Reflexiones junto a la cruz

Autor: Jorge O. Sánchez

CAPÍTULO 1

El Mensaje de la cruz

¡Esta cruz me salvó la vida!

El “gordo” Mario, como le llamaban sus amigos, había estado asistiendo a nuestra iglesia por más de un año. Era un joven muy inteligente, educado y respetuoso. Con el correr de los meses fuimos trabando amistad. Muchas veces me hizo preguntas muy relevantes sobre la fe cristiana. Un sábado a la noche mientras nos despedíamos, me prometió: “Pastor, mañana voy a la iglesia y le voy a dar mi vida a Jesucristo”.  Su afirmación me puso muy feliz… pero había que ver si cumplía con su palabra. Tantas cosas pueden pasar en algunas pocas horas.

El domingo apareció temprano en el culto. Luego que terminamos el culto me buscó y me dijo: “Quiero hablar con usted”. Nos reunimos en mi oficina, y de su bolsillo sacó un pequeño estuche. Al abrirlo, adentro había dos pedazos de madera. Fue entonces que me contó su historia… “Pastor, como usted sabe, a mí me atrapó el fermento de los conflictos armados en mi país. Me enrolaron a la fuerza, y todo anduvo bien hasta el último día de la guerra. Al día siguiente se firmaba la paz. No obstante, ese último día con un convoy de vehículos debíamos hacer un viaje de 30 kms entre las montañas. A mitad de camino nuestros enemigos nos emboscaron. Desde las montañas que formaban el valle que estábamos atravesando comenzaron a llover balas en todas las direcciones. Fue una matanza brutal. Nadie escapó con vida, excepto yo. En el momento del ataque, yo estaba al volante de un Jeep y de golpe sentí un impacto brutal en el pecho que me dejó inconsciente. Cuando abrí los ojos, los enemigos estaban rematando a los que habían quedado con vida. No sé, como no se dieron cuenta de mí. Lo cierto es que, cuando todo terminó pude comprender por qué me había salvado. Ve esta cruz… Mario unió los dos pedazos de madera de roble gruesísima. La bala me impactó en el pecho, justo donde colgaba la cruz. La potencia del disparo la partió en dos, pero desvió la bala y yo me salvé. Ahora dígame… ¿por qué ustedes siempre hablan de la cruz de Cristo? ¿Cuál es el mensaje de la Cruz? ¿Qué tiene que ver conmigo?”

Fue buscando responder estos interrogantes de Mario aquella tarde que, nació el siguiente escrito. ¿Cuál es el mensaje de la Cruz de Jesús?

Cuando nos acercamos a la cruz de Jesús, hay tres realidades que saltan a la vista. Primero, que algo está profundamente mal en el corazón de cada ser humano.

¡Jesús murió! Colgado entre el cielo y la tierra sobre una cruz. Entre dos ladrones, como si fuera el peor de todos. ¿Cuál fue su crimen para merecer la muerte que los romanos solo infligían a los peores enemigos del imperio?

¿Habrán sido sus enseñanzas? Cuando le preguntaron cuál era el más grande mandamiento, Jesús respondió: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo”

¿Será que Cristo violó alguna ley de Dios o de los hombres? Jesús un día confrontó a las multitudes con la pregunta: “¿Quién de ustedes me puede acusar de haber pecado?” Todos debieron guardar silencio. Nadie le pudo acusar.

¿Habrán sido sus milagros poderosos por los cuales debía morir? Jesucristo sanó a los paralíticos, les devolvió la vista a los ciegos, curó a los leprosos, resucitó a los muertos… ¿Serían estos los crimenes por los  cuales debía ser asesinado?

¿Será que las intenciones del Señor ocultaban avaricia e interés propio? Cuando alguien quiso seguirlo como discípulo, Jesús le advirtió: “Las aves de los cielos tienen nidos… pero el Hijo de Dios no tiene donde reclinar su cabeza”. Jesús vivió pobre y cuando murió la única propiedad que dejó fue su túnica, tejida por su madre. Cuando lo enterraron lo pusieron en un sepulcro prestado. El que vino del cielo con sus calles de oro ciertamente no necesitaba de nuestro oro. Jesús vivió amando siempre y anhelando únicamente nuestro bien supremo.

Y si estamos en duda con respecto a su inocencia, llamemos entonces a los testigos…

¿Qué dices tú Pilato? “Este hombre no ha cometido ningún delito…”

¿Qué dices tú, esposa del gobernador romano? “Nada tengas que ver con este justo…”

¿Qué dices tú, Judas? “Yo he pecado entregando sangre inocente…”.

¿Qué dices tú, “ladrón bueno”? “Este ningún mal hizo…”

¿Qué dices tú, centurión romano que supervisaste la crucifixión? “Este verdaderamente era Hijo de Dios…”

¿Y entonces, cómo se explica un odio semejante contra él? ¿Por qué los golpes y los 39 latigazos en la espalda? ¿Porqué las burlas y los insultos? ¿Por qué la corona de espinas? ¿Por qué la cruz con todo el dolor, la vergüenza y su agonía?

La respuesta la dio el mismo Jesucristo cuando afirmó: Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras son malas.

En forma definitiva, son los impulsos pecaminosos del corazón humano los que nos conducen a las  malas acciones.  A un corazón cargado de maldad la luz de la verdad no lo puede iluminar; a un corazón lleno de sí mismo no lo puede llenar el amor de Dios.

