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Dr. Jorge Oscar Sánchez
Tantos individuos hay que tienen buen corazón, pero no tienen los medios para cumplir lo que prometen. Personalmente, he dado mi vida para ayudar a otros a llegar a ser felices. Cuantas veces al ver niños mal nutridos me hubiese gustado prometerles: vengan mañana a mi oficina y les regalo un millón de dólares a cada uno.
Mi corazón es noble y mi deseo excelente, el único inconveniente es que no tengo los recursos financieros para cumplir lo prometido.Muchas veces el problema es a la inversa. Hay individuos que cuentan con los medios, pero no tienen ni la disposición ni el deseo de hacerlo. En consecuencia, el mundo en que vivimos es uno de frustraciones mayúsculas como resultado de promesas no cumplidas o quebradas.
Que distinto es cuando escuchamos hablar a Jesucristo. Al leer su vida encontramos que hizo centenares de promesas. Cada una de ellas más valiosas que la otra. Cada una de ellas diseñadas para colocar alas a nuestros sueños. Para ponernos a pensar que la vida feliz que todos anhelamos tener está al alcance de nuestras posibilidades.
Las buenas noticias es que cuando Jesús promete, él cumple! Porque a diferencia con nosotros, tiene todo el poder del universo, y además la disposición de darnos lo mejor. De todas las promesas que hizo cuando estuvo en la tierra, una de las más extraordinarias es la promesa de vida eterna. Jesús afirmó: “De cierto, de cierto, les digo: el que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida.”
Esta promesa es simplemente asombrosa. Primero, porque Jesús promete darnos vida eterna. ¿Quien se atrevería a prometer a otro algo para más allá de la muerte? Nadie, a menos que sea un demente o un estafador. ¿Quién sabe lo que nos espera del otro lado del frío río de la muerte? ¿Quien puede decirnos con verdad, que nos aguarda cuando pasemos por los portales de la eternidad? Sólo alguien que vive en la eternidad puede hablar de lo eterno. Jesús, prometió vida eterna porque es Dios. Por lo tanto, es el único que puede hablar con respecto al más allá y guiarnos con seguridad al otro lado de la vida. Cualquier otro que prometiese algo para más allá nos estaría mintiendo. Jesús dijo: Yo soy la verdad. El es la verdad final y siempre habló verdad absoluta. Un día confrontó a sus enemigos con la pregunta: “¿Quién de ustedes me puede acusar de pecado…?” Todos tuvieron que guardar silencio.
Jesús, cuando nos promete vida eterna es porque Él tiene todo el poder del universo para darnos vida eterna. Y no habrá fuerza humana o demoníaca que pueda oponérsele cuando él ha prometido hacer algo. Si esta misma promesa, hubiese sido pronunciada por cualquier otro ser humano no valdría absolutamente nada. Pero habiendo sido hecha por Jesús, vale más que todo el oro del mundo. Porque su palabra es verdad, y tiene como respaldo el poder que formó las galaxias. Y además, cuando Jesús promete cumple, porque nadie lo obligó a hacer esta promesa. La hizo porque le ama a usted y a mi, con amor eterno. Por lo tanto, esta promesa jamás dejará de cumplirse. ¡Tiene garantía absoluta!
Segundo, Jesús prometió darnos vida eterna. ¿Qué tenía en mente con esa expresión? Por supuesto, vida perdurable en la eternidad. Vida en amistad y comunión con Dios, viviendo por los siglos sin fin bajo su bendición. Pero además, no sólo la esperanza de una vida gloriosa y sin sufrimiento en el cielo, sino también un anticipo en la tierra.
Cierto día le preguntaron a José R. Díaz si creía en el cielo. Este hombre que había sido un alcohólico empedernido, con una carrera de quince años en el crimen, contestó: “Creo, porque cuando Cristo entró en mi vida sacó el infierno que llevaba, y me dio el cielo que nunca creí que sería posible alcanzar. El transformó el odio a mi padre, en amor por todos”. Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia!!!”. Cuando él promete vida eterna, nos otorga una calidad de vida que sobrepasa todo lo imaginable. No tenemos que esperar al cielo, comenzamos a disfrutarla ya mismo donde estamos.
Tercero, Jesús prometió que algo de valor tan incalculable como es la vida eterna puede ser poseído gratuitamente. ¡Asombroso! ¡Imposible! Dirá usted. Sin embargo, Jesús dijo: el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna. No dijo que teníamos que hacer algo, sino recibir un regalo por medio de la fe. Un regalo tan costoso que nadie podría comprar, y que nadie merecería recibir. Y sin embargo, Jesús nos ofrece su bendición mayor si estamos dispuestos a creer en él. A creer que él es Dios. Que él es el único que puede perdonar mis pecados. Que él es el único camino a Dios. Que él es el único mediador entre Dios y la raza humana. A creer que Cristo es mi salvador personal y mi único refugio en el día del juicio final. Que su promesa es todo lo que necesito para el día que deba comparecer frente a al creador que me dió la vida. Sí, sólo un acto de fe. El que cree tiene vida eterna. ¿Demasiado simple? ¿Demasiado hermoso para ser creído? Así son todas las promesas de Jesús. Demasiado extraordinarias para la mente humana. Pero nunca para un Dios extraordinario, como es quien nos dio la vida y anhela siempre nuestro bien supremo.
Cuarto, Jesús no sólo nos ofrece vida eterna, sino también la cancelación de todas las deudas que hemos contraído con Dios. Por esta razón dijo: “no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida”. Todas las religiones inventadas por los hombres, se fundamentan en la idea de que tenemos que apaciguar a un dios airado y vengativo. Los aztecas y mayas ofrecían a su divinidad corazones humanos aún latiendo. En la actualidad algunos guardan ciertos días, otros se abstienen de cierto alimentos antes de semana santa, otros aún no aceptan transfusiones de sangre. La lista es interminable. Pero siempre es el mismo razonamiento: yo tengo que ganarme algo. Si me sacrifico, Dios me tiene que ver con simpatía.
Cuando Jesús, ofreció vida eterna a cambio de un paso de fe, y prometió no condenarnos sino pasar de la muerte a la vida, no hizo una promesa a la ligera. El sabía muy bien el precio que personalmente tendría que pagar para poder darnos lo prometido: morir sobre una cruz en medio del dolor y la vergüenza, cargando el castigo y el juicio de Dios que a usted y a mi nos correspondía llevar. Por eso, cuanto más analizamos esta promesa, tanto más extraordinaria llega a ser. Vida eterna, gratuita para usted y para mi, y sin embargo tan costosa para Cristo. ¡Qué promesa extraordinaria!
Cuando Jesús promete, él tiene todo el poder y la intención de cumplir. ¿Tiene usted la intención de recibir tal bendición? ¿De apropiarse semejante regalo inmerecido? ¡Vida eterna! ¿Ha creído en Jesucristo? ¿Lo ha recibido en su vida? Puede llamarle, mi Señor y Salvador?
Si nunca lo ha hecho, en este mismo momento puede hacer esta oración: “Padre nuestro, te doy gracias que me amas con amor eterno. Te alabo por haber enviado a tu hijo Jesucristo para morir por mi y darme perdón de todos mis pecados. Te confieso todo lo que tú ya sabes. Reconozco mi necesidad. Creo en tí Señor Jesús. Por la fe, te acepto en mi vida. Entra en mi corazón. Transfórmame con tu poder. Dame la vida eterna que prometes. Lo pido de corazón. En el nombre de Jesús. Amén”.
© 2024 Dr. Jorge Oscar Sánchez | Instituto de Liderazgo Cristiano