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Dr. Jorge Oscar Sánchez
“Atrapado y sin salida”. Tal cual el titulo de Ia película de Hollywood fue como me sentí en ese momento. Todo comenzó con un viaje en automóvil hacia Las Vegas. En Ia plaza de estacionamiento del casino Caesars Palace, se definiría el campeonato mundial de Formula 1, la categoría mas prestigiosa del automovilismo internacional. Era octubre de 1981, y Carlos Reutemann un conductor de mi ciudad natal era uno de los tres que contendían por obtener Ia corona de campeón mundial.
Después de haber seguido su carrera por casi quince años era imposible faltar a esa cita de honor. Cuatro días antes del evento salimos con mi esposa manejando un hermoso Mustang con muchísimos HP de potencia. En ese entonces vivíamos en Vancouver, sabre Ia costa del Pacífico, en Canada. El viaje fue sin inconvenientes. Atravesamos paisajes hermosos, cada cual mas digno de una postal, a lo largo de todo el camino. Cansados después de manejar no se cuantas horas llegamos a Ia ciudad de Reno. Eran las ocho de Ia noche y todavía nos faltaban diez horas mas de manejo. Me apuraba estar en las pruebas de clasificación de Ia mañana siguiente. El camino que nos restaba era atravesando un desierto inhóspito. Ese es el desierto donde décadas atrás, EEUU conducía sus experimentos nucleares.
Muy poco trafico en Ia ruta, muy pocos pueblos a lo largo de todo el trayecto, Ia temperatura estaba bajando de manera muy rápida. Y mi mayor temor era tener un desperfecto mecánico y quedar tirado en el media de Ia nada y sin auxilio posible. A las doce de Ia noche paré en un pueblito a llenar el tanque de gasolina. Frances me insistió en descansar aunque sea por media hora. A regañadientes accedí. Ya no daba más. Desde las 8 de Ia mañana había manejado sin parar. Estacionamos el auto a un costado de Ia gasolinera, y allí descansamos por un rato mas largo. A Ia 1 AM me desperté. Cruzando la calle estaba el edificio de un banco, y su cartel electrónico indicaba: 1:00; 0 C de temperatura (32 F). Puse en marcha el auto y me lancé de regreso al camino. Era Ia soledad total. No había trafico ni de atrás, ni de frente. El asfalto era perfecto, así que me propuse recuperar el tiempo perdido por Ia siesta extendida que había tenido. Afortunadamente, Frances dormía. Por lo tanto, puse el auto a 140 km/h, muy por arriba de los 85 km/h que era el limite de aquellos días. Así maneje por una hora.
Fue entonces cuando en el espejo retrovisor vi las luces de otro vehículo muy a lo lejos. Este hecho me produjo una sensación de alivio. “Si algo me pasa, ya tengo a alguien a mis espaldas”, pensé para mis adentros. Y así seguimos por otros cuarenta minutos. Sin embargo, notaba que el otro conductor lentamente me venia acortando Ia distancia. Finalmente se puso a cien metros. “Vos no me vas a pasar”, pensé una vez mas, y clave el acelerador contra el piso. AI Mustang le sobraba potencia. En pocos minutos me había alejado de manera sustancial. Decidí estabilizarme una vez mas en 120/130. Lo notable es que el otro conductor sin acelerar, una vez mas comenzó a achicar Ia distancia. “Voy a dejarlo que me pase”, pensé esta vez. Pero no fue así. ¡Cuando estaba casi tocando mi paragolpes me prendió las luces roja y azul! Otra, que atrapado y sin salida! Paré mansamente al costado del camino, y me preparé para lo peor. Encendió un reflector que iluminó Ia escena como si fuera pleno día. Bajé el vidrio y lo espere tranquilo nomás. “¿Cuál es el apuro?”, la voz sonaba muy seria. Pocas chances de salvarme de un ticket gigante … y guarda que no me confisque el vehículo todavía, fue mi primera reacción interior.
“Lo que pasa, es que vengo manejando desde hace muchas horas y quiero llegar cuanto antes”, fue la burda explicación que le ofrecí. Hubiera sido mejor guardar silencio, pero uno tiene que remover todas las dudas de que es un tonto completo. “Si viene viajando desde hace muchas horas es cuando mas despacio tiene que manejar, porque sus reflejos están cada vez mas bajos. Deme la licencia”. Muy obedientemente se la entregue. Se fue de regreso al patrullero… gran eternidad para esta “victima de las circunstancias”. Y finalmente regresó. “Mr. Sanchez”, todavía sonaba muy autoritario… “Como usted se da cuenta yo lo he venido siguiendo por mas de una hora”. “No me digas”, pensé para mi. “Y le he registrado velocidades de entre 140 y 160 km/h. Yo le tendría que servir un ticket de mas de $200 (600 del día de hoy). Pero como ve, aquí no hay peligro, ¿no es cierto? A esa velocidad, usted no va a matar a nadie. ¡Esto es un desierto! Pero muy bien, puede matarse usted mismo. Y yo no lo he seguido todo este tiempo para ponerle in ticket, sino para salvarle Ia vida! Tome su licencia. Que tenga un viaje seguro!” Y no dejándome decirle ni siquiera un “gracias”, pegó media vuelta sobre sus talones y se fue de regreso al patrullero. Arrancó, y regresó en dirección hacia donde había salido.
Tardamos como 20 minutos para salir del asombro. Respetando de manera muy cuidadosa los límites de velocidad llegamos a Las Vegas… Varios días después, en un momento de oración percibí que LA VOZ me hablaba… “¿Y… aprendiste la lección del camino a Las Vegas?” “¿Qué lección Señor?” “La del policía que te corrió por más de una hora, y no te dio un ticket cuando eras más que culpable. Bueno, anda y decile a mi pueblo, que mis tratos con ellos son exactamente iguales a los de ese policía en el camino a Las Vegas. Yo los ando corriendo para salvarles la vida, y ustedes piensan que solo quiero servirles un ticket. Que quiero arruinarles la vida, cuando estoy buscándolos para que la salven.”
Pensé para mis adentros. Dios tiene razón. Cuantas veces yo mismo creí que todo lo que Dios quería hacer, era arruinarme las diversiones, mi felicidad, mis placeres. Sin poder entender que sus propósitos son salvar mi vida de la frustración, el dolor, las heridas emocionales, la pobreza, las enfermedades, que llegan como consecuencia de vivir pecando. Dándoles las espaldas, huyendo en dirección contraria a sus propósitos eternos. Y sin embargo, con cuanto amor y paciencia El nos corre por semanas, meses y años tratando de darnos una vida verdaderamente abundante. Jesucristo dijo: “Yo vine a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Esos somos tú y yo. Las buenas noticias es que, al igual que ese policía con toda tenacidad me persiguió gastando su propia gasolina para salvarme la vida; Cristo también, a costa de su propia vida me ofrece lo que todos anhelamos en lo mas profundo de nuestra alma: perdón de todos mis pecados, paz con Dios, seguridad a la hora de la muerte, esperanza para la eternidad. ¿Estás huyendo de Dios, todavía? ¿Cuántas veces te ha llamado? ¿Cuántas veces te perdonó por gracia, cuando debería haberte servido un tremendo ticket? ¿Qué piensas hacer con su oferta de amor? Rinde tu vida a Jesús. Deja ya de huir. Recibele en tu corazón, y también sera una realidad en tu experiencia que Cristo no llegó al mundo para servirte un ticket, sino para salvarte Ia vida.
© 2024 Dr. Jorge Oscar Sánchez | Instituto de Liderazgo Cristiano