Es digno de detenerse a pensar. Caifás, el sumo sacerdote de los judíos buscó que Jesús muriese por culpa de su orgullo espiritual. Se consideraba demasiado bueno para cometer un error o aceptar ser corregido. Pilato (el gobernador romano) lo entregó a la muerte para preservar su carrera política. La ambición personal fue su ruina.  El rey de los judíos, Herodes, pudo dejar a Jesús en libertad; no obstante, no lo hizo porque su pecado era la inmoralidad sexual. Judas, lo traicionó por amor al dinero. Todo muy actual y contemporáneo, ¿no le parece?

Al considerar la mayor injusticia de la historia humana tendríamos que detenernos y preguntar: ¿qué me separa de Jesús en este día? Cualquiera sea mi mal en general o el pecado en particular que me domina, vivir y morir sin Jesús es el peor negocio de la vida.

En forma definitiva, la cruz de Cristo nos recuerda que algo está profundamente mal en el corazón humano. Nuestro mal, no es falta de educación, oportunidades o libertad, sino más bien el deseo de rechazar la luz para aferrarnos a la oscuridad del pecado y sus malas acciones. Y si una vida ejemplar como la de Cristo nos recuerda nuestras malas obras, entonces… ¡que sea crucificado!

Con todo, en segundo lugar, la cruz de Cristo también nos revela el amor infinito de Dios para cada ser humano, incluyéndolo a usted y a mí.

Vale la pena que nos peguntemos: ¿porqué se entregó Jesús a sus enemigos? ¿Porqué soportó todos los sufrimientos y humillaciones que padeció? ¿Porqué toleró el abandono de Dios el Padre? Hay una sola respuesta: porque la cruz de Cristo es la manifestación más poderosa, completa y sublime del amor de Dios por sus criaturas.

Mientras colgaba en la cruz, muchos desafiaron a Jesús a que se bajase de la cruz y así demostrase que era el Hijo de Dios. Jesús rechazó esa tentación. De haberlo hecho ustedes y yo quedábamos sin poder ser reconciliados con Dios. A Cristo no lo retuvieron a la cruz los tres sucios clavos que lo sujetaron al madero. Sólo el amor infinito que, mueve las manos del creador del universo permitió que esas manos fuesen clavadas para poder ofrecernos salvación del castigo divino a usted y a mí.

Afirma la Biblia: “Porque de tal manera amó Dios a la raza humana, que entregó a su Hijo único…” Verdaderamente que, Dios nos ama ¡de tal manera!!!! Imposible de medir, comprender y mucho menos de merecer, es el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros.

La historia humana registra muchos actos de heroísmo. Personas que en su momento estuvieron dispuestos a morir por un ser amado, ya sea un hijo, un padre, o un amigo. Sin embargo, no hay un solo registro de alguien que haya entregado su vida por un enemigo acérrimo, excepto uno: Jesucristo. Cristo por amor a nosotros, sus enemigos declarados, aceptó entregar su vida como un sacrificio a Dios y ofrecernos salvación de la ira y el castigo de Dios.

Estas verdades nos conducen a la tercera realidad de la cruz de Cristo y es que, la cruz de Cristo es el único camino de salvación.

La maldad del corazón humano condujo a Cristo a la cruz; su amor eterno por nosotros lo retuvo sobre ella. Pero ¿porqué debía morir el Hijo de Dios? Porque la justicia infinita de Dios y nuestra condición humana caída lo hacían absolutamente imprescindible.

Los seres humanos morimos. De mil maneras diferentes, a diversas edades, sin importar nuestra condición social. Cuando nuestros primeros padres pecaron contra Dios, el Creador dictó sentencia: nos condenó a la muerte eterna por violar su justicia y su santidad infinita. Desde ese día todos morimos, y la sentencia no ha sido revocada. Tristemente, sigue en vigencia hasta hoy. Esta idea nos desagrada profundamente a todos nosotros.

Por esta razón, cuando Dios en su amor infinito buscó la manera de salvarnos del castigo del pecado y reconciliarnos con él, tuvo que enviarnos un Salvador que fuese completamente divino a fin de morir por nosotros y cancelar la deuda infinita que nosotros habíamos contraído con el Padre; y al mismo tiempo debía ser perfectamente humano para que pudiese morir en lugar de cada ser humano. Cristo, por tanto, es el único Salvador que reúne las dos condiciones requeridas por Dios: perfecto Dios y perfecto hombre. En consecuencia, al morir en la cruz cargó con nuestra culpa, sufrió el castigo de Dios en nuestro lugar, satisfizo las demandas de la violada justicia de Dios y nos abrió mediante la fe el camino de regreso al corazón de Dios y a su vida eterna.

Completando la afirmación bíblica de más arriba, la Biblia declara: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo aquel que en él confía, no se pierda más tenga vida eterna.Cristo compró con su muerte perdón de los pecados y salvación de la ira de Dios. Ustedes y yo podemos aceptar ese regalo inmerecido e infinitamente costoso mediante un acto de fe. Nadie debe perderse, todos podemos recibir vida eterna. Sin embargo, debemos confiar en Cristo, en su muerte en mi lugar, en su persona perfecta y en su obra completa a mi favor.

