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Dr. Jorge Oscar Sánchez

UNA PREGUNTA SIN RESPUESTA

¿Cómo escaparemos, si tuviéramos en poco una salvación tan grande?. Susan Lefevre fue sentenciada a servir más de 10 años de cárcel por haber consumido heroína, en el año 1976. Sin embargo, un día que la llevaban a un control fuera de la prisión, pudo huir de sus custodios y se desvaneció por completo.

Del estado de Michigan, donde fue condenada, se traslado a San Diego, en California y allí asumió una nueva identidad. Cambió su vida por completo. Se casó con un jóven que llegó a ser un ejectivo bien adinerado. Formó una hogar modelo con dos hijas hermosas. Todos en la comunidad hablaban de ella como una mujer ejemplar y virtuosa. Susan nunca contó a nadie lo de su pasado. ¿Cuál no sería su sorpresa, cuando en junio del año 2008 la policía llegó a su casa para arrestarla una vez más? Ahora tendría que dar varias explicaciones dolorosas. Pero peor aun, aunque habían pasado 32 años, vino a descubrir que no había podido escapar del brazo de la justicia humana, que reclamaba el pago de la deuda.
De la misma manera que la Sra Lefevre, hay millones en este día que están buscando huir de alguien a quien jamás podrán eludir ni burlar. Están intentando hacer algo condenado al fracaso desde el principio y es, querer escapar de Dios.

La afirmación de la Biblia: “¿Cómo escaparemos, si tuviéramos en poco una salvación tan grande?”, nos plantea una pregunta sin respuesta. Es un interrogante que no tendrá respuesta ni en esta vida, ni en toda la eternidad. La pregunta que está frente a nosotros es un interrogante universal y válido para todas las generaciones de la historia humana. Es una pregunta decisiva, que demanda uan respuesta certera. No podemos eludirla, no podemos postergarla, debemos contestarla hoy mismo cada uno de nosotros. ¿Cómo escaparemos si tuviéramos en poco una salvación tan grande?
Esta pregunta nos plantea tres realidades y una decisión. La primera realidad que nos presenta es: Nadie puede escapar de Dios. En esta vida podemos declararnos ateos, ignorar a Dios, o vivir dándoles las espaldas cada día. Sin embargo, todo tenemos una cita con quien nos dío la vida. Dice la Biblia: “Está establecido a los hombres que mueran una vez y despúes el Juicio.” En este mundo hay muchos malhechores que cometieron sus fechorías y pudieron eludir la justicia humana. Nunca pagaron por sus crímenes. Pero eso no es posible con Dios. Cuando los ángeles de Dios vengan a buscar nuestra alma en el momento de la muerte, iremos directamente a encontrar a Dios. Entonces daremos cuentas de cada una de nuestras acciones. No, nadie puede escapar de Dios. Eso es un impósible absoluto.
La segunda realidad es, que si intentamos escapar de Dios, nuestro castigo será infinitamente peor por haber despreciado la salvación tan grande que El nos ofrece. Cosa sería es pecar a los ojos de Dios, quebrantando sus mandamientos. Pero mucho más grave aun es haber rehusado su perdón, su amor y su misericordia. Eso es agregar sal a la herida; es añadir insulto a la injuría. Si intentar huir de Dios es suicida, mucho peor aun será haber despreciado todas las obras y muestras de amor con que colmó nuestra vida.
La tercera realidad es, que la obra más grande de Dios y que nunca debemos despreciar es la salvación que nos ofrece. Nuestro texto afirma que es una salvación ¡tan grande! ¿Por qué debemos considerarla así?

