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Dr. Jorge Oscar Sánchez
Con este título tan sugestivo la Associated Press publicó la siguiente noticia. “A comienzos de 1994 un grupo Fudamenalista Islámico lanzó una campaña de actos terroristas que incluían ataques en contra de centros seculares tales como tiendas que vendieran películas extranjeras y almacenes que vendieran licor. Durante la tarde del primero de Febrero, Eid Saleh al Jahaleen, un plomero de 31 años de edad entró al cine Salwa en la ciudad de Zarqa. El cine estaba mostrando una película de caracter pornográfico proveniente de Turquía. Jahaleen a quien se le había pagado $50 dolares por colocar una bomba en el teatro, nunca había visto peliculas de ese tipo y el contenido le captó la atención en forma inmediata. Colocó la bomba debajo de un asiento y luego se olvidó completamente del asunto. 30 minutos más tarde la bomba que estaba debajo de su asiento, explotó arrancándole las dos piernas.”
Me imagino su reacción al leer semejante noticia. Risas, estoy seguro. ¿Cuesta creer semejante tontera, correcto? Parece ridículo, imposible, y sin embargo, estas cosas ocurren todos los días de manera mucho más patéticas y la mayoría de nosotros ni siquiera somos conscientes del hecho.
La historia de este plomero necio, es un poderoso recordatorio que cada ser humano que camina en este mundo también podría ser llamado un “terrorista estúpido”. No porque cargue un explosivo que píensa colocar en un cine, sino porque en su ser interior lleva una bomba de tanto poder, que de no ser desactivada a tiempo, a su debido momento detonará con un poder tan grande que no solo le causará la muerte sino también su ruina eterna. La bomba a la que hago referencia, es ese mal espiritual, real y muy poderoso que llamamos pecado.
Hablar del pecado posiblemente a usted no le interese, sin embargo, debido a las consecuencias catastróficas que acarrea, le ruego que para su bien lea hasta el final y busque una solución definitiva, genuina y verdadera a este problema agudo y más peligroso que una bomba atómica.
El pecado es un término que no lo inventamos los humanos, sino Dios mismo. Es él quien dice en que consiste este mal que llevamos dentro nuestro, y las consecuencias desastrosas que acarrea. El pecado no es falta de educación, o falta de madurez o carencia de fuerza para hacer el bien. El pecado es una fuerza diabólica que nos impulsa a hacer el mal en forma inexorable, arruinando en consecuencia todas nuestras mejores posibilidades. El pecado es la causa de que todos los humanos tenemos un corazón dividido y llevamos dentro nuestro una guerra civil. Sentimos el deseo de hacer el bien, pero también una fuerza que nos arrastra hacia el mal. Conocemos mentalmente que es lo mejor, sin embargo, tantas veces hacemos lo peor. Si usted es sincero consigo mismo tendrá que reconocer que muchas veces se propuso hacer el bien, y no lo hizo. Y tantas veces no quiso hacer algo malo, y no obstante lo terminó haciendo en contra de su conciencia y de toda lógica.
Jesús nos enseñó que el pecado habita en el corazón humano y que es una usina atómica de la cual brotan todos tipo de desperdicios nucleares a cual más destructivo y contaminante. Así afirmó: “Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de adentro del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaño, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez.”(Marcos 7:20-22).
Tristemente el pecado no sólo destruye, sino que también crea esclavitud: Jesucristo dijo, “el que hace pecado, es esclavo del pecado”. Al igual que una telaraña que se construye con debiles hilos de seda, pero luego llega a ser una red indestructible donde quedan atrapadas las victimas, así también, el pecado comienza con acciones que parecen insignificantes en si mismas, pero que al final terminan siendo gruesas cadenas que nunca más podremos romper. Cuantas personas tomaron un vaso de alcohol, probaron una vez una droga y luego vinieron a descubrir que ahora tenían un hábito imposible de vencer. Que ya no eran libres y que el vicio los controlaba a ellos mismos.
Lo más triste del pecado es que acarrea consecuencias indeseables. El pecado al igual que una maleza maldita trae una cosecha de pobreza económica y de pérdida de nuestra salud mental y física. Arruina todos nuestros planes y nos roba las mejores posibilidades. Nos separa de los demás, arruina nuestros hogares y destruye las relaciones con nuestros hijos. Mucho más grave aun es que nos separa de Dios y su bendición para nuestra vida. Peor aun, es que el pecado nos manda a la muerte y luego, de no ser tratado como corresponde, nos confina a una eternidad de castigo y dolor en el infierno. No en vano dijo Dios: “El salario del pecado es la muerte…”.
El pecado es un enemigo invencible. No puede ser conquistado con una mejor educación. Nuestras cárceles están llenas de personas con un doctorado en su campo de especialidad. El pecado no puede ser vencido con mera fuerza de voluntad. Pregúntese de otra manera, cuanto duran sus resoluciones de año nuevo. El pecado no puede ser remediado con el pensamiento positivo, practicando la yoga o siguiendo alguna religión exótica del oriente. El pecado no tiene solución humana. La raza humana no puede ayudarse a si misma en la lucha contra el poder de este tirano que anida en nuestro corazón. Nuestra situación es de impotencia total y nuestra suerte está echada. Tenemos que buscar en otra dirección, entonces. ¿Hay alguien que nos pueda salvar de esta bomba de tiempo y su carga destructiva?
Hay una sola persona en todo el universo: su nombre es Cristo Jesús, el Hijo de Dios. Cuando el ángel de Dios le comunicó a José el nombre de su futuro hijo, le dijo: “Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (La Biblia, Mateo 1:21). El problema del pecado humano es tan grave, su poder es tan inmenso, las consecuencias que acarrea son tan severas, que solamente un ser infinito en poder como Dios, podía tendernos la mano. Si Jesús, no hubiera venido a este mundo los seres humanos no tenemos la menor chance de escaparnos del poder del pecado y del castigo de Dios que trae como consecuencia.
La vida de Cristo Jesús no puede explicarse fuera de su muerte en la cruz. En ella se ofreció como nuestro sustituto para pagar la deuda que tenemos con Dios por culpa del pecado. Por esa razón, el evangelio nos recuerda que nuestro pecado puede ser perdonado, que su castigo puede ser cancelado, que su culpa puede ser limpiada. Jesús no vino a quitar el pecado de dentro nuestro; sino que vino a ofrecernos un nuevo nacimiento para recibir el poder para vencer al pecado en nuestra vida y ofrecernos la vida eterna.
¿Cómo podemos recibir el perdón de los pecados que hemos cometido? Mediante un acto de entrega a Cristo. Reconociendo mi necesidad, arrepintiéndome de mi maldad y creyendo que Cristo es ahora mi Señor y Salvador. Dice la Biblia: “El salario del pecado es muerte; pero el regalo de Dios es vida eterna en Cristro Jesús Señor nuestro.”(Romanos 6:23).
Puedo preguntarle, su pecado, ¿ha sido perdonado? ¿Ha recibido de Cristo el poder para vencer el mal? ¿Ha desarmado la bomba que lleva en su corazón? Que nunca se tenga que decir de usted que fue un terrorista estúpido, quien permitió que el pecado le volara el alma y la vida. Más, bien cuando Dios nos llama y nos ofrece su amor y perdón, vengamos a él mediante la fe para recibir Vida Eterna. Las personas que hacen eso son las más sabias e inteligentes en este mundo. Y usted también puede ser contada entre ellas, viniendo sin tardar a Cristo Jesús.
© 2024 Dr. Jorge Oscar Sánchez | Instituto de Liderazgo Cristiano