Aquella tarde, le expliqué a Mario estas verdades. Y le dije: “Un día esa cruz de madera te salvó la vida física. Sin embargo, hoy te invito a confiar en el Cristo de la cruz del Calvario, a invitarlo a tu vida y que sea el Salvador de tu alma desde ahora y para siempre. Porque Cristo vive hoy.”

Ese día, Mario inclinó su cabeza, hizo la oración que sigue a continuación e invitó a Cristo a ser su Señor y Salvador. “Padre del cielo. Reconozco mi maldad y mi pecado. He quebrado todas tus leyes y violado todos tus mandamientos. Sin embargo, te doy gracias por tu amor eterno hacia mí. Hoy te pido que perdones mis pecados, limpies mi vida y me aceptes como tu hijo. Creo que tú eres mi Salvador personal de todo corazón. Lo pido por la obra de Cristo en la cruz y por la autoridad de su nombre. Amén.Luego que la hizo, comenzó una vida totalmente transformada por el poder de Jesús. La misma bendición puede ser suya en este día.

Si, este es el mensaje de la cruz de Cristo. Bendito mensaje. Sobre todo, bendito Dios y Salvador. Creer y confiar en Jesús, es recibir Vida Eterna, desde este día y para siempre. Mario lo hizo aquella tarde. ¿Y tú? ¿Has confiado en Cristo? ¿Lo has invitado a ser tu Salvador? Esta es la mejor hora para hacerlo. Si este es tu deseo, te invito a hacer la oración que está en el párrafo anteror. Dios te bendiga al hacer tu decisión por Jesús.  

CAPÍTULO 2

EL triunfo del crucificado

La muerte de Cristo cuando ocurrió fue un absurdo para todos sus discípulos y amigos cercanos. Era imposible comprender porque este joven que realizó milagros portentosos, sanó a los enfermos, liberó a los poseídos por el diablo y dio vida a los muertos, ahora estaba agonizando sobre una cruz de vergüenza entre dos delincuentes. Cuando los soldados y alguaciles armados de palos y espadas vinieron a prenderle en el huerto de Getsemaní, Jesús les preguntó: “¿a quién buscan ustedes? ‘A Jesús de Nazaret’”, respondió la multitud. En ese mismo instante, como si una boca invisible los hubiera soplado con un poder majestuoso, todos cayeron a tierra en total confusión. Jesús podría haberlos dejado allí y seguir su camino. Todos los ejércitos del mundo reunidos nunca podrían haber detenido su paso.  Los miembros de esta multitud no eran oponentes para aquel que, con sus manos omnipotentes formó el universo. Sin embargo, en ese momento se entregó a esa chusma inculta de ignorantes y ciegos espirituales para que se cumpliese todo lo que ocurrió en las próximas horas y que terminaría con su propia muerte. ¿Cómo se explica?

Cuando nos acercamos a la cruz de Cristo vemos que Jesús no fue una víctima impotente que no se pudo defender o que le faltó poder para enfrentar a sus adversarios. Por el contrario, Jesús se entregó por propia voluntad, porque esta cruz revelaría finalmente a la raza humana el poder infinito de Dios. Un par de días antes de ir a la cruz, Jesús había afirmado: “Yo pongo mi vida, nadie me la quita. Yo la pongo y yo la vuelvo a tomar”. Jesús sabía muy bien porque había venido a este mundo. Siendo el dueño el universo escogió este curso de acción de acuerdo a su sabiduría infinita y habiendo determinado un plan eterno, no había poder que podría impedirlo. Y ahora que había llegado el momento de cumplir la misión crucial de darle al ser humano la posibilidad de ser salvo de la ira de Dios, del poder del pecado y del diablo, Jesús no dudó. Él tenía verdaderamente el poder para retener su vida, pero en ese caso hoy estaríamos todos en el mismísimo infierno. Nuestro Señor puso su vida de propia voluntad, sabiendo que también tenía el poder para volverla a tomar de regreso. Esto lo demostró de manera fehaciente cuando se levantó de los muertos tres días después.

La cruz de Cristo y su muerte nos recuerdan asimismo el propósito eterno de Dios. ¿Por qué Jesús tenía que sufrir lo que padeció y finalmente morir? El apóstol Pedro, uno de sus discípulos más cercano nos recuerda: “Cristo murió, el justo por nosotros los injustos para llevarnos a Dios”. (1 Pedro 3:18. La Biblia). Cuando Jesús agonizó en el calvario ningún ser humano pudo entender lo que Jesús estaba haciendo y logrando en esas horas cruciales. Jesús estaba solucionando el problema fundamental de la raza humana, el cual es: ¿cómo un ser humano cargado de pecados y culpa puede comparecer delante de Dios, el cual es infinitamente santo? Este problema nadie lo podía tratar, y a nosotros los humanos ni siquiera nos interesa que alguien lo trate. Dios lo hizo a pesar de nosotros movido por su amor infinito.

Pedro llama a los humanos, “nosotros los injustos…” ¡y con justa razón!  Cada uno de nosotros estamos cargados de pecados. Nacemos con la simiente de Adán que nos impulsa hacia el mal, y luego llegamos a ser expertos en pecaminología. En este campo todos tenemos un doctorado, hemos alcanzado el máximo nivel. No en vano afirma la Biblia que, como consecuencia, ninguno de nosotros puede alcanzar la gloria de Dios. No sólo que no veremos a Dios o entraremos en su gloria, sino que también estamos bajo su justa sentencia y castigo eterno.

