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Dr. Jorge Oscar Sánchez
Nuestra vida es, lo que nuestras decisiones la hacen. Cada uno de nosotros tenemos el derecho inalienable concedido por el creador de hacer decisiones. Decisiones pequeñas, como que comeremos hoy, como nos vestiremos, a quien visitaremos. Y decisiones grandes, trascendentes, tales como: a quien voy servir, cual será mi vocación, donde viviré, con quien voy a compartir mi vida, cuales serán los valores que sustenten mi acción, cual será mi misión. Ustedes y yo hacemos nuestras decisiones y luego tenemos que vivir con las consecuencias que engendran. Si sembramos bien cosecharemos bien, si sembramos mal cosecharemos mal. Es la ley fundamental de la existencia. Nada es tan importante para la felicidad en el matrimonio y el hogar como hacer buenas decisiones. Por esta razón uno de los líderes más destacados en la historia nacional de Israel desafió al pueblo de Dios diciendo: Yo y mi casa, serviremos al Señor.
Alguien que está escuchando tal vez pregunte: pero que implica servir a Dios en el hogar? ¿Cómo reconocer que estoy sirviendo de acuerdo al plan de Dios? ¿Cómo puedo saber que estoy haciendo las cosas bien?
Si usted ha hecho la misma decisión excelente que hizo Josué entonces hay tres cosas que deben caracterizar su hogar:
1- Cada uno de los conyugues debe tener una relación creciente y dinámica con Jesucristo:
Tantas veces lo hemos oído: el cristianismo no es una religión, es una relación. No es el intento fútil del ser humano de reconciliarse con el creador airado mediante buenas acciones, sino que es una relación basada en el amor. Una relación que comienza con un paso de fe, aceptando la oferta de amor de Dios quien perdona todos nuestros pecados por su pura gracia, y nos da la vida eterna adoptándonos como sus hijos. Como dice la promesa de la Biblia: “Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” El día que creemos en Jesucristo como nuestro Salvador personal tenemos vida eterna. Esa es su promesa. Cuando le invitamos a entrar en nuestra vida, silenciosa pero poderosamente el entra. Y desde ese momento quiere tener amistad con nosotros, una relación de amor personal y creciente.
El problema es que muchas veces, si no nos tomamos el tiempo para cultivar esta relación nuestras vidas vuelven a semejarse a la sequedad que nos caracterizó antes de conocer a Jesús. Cuando era joven asistí a varios campamentos juveniles. Todos los años en el verano, nuestra iglesia organizaba un campamento para jóvenes que duraba una semana. Al final de esa semana nos habíamos hecho tan amigos con varios de los que asistían, que el solo pensamiento de separarnos parecía que llegaba el fin del mundo. En la reunión final de despedida se cantaba la canción del adiós. Las chicas lloraban desconsoladamente, los muchachos repartían abrazos. Todos prometían escribirse, llamarse, volver a verse. Especialmente con los que vivían fuera de la ciudad. ¿Pero que pasaba indefectiblemente? Que al volver al ritmo de las obligaciones habituales la gran mayoría de los promesas quedaban en la nada. Y seis meses más tarde uno volvía a encontrarse con los amigos a quienes tantas promesas habíamos hecho y de manera inmediata comprendía que el fuego de la relación se había apagado. Algo había fallado en el proceso. La lección era y sigue siendo muy simple: si a la llama de la amistad no la alimentamos está condenada a apagarse. Nuestra relación con Jesucristo es exactamente igual. Si no nos tomamos el tiempo para cultivar la relación y desarrollarla, el fuego del primer amor desaparecerá. Y nos quedaremos secos y sin vida.