La salvación que Dios nos ofrece es tan grande, porque Dios mismo es el autor de ella. Cuándo se trató de reconciliar a la raza humana con el Creador, nadie nos podía ayudar sino Dios mismo. Al igual que un ciego en un edificio en llamas, los humanos no podemos ayudarnos a nosotros mismos. No entendemos nuestra situación desesperante y mucho menos podemos acertar una salida. Ni siquiera tenemos ganas de hallarla. Si Dios no nos tendía la mano, al igual que los pasajeros del Titanic, allá vamos contentos a encontrarnos inexorablemente con la muerte sin preocuparnos en la más mínimo por nuestro destino final. Para poder salvarnos del poder del pecado y del castigo que acarrea, Dios tuvo que venir él mismo a nuestra historia, penetrar nuestro mundo en la persona de su Hijo Jesús y así ofrecernos un Salvador que pudiera pagar nuestros delitos y al mismo tiempo pudiera compadecerse de nosotros. Si, la salvación es la gran obra de Dios. Nunca una mente humana podría haber diseñado algo más sublime y glorioso. Dios haciéndose humano para salvar a sus criaturas, que se habían rebelado contra El.
Pero además, la salvación que Dios nos ofrece es tan grande, por el costo que Dios debío pagar. Jesucristo para poder redimirnos del infierno tuvo que gustar el mismísimo infierno por nosotros. Si los dolores físicos y emocionales que Cristo experimentó al morir fueron intensos, ¿cuánto más agudos deben haber sido los sufrimientos espirituales que experimentó cuando fue abandonado por su Padre? ¿Qué habrá sentido Jesús, cuando en medio de su agonía exclamó: “Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Imposible de descifrar para nuestra mente. Con todo, sabemos que Dios desamparó a su propio Hijo para poder perdonarte a tí y a mí de todas nuestras iniquidades y transgresiones. Definitivamente, la salvación que nos ofrece fue tremendamente costosa.
Asimismo, si esta salvación es tan grande, es por los beneficios que nos ofrece. Cuando Cristo resucitó de los muertos fue a buscar a quienes le habían dado las espaldas para ofrecerles tantos regalos notables, que cuesta creer la bondad de Dios. Cada uno de estos beneficios que él compró son dignos de un análisis por si mismo. Vayan sin embargo, algunos ejemplos. La salvacíon nos ofrece perdón de todos nuestros pecados y un nuevo comienzo. Nos ofrece aceptación personal. Nos da Vida Eterna, es decir la vida de Dios en el corazón humano y por toda la eternidad. Nos da una nueva naturaleza y el poder para vivir una vida transformada. Dios nos adopta como sus propios hijos. Jescuristo llega a ser nuestro Padre, Proveedor y Pastor. Y estos son sólo algunos ejemplos, de los beneficios que la muerte de Jesús, el Hijo de Dios, procuró para todos quienes estén dispuestos a recibir esta salvación ¡tan grande!
La pregunta es, por tanto, ¿ha recibido usted esta salvación tan grande? Si nunca lo hizo, ¿cómo puede hacerlo? La Biblia nos enseña que debemos dar tres pasos:

1. Debo reconocer mi necesidad personal. Todos somos conscientes de haber pecado y que necesitamos recibir perdón de Dios. Debemos aceptar que fueron nuestras faltas y delitos que clavaron Cristo en la cruz. Que nuestras acciones son inaceptables a los ojos de un Dios infinitamente justo y santo, y que, por lo tanto, merecemos el castigo que sufrimos. Es entonces que tomando conciencia que nadie nos puede salvar, nos volvemos a Dios en arrepentimiento genuino y pedimos su salvación.

2. Debo confiar en Jesús como mi Salvador personal. Ninguna religión, ni ritos, ni ceremonias eclesiásticas nos pueden salvar. No alcanza una enmienda personal, ni promesas que nos hagamos a nosotros mismos o a Dios. Más bien, escuchamos a Jesús decir: “El que confía en mí, tiene Vida Eterna”(Juan 3:36), y es entonces que en un acto de fe le pedimos a Cristo que sea nuestro Señor y Salvador. Siendo que él murio por mí, entonces, le hago a El mi Salvador, quien me libra de la ira y el castigo de Dios. Pongo en Jesús toda mi confianza y esperanza para el día del Juicio Final. Lo creo de todo corazón y estoy dispuesto a confiar y a descansar en sus promesas. Así soy reconciliado de una vez y para siempre con Dios.

3. El tercer paso, es que debo estar dispuesto a seguir a Jesús cada día. No para ganarme algo, sino porque habiendo creído en él, todos los beneficios que me ofrece son míos para siempre. Es entonces que por gratitud estoy dispuesto a amarle, adorarle y servirle.
¿Está tratando usted de escapar de Dios? ¿Está despreciando usted una salvación tan grande? Nuestro texto nos presenta una pregunta sin respuesta. No, de Dios nadie puede huir. Despreciar su salvación es un acto suicida. En consecuencia, aceptando esta verdad, hoy le invito a volver a Dios, a ser salvo por siempre jamás y a enfrentar el futuro con la certeza absoluta, de que si Jesús es mi Salvador, no hay nada ni nadie que me podrá separar del amor eterno de Dios, que es en Cristo Jesús.

Que Dios le ayude a hacer la decisión correcta en esta hora.

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