La muerte de Cristo fue una ofrenda a Dios por tus pecados y los míos. Fue ofrecido por el ser humano perfecto en representación de todos los injustos humanos; y fue la ofrenda del Hijo perfecto de Dios que pudo satisfacer todas las demandas inalcanzables de la ley de Dios. Por esta razón Pedro afirma que, “el JUSTO, murió por nosotros los injustos”. Cristo con su perfección absoluta era el único que podía salvarnos del merecido castigo divino.

¿Y con que propósito lo hizo? “Para llevarnos a Dios...”, nos informa Pedro. Al igual que un niño perdido en un bosque, Dios nos vino a buscar para llevarnos de regreso a la casa del Padre. Este es el lugar de la Vida Eterna, abundante y feliz. El lugar de la esperanza cierta en esta vida y más allá de la muerte. Al lugar de la bendición, la salvación de nuestras almas y la sanidad de todo nuestro cuerpo y alma. Al lugar del conocimiento verdadero que, nos acerca a Dios, nos da confianza para creer en sus promesas y nos abre las puertas del cielo. La obra de Cristo nos lleva de regreso al Padre que formó el universo, al dador de la vida y quien nos mantiene vivos por su misericordia. Con este Dios eterno cada uno de nosotros podemos establecer una relación personal, y de esta relación dinámica y creciente, brotará el manantial de todas las bendiciones espirituales que podemos llegar a gozar ahora y por todos los siglos futuros si creemos en él y su palabra.

En esa cruz de ignominia mientras los enemigos le insultaban y sus amigos lloraban con tristeza, Jesús de manera invisible pero muy real y poderosa, estaba consumando la obra más importante y completa de toda la historia humana. ¡Demos gracias que haya sido así!

Esa cruz además demostró, el poder de atracción de Jesús: Pocos días antes de morir, Jesús dijo: “Y si yo fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mi mismo. De esta manera daba a entender de que muerte iba a morir.” (Juan 12:32. La Biblia). Cuando Jesús completó su obra de salvación en la cruz, exclamó: “Consumado está.” En otras palabras: “Completada está mi obra a favor de Dios y los hombres”. Luego entregó su espíritu a Dios el Padre y murió.

Cuando ese viernes a las tres de la tarde Jesús murió, daba la impresión de que el infierno, las huestes satánicas y el poder de la injusticia, habían logrado la victoria más aplastante, resonante y final sobre el Hijo de Dios. Desde la perspectiva de la ceguera humana, era como si el mal se sentaría para siempre sobre el trono del universo. Sin embargo, que revés tan brutal y decisivo, el pecado y las fuerzas del mal recibirían al amanecer ese próximo domingo  Jesús se levantó victorioso de entre los muertos y aplastó a todos sus enemigos. Hoy es el Salvador del mundo y el Juez del universo, quien regresará para juzgar a los vivos y a los muertos.

No obstante, cuando se acerca a nosotros no lo hace amenazándonos como un dictador o un déspota. Por el contrario, con amor paciente nos invita diciendo: “Yo estoy a la puerta de cada corazón y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él y el conmigo.” ¡Bendita invitación!

Si, la cruz de Cristo desde ese día maldito ha sido el poder más grande de atracción hacia el corazón de Dios. Absolutamente todos nos podemos acercar a Dios con confianza y sin temor, porque quien nos invita fue levantado sobre una cruz reservada a los peores, para que mediante su vergüenza nosotros pudiésemos ser reconciliados con Dios. Para quien cree en Jesús esa cruz de ignominia es nuestra gloria, seguridad y poder.

Si, la cruz de Cristo es el triunfo contundente y final del Crucificado. Sobre esa cruz quedó demostrado para siempre frente a los humanos, el poder de Dios, la sabiduría de Dios y el poder de atracción que siempre ejercerá sobre quienes están buscando la puerta de entrada al cielo. 

¿Eres parte de ese triunfo? ¿De qué lado de la cruz estás? ¿Es el crucificado victorioso tu Salvador y quien te ha llevado de regreso a Dios y a sus bendiciones? Dijo Jesús: Quien confía en el Hijo tiene Vida Eterna; mas el que rehúsa creer en Jesús, no verá la Vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él (Juan 3:36. La Biblia).

CAPÍTULO 3

El amigo de césar

“Si sueltas a este no eres amigo de César”. Ese fue el tiro penal que decidió el partido. El argumento que movió el platillo de la balanza de la justicia hacia el veredicto final. Hasta allí Poncio Pilato había luchado por salvar al prisionero. Pero cuando supo que su carrera política estaba en juego, condenó a Jesucristo a una muerte infame y se confinó a si mismo a una eternidad de espanto. ¿Cuáles fueron los peldaños descendientes que le llevaron a la calamidad? Exactamente los mismos que tantas veces recorren la gran mayoría de los humanos del siglo XXI.

El primer error que cometió el gobernador romano es, no comprender que toda posición de liderazgo conlleva una responsabilidad enorme. Muchos aspiran ocupar posiciones encumbradas pensando únicamente en los beneficios que hay para quienes llegan al tope: dinero en abundancia, palmadas de aplausos, gente que los admira. Sin embargo, olvidan que toda posición de liderazgo en cualquier arena que podamos desenvolvernos, siempre lleva consigo una responsabilidad enorme: la de hacer decisiones, tantas veces muy difíciles y costosas. Y como resultado de esas decisiones, luego seremos juzgados por los hombres y sobre todo por Dios.

