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Dr. Jorge Oscar Sánchez

LA PREGUNTA SUPREMA

Señores, ¿que debo hacer para ser salvo?

Esta es la pregunta más importante que un ser humano puede plantearse a si mismo, y plantear a otro individuo buscando su ayuda. Esta es la pregunta suprema de la raza humana.

El interrogante que centenares de pretendidos expertos están tratando de responder para traer algo de paz y esperanza a corazones atribulados. Esta es la pregunta, que ha lanzado a millones a inclinarse frente a ídolos mudos, sordos y ciegos. A otros a sacrificar a sus hijos en adoración a los demonios. A otros a experimentar con la yoga y las religiones de misterio venidas del oriente. De manera equivocada o correcta, millones están buscando responder a este interrogante supremo. Reconocen que en la respuesta correcta a este interrogante crucial, está la seguridad y la esperanza cierta para desentrañar el misterio de la vida y tener esperanza para la eternidad. “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”

En nuestro caso en particular no fue un filósofo, ni un político, ni un científico, quien hizo esta pregunta, sino un rudo carcelero. No fue el primero en hacer la pregunta, tampoco será el último. No fue el único que haya planteado este interrogante crucial.

¿Cómo llegó a formular esta pregunta vital? Un par de predicadores de Buenas Noticias llegaron a la ciudad de Filipos, en Grecia. Era la primera vez que un cristiano anunciaba el mensaje de reconciliación entre Dios y la raza humana sobre suelo europeo. La recepción que tuvieron no fue precisamente cordial. El apóstol Pablo y Silas liberaron a una joven esclava del poder de un espíritu demoníaco de adivinación. Y como consecuencia los amos de la niña, viendo esfumada su fuente de ganancias los arrastraron a las autoridades romanas. Estos, sin proceso judicial ordenaron azotarlos con varas y que fueran arrojados a la cárcel. Allí fueron puestos en el peor calabozo y aprisionados sus pies en el cepo. Allí fueron abandonados con espaldas sangrando para morir de infección. Y sin embargo, estos dos hombres notables, lejos de darse por vencidos comenzaron a orar y luego a cantar a Dios. Los ángeles deben haber prestado atención. El trono de Dios debe haberse alegrado escuchando este concierto espontáneo. Y cuando menos lo esperaban, toda la ciudad, y la cárcel fueron sacudidas por un fuertísimo terremoto. Las puertas se abrieron, las cadenas se soltaron. Y cuando el carcelero vio lo que había sucedido, pensando que los prisioneros habían aprovechado la ocasión para huir, decidió quitarse la vida. Fue en ese instante que oyó la voz de Pablo: “no te hagas ningún mal, que todos estamos aquí.” Un millón de veces había sido insultado y blasfemado, pero ¿qué un preso se preocupara por él? Esto fue demasiado grande para ser explicado en términos humanos. Fue entonces que pidiendo luz, corrió a postrarse frente a Pablo y Silas para lanzar la pregunta suprema: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?

Esta pregunta conlleva varias implicaciones. Primero, implica que hay personas que están perdidas. El mundo en que vivimos está dividido de mil maneras diferentes. Están los ricos y los pobres; los ilustrados y los ignorantes, los famosos y los ignorados; las estrellas y los estrellados. No obstante, si pudiésemos mirar la humanidad desde el trono del cielo, veríamos que Dios solo ve dos tipos de individuos: salvos y perdidos. Los que tienen vida espiritual y los que no la tienen. Los que le aman y los que le desprecian; los que le sirven y los que se oponen a sus propósitos.

A Jesucristo, nunca le importó ser políticamente correcto, ni creyó en el pluralismo. El nos enseñó del modo más elocuente, que en esta vidas hay solo dos puertas, dos caminos, dos destinos. El dijo, “el que cree en el Hijo tiene la vida, pero el que rehúsa creer en la Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él.” Tan simple y terminante. Cara o ceca. No hay una tercera posición, ni lugar para la neutralidad. ¿De que lado está usted? Cuando aquel hombre hizo la pregunta sabía que su necesidad más apremiante era ser salvo, porque frente a la santidad de Dios se hallaba irremediablemente perdido.

