su alma? ¿Cuánto la valora Dios? ¿Cuánto la valora usted?

Pero una segunda verdad mucho más grave aun es que, nuestra alma se puede perder. Jesús dijo: “¿Y pierde su alma?” Nuestra alma es la esencia de nuestro ser. Es la vida y personalidad que somos por creación de Dios, y que habita en nuestro cuerpo. Nuestra alma viene de Dios, pertenece a Dios, y un día tiene que volver a Dios. Es quienes somos. Es la suma de nuestro intelecto, emociones y voluntad. Nuestra alma vive para siempre. La muerte solo puede sepáranos del cuerpo que la contiene. Para la eternidad, Dios ha preparado un cuerpo nuevo donde nuestra alma, cada uno de nosotros, podamos vivir en su mundo. Nuestra alma es indestructible porque Dios la preserva. Sin embargo, nuestra alma dijo Jesús puede perderse. ¿Qué quiso decir?

Nos recordó que un componente inalienable de nuestra alma, y por lo tanto de nuestra vida, es hacer elecciones morales. Cuando nuestros primeros padres cayeron bajo la seducción de Satanás, voluntariamente cambiaron de dueño. Toda la raza pasó a pertenecer al destructor. El estado infernal de nuestro mundo es un diario recordatorio de esta verdad empírica: que lo humanos vivimos sin Dios, que hacemos las cosas que le desagradan, y millones ni siquiera lo tienen en cuanta en su vidas. Y todo como resultado de pertenecer a un amo diferente. Dios castigó a la raza humana por esta elección maléfica. Por esta razón la Biblia nos recuerda: “El alma que pecare, ¡morirá!” Y además: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” La muerte es un continuo recordatorio de nuestro pecado, y del estado de condenación de nuestra alma desde el día de nuestro nacimiento. Si, nuestra alma se puede perder; viviendo eternamente separada de Dios en esta vida y en la eternidad.

Sin embargo, la buena noticia, y la tercera verdad, es que Jesucristo vino a este mundo para salvar nuestras almas. El mismo afirmó: “El Hijo de Dios vino buscar y a salvar lo que se había perdido”.¿Porqué Jesucristo vino a nuestro mundo? ¿Para enseñarnos a vivir bien? Si. ¿Para darnos un modelo del ser humano ideal? También. Pero de manera suprema el vino para ser el Salvador de nuestra vida y de nuestra alma. El conoce muy bien los dos destinos que aguardan a cada ser humano luego de la muerte, y no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento.

Toda alma, cada ser humano está perdido, pero no tiene que permanecer perdido, ni terminar bajo el castigo de Dios en la eternidad. Cristo quiere salvarnos, ha dado su vida para perdonar nuestros pecados. Por amor nos ofrece vida eterna con él, adopción en su familia como hijos propios. Una de sus promesas más gloriosas es: “El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna. Y no vendrá a condenación, mas ha pasado de la muerte a la vida”. Cada uno de nosotros podemos elegir la vida y la salvación que Dios nos ofrece.

¿Es usted uno de aquellos que está cometiendo el mismo error del paracaidista? ¿Qué absorbido en mil cosas buenas o malas, ha olvidado que su alma se está perdiendo? Saltar al vacío sin paracaídas es un absurdo. ¿Cuánto más será saltar a la eternidad sin Jesucristo? Lo entendemos con toda claridad en la historia de este hombre que cometió un olvido imperdonable, ¿lo podemos ver en nuestra vida?

¿Está salva su alma? Al concluir este escrito lo aliento a que si no puede responder con su si rotundo, hoy mismo sea su día de volverse a Dios. Mediante una simple oración de fe reciba a Cristo en su vida, para que pueda vivir el resto de sus días con la plena seguridad de que cuando llegue la hora suprema cuando tengamos que comparecer delante de nuestro creador, lo hagamos con la seguridad y tranquilidad de que Cristo es mi Señor, Salvador y protector. Mi única esperanza y confianza en esta vida y por toda la eternidad. Quien así vive, vivirá bien en esta vida y por siempre jamás.

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