En ese día fatídico al gobernador romano le trajeron un prisionero que según decían los líderes religiosos judíos debía ser sentenciado a muerte. Pilato interrogó al prisionero y muy pronto se dio cuenta que era toda una patraña vergonzosa. El prisionero no había cometido ningún delito contra la ley romana; y mucho menos algo que fuera digno de ser castigado con la pena de muerte. Sus palabras fueron: “no encuentro en él nada de aquello que lo acusan”. De acuerdo a la justicia, su obligación era dejar el prisionero en libertad allí mismo, y caso cerrado. Pilato, sin embargo, se asustó ante el griterío persistente de la multitud. Pésimo para alguien que se jacta de ser un verdadero líder. Si es un cobarde, mejor que busque otra profesión.

El segundo error de Pilato fue, querer zafarse de la decisión que se esperaba de él. Alguien dijo que Jesús era de la provincia de Galilea. Uno de los asistentes, entonces, le sopló que el rey Herodes que gobernaba esa jurisdicción se hallaba en Jerusalén. Pilato, entonces, decidió mandarlo para que Herodes tratara con este caso. La cosa, no obstante, no funcionó. Jesús no le dirigió la palabra al perverso de Herodes, y al rato estaba de regreso en la corte romana. Y ahora, ¿qué hago?, debe haber pensado el gobernador.

El tercer error de Pilato fue, tratar de lograr un compromiso con aquellos que acusaban a Jesús. Así, tomó la decisión de mandar a Jesús a ser castigado con los 39 latigazos del sistema judío. Hasta aquí Pilato tenía las manos limpias de sangre inocente, pero ahora el mismo es digno de ser acusado de violar la justicia y ser llevado a juicio. ¿Qué habrá pensado? “¿Si lo castigo, al ver la sangre se compadecerán de él y lo libro del mal peor y final?” Los soldados cumplieron la nefasta orden y ahora Jesús es traído una vez más delante de la multitud. “He aquí el hombre”, grito el gobernador. Pero la multitud sabiendo que Pilato había errado en un punto, la victoria final ya les pertenecía. “Fuera con este…” fue el grito estremecedor de la multitud.

Las opciones se acababan, entonces, Pilato recordó una última salida de incendio: el gobernador perdonaba en tiempo de la Pascua a un delincuente y lo dejaba en libertad si otro tomaba su lugar. “¿quieren que les suelte a Barrabás o a Jesús?” “Danos a Barrabas”, fue el veredicto de la multitud. Barrabás era un ladrón y un criminal. La decisión final estaba hecha. El pueblo judío solamente tenía un lugar para Jesús: la muerte por cruz. Y nada en el mundo los detendría de lograr sus fines macabros.

“Pero, ¿qué haré con Jesús?”, fue su último intento de librar al prisionero. Fue entonces que, alguien gritó: “Si sueltas a este, no eres amigo de César”. Y allí Pilato firmó la rendición. Todo su valor se desmoronó en forma definitiva. Vio que su carrera política estaba en juego, entonces, se lavó las manos y entregó a Jesús para que fuese asesinado. Y junto con su decisión pasó a la historia como el gran cobarde de todos los tiempos. En el Credo Apostólico lo recordamos… “padeció bajo Poncio Pilato”.

¡Qué lástima!, podría decir alguien. Tenía mucho de bueno Pilato. Tal vez en otras circunstancias… Lo cierto es que nunca más tendrá la oportunidad que tuvo en ese día de proporciones históricas. Y falló para siempre en perjuicio de su propia alma.

Las cosas no son diferentes en la actualidad: ¿Qué dice usted de Jesús? ¿Es el único Hijo de Dios, y por tanto digno de nuestra adoración, amor y servicio? O, ¿preferimos mejor un Barrabás, sedicioso, criminal y ladrón? Pilato no comprendió la importancia del momento que vivía y de la decisión que tenía que hacer. ¿Lo comprende usted? Las convicciones que tenemos en cuanto a Jesús y que hacemos con él, deciden hoy mismo, la calidad de nuestra vida y el destino final de nuestra alma en la eternidad.

Muchos al igual que Pilato tratan de evitar este tema. Piensan que ignorándolo lo han solucionado. Sin embargo, la Biblia nos recuerda: “Está establecido a los humanos, morir una vez y después el juicio frente a Dios”. Jesucristo será el juez quien decida su destino eterno. ¿Qué dice usted de Jesús? ¿Ha firmado la paz con él?

Otros al igual que Pilato, piensan: “Yo soy neutral en este conflicto… Yo creo en Jesús, pero no voy a ninguna iglesia. No estoy ni a favor, ni en contra…” ¡Qué error monstruoso! Jesús nos enseñó de manera decisiva: “El que no está conmigo está en contra de mí”. Con Jesús no hay lugar para la neutralidad. Él mismo nos enseñó que solamente hay dos caminos: uno angosto que lleva a la vida eterna y uno ancho que conduce a la perdición, y la gran mayoría avanzan por él. ¿En qué camino está usted? ¿Ha caído en la trampa de la pretendida neutralidad? Pilato pagó muy caro por esa idea equivocada.