Jesús quiere darnos vida abundante y feliz pero tenemos que tomar tiempo para cultivar nuestra relación con él a través de la oración, la lectura y meditación de su palabra, y el servicio a los demás. A menudo usted y yo observamos un florero lleno de hermosas flores. Y uno dice:¡que bellas! Como adornan el lugar. Pero usted sabe muy bien que esas flores habiendo sido separadas de la raíz están condenadas a secarse y morir. Jesucristo prometio: “si alguno tiene sed venga a mi y beba. Y como dice la escritura de su ser interior fluirán ríos de agua viva.” Jesucristo quiere ver fluir de nuestro ser interior el río del amor, del gozo, de la paz, de la paciencia, de la mansedumbre, del dominio propio, del equilibrio. Pero para que eso ocurra ustedes y yo tenemos que continuar bebiendo de él. ¿Estamos creciendo en nuestro conocimiento de Jesús? ¿Le amamos con amor más ferviente? ¿Le servimos con mayor dedicación? Si yo y mi casa serviremos al Señor, asegurémonos entonces, que nuestra relación personal con él está en continua expansión y crecimiento.
2- Si yo y mi casa serviremos al Señor, entonces buscaré traer bajo su dominio todas las áreas de mi vida:¿Qué queremos decir? De la misma manera que una casa está compuesta de varias habitaciones, cada individuo está compuesto de varias áreas. Dentro de las áreas que componen nuestra vida podemos mencionar: nuestro trabajo, nuestra familia, el uso del tiempo, del dinero, de la sexualidad. Cuando una persona entra a la familia de Dios, dependiendo de su trasfondo cada una de esas áreas pueden estar en un caos total, o como en la gran mayoría, mientras una funciona bien hay varias que están desordenadas. Por ejemplo: Hace años fui a visitar a la prisión a un caballero que había conocido y debió cumplir sentencia por cosas que había ocurrido en su vida antes de aceptar a Jesucristo. Cuando llegue a esa prisión de mínima seguridad me llamó que era más bien una granja apacible, separada apenas por una cerca de alambre del resto de la comunidad que la rodeaba. Después de charlar un rato con mi amigo, me dice, “venga pastor lo voy a llevar al laboratorio de computación. Estoy aprendiendo a usar las computadoras, y quisiera que conozca a mi profesor”. Después de las presentaciones, me entero que aquel hombre había sido profesor de la Universidad de British Columbia. Que tenía dos doctorados, uno en ingeniería, otro en computación. Y sin embargo, allí estaba prisionero. Un genio completo en algunas áreas, un fracaso absoluto en otras. Completamente desequilibrado.
La misma situación es la que se encuentran millones de individuos que viven fuera de una prisión. Mientras son profesionales destacados, la esposa se escapa con un vecino pobre por sentirse emocionalmente huérfana. Mientras dan charlas en el Rotary Club sobre como ser personas de éxito, los hijos andan robando artículos electrónicos de los autos. Genios por un lado, fracaso completo por el otro.
El plan de Dios está diseñado para hacerle a usted y a mi personas equilibradas y en consecuencia exitosas: Por esta causa es primordial que usted obedezca totalmente y sin reservas a Dios cuando nos dice como debemos ser y comportarnos en un área específica. Cuando Dios nos dice como debemos usar el dinero, y usted y yo obedecemos, alcanzamos prosperidad y libertad financiera. Cuanto más obedecemos tanto más libres somos. Es crucial que cada una de las áreas de su vida esté sujeta al plan de Dios. Que vivamos en todo lugar y en todo tiempo de acuerdo a sus prioridades. Cuando él nos enseña es para nuestro bien supremo. Es de personas sabias prestar atención y ponerlo en práctica. Y cuanto más obedientes a sus mandatos, tanto mayor será en consecuencia nuestra felicidad.
Si yo y mi casa serviremos al Señor, entonces tengo que cultivar mi relación personal con Jesucristo, debo traer todas las áreas de mi vida bajo su señorío. El resto viene como consecuencia. Y cuanto más importante es hacerlo en la vida del hogar. Cuando seguimos su plan nuestras vidas florecen porque estamos unidos a la raíz misma de la existencia feliz. Ame a Jesús, sírvale con amor creciente, y usted será un individuo feliz que desparrame felicidad y bendición donde quiera que esté. Es mi oración que la felicidad de Dios llene su corazón y a través de usted a sus seres amados.
Yo y mi casa serviremos al Señor. ¿Y usted?
© 2024 Dr. Jorge Oscar Sánchez | Instituto de Liderazgo Cristiano