En segundo lugar, esta pregunta implica la posibilidad de ser salvo. Mucho más terrorífico que perder el trabajo, o el miedo ocasionado por un terremoto, aquel carcelero comprendió el terror que aguarda a los que salten a una eternidad sin Dios. Al preguntar: “¿qué debo hacer para ser salvo?”, reveló que tenía conciencia propia de su necesidad imperiosa, pero al mismo tiempo que todavía quedaba una oportunidad. Que el camino de regreso a la casa del Padre Eterno todavía estaba abierto. Que su pasado estaba cargado de errores y pecados, pero que por delante estaba la oportunidad de un nuevo comienzo. Bendito es el día, cuando en el corazón de una persona amanece la convicción de su estado perdido frente a Dios. Porque ese día, marca el comienzo de su búsqueda de la solución. Nadie buscará al medico mientras se considere sano. Solo cuando tomamos conciencia de nuestro estado caído, es que comenzamos la marcha ascendente. Aquel carcelero lanzó la pregunta buscando ser salvo. Y allí comenzó el recorrido que lo llevaría a las mansiones de Dios y a su vida abundante.

En tercer lugar, esta pregunta implica que debemos hacer un esfuerzo para encontrar la salvación. Cuando el carcelero preguntó, ¿qué debo hacer para ser salvo?, reconoció que la salvación nunca nos caerá de arriba como la lluvia; que no la encontraremos como un billete caído en la calle; que no es una flor que alguien echará dentro de nuestro ataúd en el día de nuestra muerte. Por el contrario, es algo que a cada uno nos debe preocupar, y debemos hacer un esfuerzo sostenido para hallar la respuesta verdadera al interrogante que nos persigue.

La respuesta que aquel carcelero recibió, es la única respuesta válida y genuina para la pregunta suprema de la raza humana: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tu y tu casa.” Esta afirmación contiene la respuesta y el único plan de acción que nos lleve al puerto final de la salvación personal, y a la vida bendecida por Dios.

Cuando la Biblia dice “Cree en el Señor Jesucristo”, no significa creer de manera mental o histórica. Yo creo que Colón “descubrió” América, pero ese conocimiento mental e histórico, no me acerca un milímetro a la puerta de la salvación. Del mismo modo, conocer hechos históricos acerca de Cristo es importante para aproximarnos a Dios, pero la fe que salva implica mucho más. Cuando Pablo dijo cree en el Señor Jesucristo, implicaba confianza y aceptación personal. Estar dispuestos a confiar que Cristo es quien dijo ser, el Hijo de Dios; aceptar su obra a mi favor como Salvador muriendo en la cruz por mi; y aceptar su promesa de “el que oye mi palabra y confía en el Padre que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación; mas ha pasado de muerte a vida.” Y estar dispuesto a enfrentar la vida, la muerte y el juicio final basados únicamente en su promesa.

Además, aquella gran respuesta “Cree en el Señor Jesucristo”, no sólo nos indica lo que debemos hacer, que es confiar; sino que también nos dice a quien debemos creer. En quien debemos depositar nuestra confianza. Las buenas nuevas de salvación nos señalan no a un sistema de rituales religiosos, o a una serie de doctrinas, o una serie de enseñanzas éticas y morales, sino a una persona concreta: Jesucristo.

¿Qué ocurre cuando creo en Jesús? La promesa es: serás salvo, tu y tu casa. Aquel carcelero aceptó la respuesta suprema, al interrogante supremo de la raza humana, y fue el comienzo de su transformación total. Porque en esa misma hora, sacó a los predicadores de la cárcel; los llevó a su casa; les lavó las heridas; les puso la mesa. Y toda su familia escuchó el mensaje, lo creyeron y también fueron maravillosamente transformados por el poder de Jesucristo. Y así se cumplió la promesa al pie de la letra: serás salvo tu y tu casa.

¿Qué debo hacer para ser salvo? ¿Has tomado conciencia de tu estado delante de Dios? ¿Eres consciente de tu necesidad suprema? ¿Estás buscando activamente ser salvo? ¿Has creído y confiado en Jesucristo como tu Salvador personal? ¿Eres salvo?Si nunca has rendido tu vida a Jesucristo, este es el mejor momento para hacerlo. Eleva una simple plegaria a Dios. El te oirá, y entonces en tu alma y en tu conciencia entrará la confianza y la paz que viene como resultado de haber respondido correctamente la pregunta suprema. Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tu y tu casa. Mucho más importante aun, Cristo mismo entrará a tu corazón y será el comienzo de tu vida verdadera y eterna.

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