Frente a la persona de Jesucristo, sus enseñanzas, demandas y obra, hay una sola respuesta que es digna de ser abrazada en este día: es declarar a Jesús lo que es en verdad: el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, y mi Señor personal. Y en base a las promesas que Cristo hizo, invitarle a que venga a mi vida, entre a mi corazón, y me adopte por siempre como su hijo, perdonando todos mis pecados y dándome Vida Eterna. “Y en ningún otro hay salvación. Porque no hay un nombre dado a los hombres debajo del cielo, en que podamos ser salvos”. Pilato perdió su única oportunidad de ser salvo, y se perdió para siempre.

Pilato eligió mal por que prefirió el éxito en su carrera política. Pensó solamente en recompensas temporales a expensas de las eternas. Eligió los goces materiales que brindaban su posición, en lugar de abrazar la persona de Cristo, lo cual lo haría muy impopular. Puedo preguntarle: ¿qué pecado lo separa de la salvación en este día? ¿Se dirá también de usted que, al igual que Pilato, es un buen amigo de César? Elija ser un buen amigo de Jesús. Invite hoy a Cristo a su vida y goce de todos los beneficios que ganó para usted yendo a la cruz que no merecía. Jesucristo es el único amigo, el mejor amigo, porque le ama con amor eterno. Dios le bendiga al hacer su decisión.

CAPÍTULO 4

¿de qué lado de la cruz estás?

¡Jesucristo murió! Colgado entre el cielo y la tierra. Entre dos ladrones, como si él mismo hubiera sido el peor de los tres. Los eventos de esa Pascua hebrea dividieron la historia humana en un antes y un después. Hasta el día de hoy la cruz de Cristo sigue dividiendo a todos los humanos en dos bandos. No hay una mejor ilustración de lo que decimos que la separación que produjo entre los ladrones que murieron a ambos lados de Jesús.

Cuando leemos el relato de la crucifixión de Cristo hay personas que hablan de un ladrón malo y un ladrón bueno. ¡Nada puede estar más lejos de la verdad! Los dos eran personas malas y fueron llevados al lugar de la ejecución como resultado de sus carreras delictivas. Inclusive, al escuchar a la multitud insultar a coro al Hijo de Dios, ellos también unieron sus voces a la catarata de improperios. ¿Quién podría imaginar, entonces, que los dos habiendo tocado fondo llegarían a tener destinos eternos diametralmente opuestos? ¿Qué hizo la diferencia? Lo mismo que divide la humanidad en este día, nuestra actitud hacia Jesucristo, su persona y su obra.

Es evidente que los ladrones tenían algún tipo de información en cuanto a Cristo. Por lo menos sabían que aquel joven profeta había realizado milagros portentosos. Entonces el ladrón impenitente decidió tirarse el lance… en una de esas “se ganaba la lotería”. Dominado por la incredulidad y de manera infantil presentó la absurda idea: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros”. Jesús nunca respondió a un pedido tan irreverente, egoísta y mundano. Lo mismo ocurre en el día de hoy. Al presente, hay millones que no tienen el más mínimo interés en la persona de Jesús. Lo ignoran en forma consistente y se burlan de su persona. No obstante, llega una crisis aguda en forma repentina a su mundo seguro y entonces… Puede ser un diagnóstico médico aterrador; una crisis económica, un problema agudo en el matrimonio, etc. Es así que, deciden probar. No tienen interés en la persona de Jesús. No le conocen, ni le aman, ni le adoran, ni le sirven. Solamente quieren sacarle ventaja, lograr sus propósitos mezquinos para luego volver a sus andadas pecaminosas, dándoles las espaldas al Hijo de Dios. Francamente, me sorprende que tantas veces, Dios en su bondad infinita se apiade de algunas de estas personas. Con todo, luego de servir a Dios por más de cincuenta años, he observado que el 99% de este tipo de peticiones reciben la misma respuesta que tuvo el ladrón endurecido: ¡Nada! Aquel ladrón con su actitud y su desprecio hacia Jesús quedó a un lado de la cruz. Se perdió en forma eterna, final y definitiva. Lo mismo ocurre en la actualidad con la gran mayoría. El silencio de Jesús es el último clavo en el ataúd de la perdición eterna para un elevadísimo número de personas del día de hoy.

¿Quién podría imaginar, no obstante, que en una escena de tanta oscuridad espiritual habría de brillar un rayo refulgente de esperanza para alguien que no lo merecía? Mientras la multitud aullaba como lobos rabiosos contra Jesús, algo pasó en el corazón del segundo ladrón. Tal vez, al mirar la corona de espinas sobre la cabeza del Hijo de Dios, de pronto la vio como la corona de gloria de un verdadero rey digno de todo respeto. Lo cierto es que, en su alma se produjo una profunda conversión. En consecuencia, luego de reprender a su compañero de fechorías, se dirigió a Jesús de una manera tan respetuosa, reverente y llena de fe, que recibió de labios del Señor una promesa digna de nuestro asombro.

Este joven al reprender a su compañero y afirmar que lo que les aconteció era la justa recompensa por sus acciones erróneas, estaba escalando el primer peldaño en la escalera a la Vida Eterna: reconocer sus errores y pecados frente a la voluntad declarada de Dios. Además, al dirigirse a Jesús en forma humilde y respetuosa, como alguien que necesita ser ayudado, lo llevó al segundo peldaño: el verdadero arrepentimiento. Y cuando finalmente se dirigió a nuestro Señor con una petición llena de fe, trepó al tercer peldaño: “Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.” Jesús colgaba de una cruz al igual que el mismo. Sin embargo, al leer la acusación sobre la cruz: “El rey de los judíos”, en su corazón se encendió la visión que este no era el fin del camino para ninguno de los tres. Que, de alguna manera inimaginable en ese momento, en algún punto de la historia que Dios escogiese, Jesús habría de retornar como el verdadero Rey de reyes que es. Y entonces, hizo su sincera petición: “Señor, acuérdate de mi cuando vengas en tu reino”. 

¿Cómo le respondió Jesús? “De cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso”, fue su respuesta. Cuando Jesús le dijo: “De cierto te digo”; le estaba dando una promesa tan cierta, firme, e inconmovible como el peñón de Gibraltar. Asimismo, Jesús le señaló la fecha de cumplimiento: “Hoy”. También le dijo le dijo donde se reunirían para nunca más separarse: “En el paraíso”. Bendito lugar de dicha y felicidad eterna. Años más tarde San Pablo fue arrebatado a ese lugar de gozo eterno, y nos cuenta que vio cosas tan inefables que no hay palabras humanas que las puedan describir. Además, le recordó que el Paraíso es el lugar de la amistad eterna e inseparable con Jesús: “Hoy estarás conmigo…” Oh, amor, insondable y eterno el de nuestro Señor. ¡Que promesa de lujo! ¿Para un ladrón que nada hizo para merecerla…? Así son de grande la gracia, la bondad y el amor de Dios para con todo aquel que le ama y en humildad sincera le suplica su bendición.

Aquel día, tres delincuentes se encaminaron al monte Calvario. Los tres fueron igualmente crucificados. Los tres murieron ese mismo día antes de caer el sol. Pero a partir de ese momento sus caminos se separarían para siempre. Tres días más tarde el mundo entero fue sacudido cuando se supo que Jesús se había levantado de entre los muertos, y fue declarado HIJO de DIOS, con poder. Desde ese día Jesús sigue separando a la raza humana, tal como separó a los ladrones en el monte de la calavera. Puedo preguntarte: ¿De qué lado de la cruz estás? ¿Estás del lado de aquellos que al igual que el “ladrón malo” viven sirviendo al pecado, la injusticia y la maldad? ¿Estás del lado de aquellos a quienes Jesús ignora y condena al juicio eterno por profanos e incrédulos? Confío que, si esa es tu triste realidad, hoy mismo des media vuelta y dirigiéndote a Jesús en una oración sincera y llena de fe, hagas la misma súplica que elevó el ladrón arrepentido. Como consecuencia, tú también recibirás la promesa: “De cierto, te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Si estás del lado equivocado de la cruz, hoy es la mejor oportunidad para entregarle tu vida, tu alma y tu ser al Hijo de Dios. Como resultado, de sus labios recibirás la misma promesa que salvó al ladrón arrepentido por siempre jamás. El Señor te bendiga, y es mi ruego que, la vida en este mundo y la eternidad te encuentren del lado correcto de la cruz. Tu suprema felicidad está en la balanza. 

CAPÍTULO 5

el poder de atracción de la cruz

Cuando los primeros misioneros cristianos llegaron a las costas de Groenlandia, nos cuentan los libros de historia que, encontraron tribus nativas tan salvajes y perversas que perdieron toda esperanza de producir el más mínimo cambio social para el bien y el progreso. Los misioneros pensaron como consecuencia, ¿De qué sirve hablarles del evangelio? Mejor eduquémosles en cuanto a lo que son las virtudes y los delitos. Si aprenden a distinguir entre el bien y el mal, tal vez tengamos alguna remota esperanza de redención. Pusieron manos a la obra. Pasaron los años y, ¿cuál fue el resultado? ¡Absolutamente nada!

Sin embargo, un cambio profundo llegó a esa civilización. ¿Cómo ocurrió? Cierto día un misionero estaba hablando mediante un intérprete de la cruz de Jesús. De como el Hijo de Dios por amor murió para salvar a los humanos del poder destructor y la condenación del pecado. En un momento que el traductor se detiene, uno de los oyentes mirando al misionero y con tono sorprendido en la voz, le dice: ¿pero usted me quiere decir que el Hijo de Dios murió en la cruz para salvar a un depravado Groenlandio como yo? Esa fue la primera victoria de la cruz. El resto cualquiera lo puede imaginar. A partir de ese momento, las conversiones al cristianismo llegaron por millares. Como resultado Groenlandia experimentó una profunda transformación personal y social que la llevó a ser parte de las naciones civilizadas y progresistas de la tierra.

Jesucristo afirmó: “Y si yo fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Lo que mismo que ocurrió en suelo de Groenlandia ha pasado en todas las naciones del globo terráqueo a donde han llegado los heraldos de la cruz. Caníbales fueron transformados en santos, rameras en mujeres de virtud, endemoniados en misioneros de la bendición divina. Tabernas fueron hechas iglesias; esclavos oprimidos quedaron en libertad; sociedades dónde se practicaban los vicios más espantosos, comenzaron a regirse por las virtudes cristianas del amor, la justicia y el respeto. Todo como consecuencia del poder de atracción de la cruz.

Cuando Jesús afirmó que a todos atraería a sí mismo, nos estaba revelando la clave del poder para la transformación personal y social. En el presente las naciones invierten billones en educación; destinan millones a establecer centros de recuperación para drogadictos y alcohólicos; casas de transición para quienes salen de prisión. La lista de buenos proyectos es interminable. Con todo, los resultados no aparecen. Por el contrario, sin dinero tantas veces, cuando las iglesias de Cristo han predicado el mensaje de la cruz con integridad, las prisiones se abren; las cadenas se rompen, y los esclavos del error, el pecado y los vicios, experimentan un nuevo nacimiento. ¿Cómo se explica, entonces, que la cruz de Cristo tenga semejante poder para lograr lo que humanamente es imposible?

Para contestar este interrogante debemos entender que la única fuerza que puede derretir la dureza, frialdad y perversidad del corazón humano, es el amor de Jesucristo. Cuando miramos a la cruz, vemos a un joven en la flor de la vida muriendo como un delincuente. ¿Quién es este joven? Es el Dios omnipotente infinito que ha tomado forma humana. ¿Por qué está muriendo en medio de horrores indescriptibles, dolores inenarrables, y burlas despiadadas? ¿Es que acaso no tuvo poder para defenderse? De ningún modo. Jesús está muriendo a las afueras de Jerusalén porque esa era la misión por la cual nació en Belén. Ningún poder humano lo forzó a morir. Él puso su vida por decisión propia. La razón es que, siendo hombre voluntariamente escogió morir por todos nosotros los humanos. Lo hizo para pagar la deuda que hombres y mujeres de todas las edades debemos a Dios por nuestro pecado personal. Solamente él mediante su muerte podía satisfacer los requerimientos de la justicia divina que todos hemos violado. Muere como hombre, pero siendo Dios su muerte tiene valor infinito. La muerte de Jesús bastó para cancelar de una vez y para siempre la deuda que nos separaba de Dios, salvarnos de la ira del Padre y de las consecuencias eternas del pecado.

¿Qué lo impulsó a Jesús a morir? El amor eterno e infinito que Dios tiene por ti y por mí. Nada más. No busquemos otra razón. La medida del amor de Dios por ti y por mí es la medida del sacrificio de Jesús estuvo dispuesto a hacer para lograr nuestro bien supremo. ¿Suena absurdo? Seguro. ¿Demasiado bueno para ser creído? Así es en verdad. No hay otra razón. Los humanos jamás hemos conocido un amor así. ¿Naciste en un hogar donde no conociste el amor? Tal vez ni siquiera tuviste un hogar… Tal vez todos te han despreciado, burlado, ninguneado hasta hoy. Jesús te comprende porque él mismo lo experimentó cuando colgó del madero por amor a tu alma. Jesús es el único que te ama con amor genuino, eterno y verdadero. Lo demostró yendo a esa cruz de ignominia para cargar tu castigo, tu vergüenza y tu dolor.

Como resultado de este amor infinito hacia mí, es que yo cambio en consecuencia. Cuando comprendo el alcance del amor de Dios hacia mi persona, ¿cómo puedo seguir haciendo las cosas que llevaron a Jesús al Calvario? ¿Cómo puedo volver a pecar cuando entiendo el costo que tuvo que pagar mi Señor para darme Vida Eterna? Es el amor inmerecido de Jesús que se ofrece a personas sin ningún mérito como eran los Groenlandios, y los sicarios del presente, que me llevan a la conversión. Por años le di las espaldas a su amor e ignoré su persona, mas ahora me vuelvo a Jesús en sincero arrepentimiento y le pido perdón, compasión y vida eterna. A partir de allí le pido su poder para vivir cada día una vida que le agrade y reciba su aprobación. Una vida basada en la gratitud y el aprecio hacia su persona y el cruento sacrificio que hizo por mí.

San Pablo después de haber experimentado el nuevo nacimiento declaró: “Porque el amor de Cristo nos obliga, pensando esto: que si uno murió (Jesucristo) por todos, luego todos murieron (los que aceptamos a Cristo); para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que se entregó y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:14-15). ¿Por qué ya no hago más las cosas destructivas que hacía antes de conocer a Jesús? Por amor a mi Señor que dio lo más precioso, su propia vida, para que yo pudiese llegar a vivir como él vive y un día feliz recibirme en sus mansiones eternas.

Desde que Cristo fue levantado en la cruz ha estado atrayendo a millones de pecadores de los trasfondos más variados. Personas que nunca hubiéramos creído que era posible que fueran transformados, y sin embargo, hoy son un testimonio viviente que su palabra es siempre fiel. “Si yo fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. ¿Eres tú uno de ellos? ¿Has experimentado el gozo de la libertad de la esclavitud del pecado que Cristo ofrece a quienes le aman? ¿Te estás regocijando en el amor de Jesús, que es mucho más grande que toda nuestra miseria? ¿Estás viviendo en el plano al que Jesús eleva a todos los que le entregan su vida en plena certidumbre de fe? El poder que transformó a los Groenlandios y todas las bendiciones espirituales que brotan del Calvario también pueden ser tuyas mediante un acto de fe y entrega a Jesús. Jesús te está atrayendo con su amor eterno, ¿Cuál es tu respuesta? Ábrele la puerta de tu corazón, y permite que el amor eterno que Jesús siente por ti, cambie tu vida, tus circunstancias y un día te reciba en sus moradas eternas. Dios te bendiga hoy y siempre. 

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